Se cumplen 20 años de los atentados contra Nueva York y el Pentágono que costaron la vida a 2.977 personas, paralizaron al mundo y tras los que nada volvió a ser igual por lo que a nuestra seguridad se refiere. Aún hoy nos cuestionamos cómo y por qué pudo suceder y tratamos de entender las consecuencias que tuvieron y las que aún hoy siguen teniendo en nuestras vidas. Pero también nos hacernos la gran pregunta: ¿Podría repetirse algo así después de dos décadas de lucha contra el terror? Para analizar todo ello, 65Ymás ha conversado con Félix Arteaga, investigador principal de seguridad y defensa del Real Instituto Elcano.
Félix Arteaga, Investigador Principal de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano. Foto: RIE
PREGUNTA: Osama bin Laden declaró la guerra a EEUU desde una cueva, vestido con una túnica bajo el uniforme de combate y con una barba que le llegaba hasta el pecho. Hoy, imágenes como esa nos aterrorizarían, pero hace 20 años parecían una bravuconada y no se les dio la menor importancia...
RESPUESTA: En 2001 el terrorismo no se consideraba un problema de seguridad global porque sólo algunos países como España, Italia, Francia o el Reino Unido habían tenido problemas terroristas y se concebía como un fenómeno doméstico vinculado a conflictos internos, procesos de descolonización, guerrilla urbana..., nunca se había considerado como un problema que pudiese afectar a nuevos países y los atentados del 11 de septiembre rompieron radicalmente con esta concepción. Es entonces cuando los estados comprenden que lo que hay detrás del terrorismo es la internacionalización, la comunicación global de un fenómeno que no se detiene ante las fronteras, que rompe el confinamiento doméstico para convertirse, de repente, en un problema global. Esto es lo que cambia completamente el panorama.
P.: ¿El 11-S puso al mundo frente a un nuevo fenómeno terrorista global que le pilló con el pie cambiado?
R.: Hasta 2001, Estados Unidos y la mayoría de países europeos no tenían ni estrategias, ni estructuras, ni planes de actuación contra esta nueva forma de terrorismo global. Sólo países como España, que habían sufrido este problema, se habían dado cuenta de esta dimensión internacional. Pero a partir de entonces cambia todo y se abren dos vías para afrontar la situación. Una es la guerra contra el terrorismo, es decir, la repuesta militar, primaria. Y por otro lado se abre la vía de la lucha con dimensiones judiciales, policiales y de inteligencia, que es la vía que va surgiendo en Europa y da origen a la cooperación internacional existente. En mi opinión, esto es lo más relevante de 2001: aparece un nuevo problema de seguridad y eso hace que haya que acomodar a este recién llegado dentro de unas sociedades que se preocupaban o bien de la defensa o bien del orden público, pero no de los dos al mismo tiempo.
P.: ¿Cómo fue posible un atentado de aquella magnitud? ¿Cómo no fueron detectados previamente por los servicios de seguridad de EEUU?
R.: Una de las dificultades que explican la detección de los atentados es que no había tradición ni experiencia en la lucha contra el terrorismo. Con este tipo de actos tienes que saber qué buscas, cuál es el modo de actuación y cuáles son los objetivos estratégicos de estos grupos. Pero a falta de una percepción internacional, en EEUU se consideraba que Al Qaeda era un grupo próximo a la guerrilla que actuaba allí donde podía poner bombas. No se tenía la concepción que se tiene ahora de que, entre sus modos de actuación, está el de provocar actos violentos que generen alarma social, no sólo en la sociedad afectada, sino en toda la comunidad internacional. Eso entonces no se conocía y, en consecuencia, nada asociado con ese tipo de actividades que pudieran conducir a un acto violento masivo, atrevido, sofisticado, estaba en el radar de las búsquedas.
P.: ¿Cómo pudieron pasar desapercibidos los preparativos para los servicios de seguridad de EEUU?
R.: Lo que teníamos entonces en EEUU era una fragmentación de las agencias encargadas de la seguridad, todas con muy poca o ninguna formación antiterrorista o que estuvieran al tanto o siguiendo el modo de actuación de este tipo de terrorismo. Y en consecuencia, se produjo la planificación y la ejecución en un ambiente muy favorable. Nadie percibía entonces la necesidad de agrupar la seguridad en torno a personas con conocimientos en una situación de alerta anticipada. Desde entonces, sí se hace así y a medida que se han ido implementando estas prácticas y ha ido cambiando el modo de actuación hemos recibido sorpresas cada vez menos llamativas.
P.: ¿Debemos entender por tanto que la clave para evitar los atentados está en la prevención?
R.: En la lucha contra el terrorismo hace falta la prevención y un nivel de conocimiento, de formación, muy elevado a partir del cual comienza a intensificarse la eficacia de la lucha antiterrorista. Pero hasta que no existe ese conocimiento del modo de actuación y no hay instrumentos de respuesta, resulta muy difícil adelantarse en el tiempo a estos atentados tal y como sucedió el 11-S.
P.: El 11 de septiembre de 2001, por primera vez en el siglo XXI, Estados Unidos, su sociedad y sus administraciones se sintieron vulnerables en su territorio…
R.: Sí, este es un fenómeno que entraría dentro de lo que se ha llamado la teoría de los sucesos del cisne negro*. Es decir, algo que los norteamericanos no se podían esperar, porque estaban a mucha distancia de todos los escenarios de conflicto, protegidos por el mayor poder militar del mundo y por los servicios de inteligencia más avanzados y ganadores de la guerra fría... Lo último que pensaban en EEUU es que alguien pudiera tener la osadía de atacarles en su propio territorio y en lugares tan significativos como la ciudad de Nueva York y el Pentágono. Esto es, precisamente, lo que caracteriza la falta de conocimiento situacional. No sabes que es precisamente lo impensable y lo osado, lo que puede crear una conmoción. Y el objetivo de la acción terrorista es la conmoción, no la forma de llegar a ella.
P.: ¿Qué consecuencias tuvo en la sociedad y la política de EEUU?
R.: Provocó una movilización social, un auge del nacionalismo y un respaldo masivo de la población, del Congreso y del Senado a las subsiguientes actuaciones en Afganistan e Irak y a todas las acciones que dentro de este marco de guerra contra el terrorismo se iniciaron en EEUU. Había que vengarse de este acto, de esta agresión armada a su territorio, la propia OTAN lo consideró así. Esa sensación, tanto en EEUU como en muchos países europeos de que el terrorismo no les afectaba directamente, de que "esto no puede pasarnos nunca". Esa ingenuidad, desapareció con el 11 de septiembre.
P.: De alguna manera, los terroristas atentaron contra EEUU, contra la cabeza de Occidente, contra su cultura, su política, su estilo de vida, y por ende contra el resto de Occidente…
R.: Exacto. EEUU había sufrido ataques en el extranjero a sus embajadas, a sus misiones diplomáticas, a sus fuerzas armadas, etc., pero siempre se consideraban actos vinculados a conflictos locales en los que algunos sectores consideraban a EEUU culpable o tenían que llamar la atención. Se consideraban todos los escenarios menos el de que un grupo terrorista tuviese como objetivo una yihad global de alcance mundial para llamar la atención y generar ese terror y esa alarma social, no sólo en los destinatarios directos del atentado y sus víctimas, sino en toda la comunidad internacional. Y qué mejor forma de hacerlo que en el territorio de EEUU que, también hay que decirlo, hasta entonces era el único que se enfrentaba sobre el terreno y militarmente a Al Qaeda.
P.: ¿Continúa viva esa concpción de una yihad global?
R.: Esa visión global del líder de Al Qaeda entonces se va a difuminar en el tiempo. Por un lado, las sociedades van a dar por amortizado que eso puede volver a pasar. Y aunque las bolsas, cada vez que hay un atentado, notan un bajón, también cada vez se recuperan antes. No ha tenido impacto sistémico como entonces, no va a poner a gobiernos contra las cuerdas, no va a acabar con el sistema económico. Todo sigue funcionando más o menos igual al día siguiente. Y luego, todas las medidas que se han tomado –la cooperación internacional, regional y local– disminuye la capacidad de actuación global. Pero sigue habiendo yihad regional y local y por eso hay que evitar que estos grupos se nos olviden. Mientras están intentando consolidarse regionalmente, la posibilidad de que piensen algo parecido, tan llamativo, tan deslumbrante como el 11-S, queda lejana en el tiempo, pero no se puede dejar de estar pendientes de ellos.
P.: Una de las consecuencias inmediatas del 11-S fue la aprobación, bajo el paraguas de la Patriot Act, de leyes que otorgaban mayor poder al ejecutivo republicano para combatir el terror, que, a su vez, concedió competencias a la CIA para un casi total control de su población y de otros estados... En definitiva, ¿fue como si una ley doméstica tuviese un alcance global?
R.: Sí y este es un fenómeno de respuesta que precisa una revisión y, de hecho, en la Unión Europea se ha revisado. El problema es que la legislación que se emite, las medidas que se adoptan en situaciones de alarma, suelen ser más elevadas que eficaces. Lo que se pide a los gobiernos es que se tomen medidas que sean duras, que hagan algo. Y estos, lo último que hacen es sopesarlo muy bien, prefieren tomar medidas que, o no son eficaces o recortan derechos y libertades. La diferencia está en cómo reaccionan una vez que ha pasado la situación de alarma y cómo recuperan el equilibrio entre libertad y seguridad. En la UE se ha ido sopesando la eficacia de las medidas, se ha visto que unas funcionaban y otras no y estas últimas se abandonan. En Europa, existe ese mecanismo de control parlamentario y social porque las mismas sociedades que piden a sus gobiernos que, en situaciones de riesgo, cuando el semáforo está casi rojo, haga lo que sea para evitarlo, cuando esto no pasa, lo que piden es recuperar su libertad y su forma de vida.
P.: A pesar de esas medidas, ¿cree que sigue existiendo el miedo a lo de fuera, a lo que no se conoce?
R.: No es igual de fácil visitar EEUU ahora que hace 20 años. No es igual de fácil moverte por el territorio, contratar un producto bancario... Hay una especie de psicosis de miedo hacia lo que puede venir de fuera, sobre todo, porque son sociedades que no están muy acostumbradas a recibir. Hay una cierta sensación de riesgo difuso y esto es algo que necesita mucho tiempo para que cambie en la sociedad.
P.: ¿Acabará algún día ese miedo hacia lo diferente?
R.: Lo mismo que se han adaptado rápidamente a todos los controles en los aeropuertos y a las servidumbres personales y cotidianas de ceder algo de su privacidad para facilitar la lucha contra el terrorismo, se tienen que acostumbrar también a no incurrir en ver a un terrorista cada vez que ven un color o una barba raros. Yo creo que esa parte emocional es la que todavía está pendiente de solucionar. No se puede decir que todo el que viene de fuera es un riesgo potencial pero, desafortunadamente, tampoco se puede decir lo contrario.
P.: Se habló mucho tras el 11-S de que los americanos tomaron el relevo de los rusos en Afganistán, pero en realidad no fue así, ¿no es cierto?
R.: Rusia entra en Afganistán para defender a su campeón en el país, al jefe del Partido Comunista, para tratar de consolidarlo y se van de allí cuando se empieza a desmoronar la propia Unión Soviética. Lo de EEUU en Afganistán es distinto, porque la acción, la invasión contra el país, es una decisión que se toma unilateralmente por EEUU y después se articula una coalición global con los países que van junto a ellos a combatir a los talibanes directamente. La operación 'Libertad duradera' es una guerra contra el terrorismo y todos los países de la coalición se dedican a eso. Posteriormente, cuando en 2004 esta operación ya ha apaciguado la situación, se produce el traspaso, se invita a la OTAN a que se encargue de la estabilización regional y se mantiene la operación hasta 2014 con EEUU y los países que combaten junto a él. El resto se dedican a labores de estabilización, a la reconstrucción del estado.
P.: ¿Incrementó esto el poder de los presidentes norteamericanos para instrumentalizar conflictos en otras partes del mundo?
R.: Aquella actuación que, cuando se produce, está respaldada por el Congreso y por el Senado, deja en evidencia que los presidentes norteamericanos van a utilizar esta lucha contra el terrorismo, como se verá en Irak dos años después, para movilizar la máquina de guerra, intervenir en acciones militares, entrar en conflictos... y sin una previa declaración o aprobación del Congreso de los EEUU. Este es un debate interno, el cómo han ido entrando en una misión tras otra sin el debido apoyo. Los presidentes se han excedido. Por razones de urgencia y tras el atentado del 11-S, no hubieran tenido ningún problema para conseguir el respaldo. Pero sí es verdad que, luego, muchas de las operaciones en las que han participado están vinculadas, o bien a la lucha contra el terrorismo, o bien a actuaciones que no tienen un respaldo del Congreso. Digamos, que las intervenciones militares se han regulado más en esta parte del Atlántico que en la otra.
P.: ¿Ha sido una chapuza el punto final que se ha puesto en Afganistán?
R.: La chapuza, o lo que peor ha salido, es el fracaso del objetivo estratégico, que era construir un estado que nunca había existido y de una forma democrática o predemocrática, que tenía difícil implantación social. Podíamos decir que la intervención militar ha sido, relativamente, un éxito porque no se han ido bajo presión militar, no han sido derrotados y no han sufrido ninguna humillación bélica.
P.: ¿Cuándo se empezó a vislumbrar la posibilidad de una retirada?
R.: A partir de 2010, ya se empieza a ver que todo el éxito que se había tenido inicialmente contra los talibanes y los terroristas, de alguna manera, gracias a la presencia de tropas internacionales en un proceso de construcción de un estado, avanza muy lentamente, y que se encuentra con numerosas dificultades de ejecución, con la corrupción... Todo esto hace que empiece a fallar la ilusión en la creación de un estado con una ayuda masiva internacional en todos los ámbitos: humanitario, económico, técnico, militar... Cuando se empieza a ver que el objetivo se va a perder, es cuando se plantea la opción de que seguir militarmente no tiene ningún sentido, porque la intervención militar es para hacer el país viable y gobernable y cuando esto no es seguro, lo que hasta entonces ha sido un buen instrumento, va a generar un problema. Así que, en 2014, comienza el repliegue. Y cuando el presidente Obama anuncia que se van, todo el mundo sabe que, al final, vendrían los de antes si el gobierno, como así ha sido, no era capaz de generar y apoyarse en una ilusión de la población y, efectivamente, no ha sido capaz de crear una conciencia social.
P.: Por tanto, ¿se puede entender como un fracaso?
R.: En eso se ha fracasado y lo que hemos visto ahora con la evacuación no ha salido bien, pero tampoco ha sido una chapuza. No ha salido bien en el sentido de que estuviera todo programado, porque hay cosas, y esto los occidentales nos resistimos a verlo, que no dependen de nosotros. Hay factores externos. Todo el mundo contaba con una mayor voluntad de resistencia política y militar, pero lo primero que ha ocurrido es que ha fallado. El gobierno se ha ido, en la sociedad los que querían luchar se han visto aislados y desabastecidos y la sociedad, al verse abandonada, lo que ha hecho es prepararse para la nueva situación. Aunque se hubiese resistido unas semanas más, la situación hubiese sido muy parecida, en lo cuantitativo, hubiera sido mejor, pero en lo cualitativo, no. Al ver que la gente quiere salir del país, porque no se encuentra segura y que hay que sacar a los nacionales y a los que les han apoyado, hubiese pasado igual. En todas las operaciones con no combatientes se producen estas situaciones de avalanchas, caos, desorden y, desafortunadamente, también de atentados.
P.: ¿Qué hemos aprendido del 11-S veinte años después?
R.: El 11-S sirvió para desarrollar un acerbo de cooperación internacional. Ahora los países colaboran e intercambian información policial, judicial, de inteligencia y eso es muy importante. Dentro de los estados se ha generado una cultura de integración y los servicios y agencias de seguridad colaboran bastante en la lucha contra el terrorismo, porque lo consideran un problema grave que obliga a una mayor conjunción y no a actuar cada uno por separado. Gracias a eso, el número de atentados en el mundo está decayendo, tanto en cantidad como en calidad. Esto lo dicen todos los observatorios globales de acciones terroristas violentas. Salvo en países como Afganistán, Nigeria o Burkina Faso, lo que vemos es una progresiva disminución del número de atentados y eso es en gran parte gracias a este fenómeno de resiliencia. Se ha formado a las agencias de seguridad, se tiene una mayor conciencia situacional de cómo actuar, de qué hay que hacer... Hay más mecanismos de defensa.
P.: Pero el riesgo sigue estando ahí...
R.: Sí y paradójicamente, ese es el riesgo que ahora tenemos, porque cuando el sistema funciona y los atentados cada vez son más esporádicos y menos impactantes, se corre el riesgo de reducir los recursos que se dedican a prevenir. Y son esos recursos los que evitan que estas cosas pasen más a menudo y no sean un problema en la vida cotidiana de las personas. Se necesita muchísima gente y muchísimos medios y trabajo, pero a medida que disminuyen los atentados, lógicamente, los recursos se desvían hacia otras situaciones de alarma social, a otras necesidades. Ese es el riesgo, olvidarnos de que esto puede volver a pasar en cualquier momento.
P.: No se puede bajar la guardia...
R.: Esa es la idea, no hay que exagerar y hay que acompasar las medidas, pero hay que mantener la lucha contra el terrorismo entre las prioridades de la agenda de seguridad nacional e internacional. Es algo que no se debe abandonar, porque lo que antes era un fenómeno vinculado a ideologías religiosas o a grupos externos ahora se va generalizando a nuevos grupos domésticos vinculados a radicalismos y discursos de odio. No podemos perder de vista que el terrorismo es un medio, no es un fin. Da igual quien ponga la bomba, quien actúe... La prevención, la lucha contra la radicalización que ahora está en todas las estrategias, es lo que realmente puede alertar a la sociedad de que lo que no creíamos que nos iba a pasar en 2001puedevolver a pasar aquí.
* La teoría del cisne negro o teoría de los sucesos del cisne negro, desarrollada por el filósofo e investigador libanés Nassim Taleb, es una metáfora que describe un suceso sorpresivo, de gran impacto socioeconómico y que, una vez pasado el hecho, se racionaliza por retrospección.
Sobre el autor:
Antonio Castillejo
Antonio Castillejo es abogado y periodista. Comenzó su carrera profesional en la Agencia Fax Press dirigida entonces por su fundador, Manu Leguineche, en la que se mantuvo hasta su desaparición en 2009. Especializado en información cultural y de viajes, desde entonces ha trabajado en numerosos medios de prensa, radio y televisión. Actualmente volcado con los mayores en 65Ymás desde su nacimiento.