Al igual que no todas las personas afrontan las situaciones dramáticas de la misma forma; tampoco, por mucho que tratemos de ponernos en el ‘dolor de otro’ a través de la empatía, es lo mismo vivir una tragedia como la DANA que leer, escuchar o ver sus efectos a través de los medios de comunicación, aunque también estos 'espectadores' pueden sufrir nerviosismo, ansiedad, irritabilidad, problemas de sueño y depresión, como sucede con quienes se preocupan por familiares y amigos en la zona afectada.
Cada año, muchas personas en todo el mundo sufren catástrofes; ya sean naturales como, por ejemplo, huracanes, tornados, inundaciones, terremotos y calor extremo, como las causadas por el hombre: guerras o ataques terroristas. Si bien no es posible predecir cuándo y dónde ocurrirán estas fuerzas destructivas, sí se puede aprender de cada una de ellas y tomar ciertas medidas para salvaguardar nuestro bienestar físico y emocional.
La Asociación Americana de Psicología (APA, de sus siglas en inglés) reconoce: "Ya sea que una catástrofe nos impacte directamente, como tener que evacuar la casa debido a una inundación, o que veamos a otros sufriendo terribles eventos en las noticias, las tragedias afectan a todos. En aquellas personas cuyas vidas cambian drásticamente después de una, por ejemplo la pérdida del hogar o daños físicos, el trauma puede causar trastornos y dolor físico y emocional extremos. El estrés y la pena son respuestas normales, y las reacciones psicológicas frente a experiencias catastróficas pueden durar toda la vida. Como respuesta a un evento traumático algunas desarrollarán cambios en su comportamiento (aumento de consumo de bebidas alcohólicas o violencia doméstica) y otras sufrirán la aparición o empeoramiento de una enfermedad mental”.
Las personas directamente expuestas a dicho evento o a peligros físicos o son cercanas a alguien cuya vida se ve amenazada por una catástrofe, sienten miedo intenso, indefensión y horror .Y el estrés constante o recurrente puede resultar abrumador. Para algunos, las secuelas psicológicas de una catástrofe hasta pueden resultar incapacitantes. De todos ellos, son los mayores los que pueden resultar más afectados. Aquellas personas que miran las noticias de una catástrofe a millas de distancia o quienes se preocupan por familiares y amigos en la zona afectada también experimentan nerviosismo, ansiedad, irritabilidad, problemas de sueño y depresión.
Ejemplos previos
La literatura científica ha recogido múltiples trabajos, como el ensayo publicado en 'BCM Public Health', que respaldan que la mayor vulnerabilidad a los desastres naturales la experimentan los mayores de forma sistemática um sistemáticamente. La mayor proporción de víctimas durante y después de los desastres suelen ser ellos. Para muestra un botón: en 2005, aproximadamente la mitad de todas las muertes resultantes del huracán Katrina se produjeron entre personas de 75 años o más. De manera similar, tras el huracán Sandy en 2012, 'The New York Times' informó que, aproximadamente, la mitad de los que murieron en la tormenta tenían 65 años o más, muchos de los cuales se ahogaron en casa o murieron a causa de lesiones relacionadas con la misma Y no solo, el impacto psicológico y las secuelas también son mayores en ellos son mayores.
La opinión de la experta
Esther Camacho Ortega, coordinadora del grupo Por la Promoción del Buen Trato a las Personas Mayores del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid (COP), comenta a 65ymás: "Efectivamente, los mayores pueden ser más vulnerables ante desastres como la DANA, debido tanto a factores sociales como a condiciones físicas. En términos físicos, aquellos con patologías crónicas o problemas osteoarticulares pueden enfrentar dificultades añadidas para moverse y mantener su independencia, lo que los hace más dependientes de ayuda externa en momentos críticos. A nivel social, el aislamiento es un factor relevante; quienes viven solos o tienen redes de apoyo limitadas pueden no recibir la asistencia necesaria de forma oportuna".
Dra. Esther Camacho
Sin embargo, añade: "Es importante señalar que esta generación también tiene una notable capacidad de resiliencia. Han vivido períodos de posguerra, crisis económicas, cambios sociales profundos y, recientemente, la pandemia de Covid-19. Estos desafíos les han dotado de habilidades únicas para enfrentar la adversidad, adaptarse y mantener la esperanza. Durante la pandemia, por ejemplo, demostraron una gran capacidad de adaptación, incluso aprendiendo a usar tecnologías para mantenerse conectados y seguir recomendaciones sanitarias, y durante las crisis económicas muchas fueron el sosten de sus familias. Como sociedad, tenemos mucho que aprender de su fuerza y de cómo superan las dificultades".
La especialista destaca que la citada vulnerabilidad depende de factores intrínsecos y extrínsecos. "Entre los primeros nos encontramos los problemas de salud crónicos, como la osteoporosis, y las enfermedades respiratorias que son factores importantes que limitan su capacidad de respuesta. Además, la pérdida de ayudas técnicas (como sillas de ruedas, gafas y audífonos) debido al desastre representa un golpe muy fuerte para su autonomía. Muchas personas ahora mismo estarán entre el desastre y sufriendo estas pérdidas, como es el caso de los audifónos, lo que les dificulta para poder escuchar correctarmente a los Servicios de Emergencias. Estas herramientas son esenciales para su independencia y su reemplazo implica un coste elevado que muchos no pueden afrontar solos”
En el otro lado de la balanza, están los factores extrínsecos. "El aislamiento social y la pérdida de redes de apoyo cercano son factores críticos. Aquellos que viven sin familiares o cuidadores cerca tienen más dificultades para recibir la ayuda necesaria de forma rápida y efectiva. Además, la gestión de documentación y trámites (especialmente si no son originarios de la zona o no tienen acceso digital) puede llegar llegar a ser abrumador, generando un estrés añadido en el proceso de recuperación", apostilla la Dra. Camacho. .
A corto, medio y largo plazo
A corto plazo, "es común que sientan ansiedad, tristeza intensa o confusión. Estas reacciones son naturales, pero si persisten, a medio y largo plazo pueden derivar en síntomas de síndrome de estrés postraumático, ansiedad crónica o depresión, especialmente si han sufrido el fallecimiento de seres queridos o pérdidas materiales significativas. Este nivel de estrés también puede acelerar en ellas procesos de afectación cognitiva que ya estuviesen en curso debido a los cambios en la rutina, la desorientación, el estrés y la falta de medicación. Estos efectos psicológicos pueden hacer que el proceso de recuperación sea más largo y complejo", detalla la experta del COP.
Recomendaciones para la superación
Las recomendaciones van en torno a buscar ayuda profesional si se observan y las necesidades especifícas de capa víctima, como documenta la especialista: :
Signos persistentes de angustia, como problemas de sueño, pérdida de apetito, irritabilidad, episodios de llanto frecuente o apatía. Además se recomienda a las personas que no sean victima directas de la catastrofe, por ejemplo un residente en Madrid, que, sí puede, 'descanse' del exceso de noticias de este tipo.
En el caso de personas que sí han sido directamente o indirectamente afectadas (y sus familiares) por supuesto habría, también, que intentar evitar la sobre exposición, facilitando momentos de calma y desconexión.
Es importante prestar atención a signos de alerta como, por ejemplo, si la persona muestra una falta de interés en sus actividades habituales, lo que puede ser indicios de que necesita apoyo psicológico. Si estos síntomas duran más de dos a cuatro semanas, es importante intervenir.
Además del apoyo emocional, es fundamental proporcionar ayuda económica y práctica para que puedan recuperar su autonomía. Es crucial restablecer las ayudas técnicas perdidas (sillas de ruedas, audífonos, dispositivos de movilidad) que son esenciales para su independencia.
También necesitan apoyo de gestores de casos y trabajadores sociales que les ayuden a gestionar trámites como la recuperación de documentos y acceso a ayudas, especialmente en un entorno cada vez más digital que puede resultarles desafiante.
El papel de los psicólogos en todo este proceso es fundamental, ya que no solo brindan apoyo emocional, sino eue también ayudan a las personas mayores a organizar sus recursos internos y externos, a adaptarse a los cambios y a reconstruir su vida con un enfoque integral.
La Dra. Esther Camacho hace especial hincapié en este mensaje: "Como sociedad, debemos comprometernos a brindarles un apoyo completo y accesible, aprendiendo de su resiliencia y ayudándoles a recuperar el bienestar y la dignidad que merecen en este difícil momento".
Sobre el autor:
Patricia Matey
Licenciada en Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid. 1986-1991), es periodista especializada en información de salud, medicina y biociencia desde hace 33 años. Durante todo este tiempo ha desarrollado su profesión primero en el suplemento SALUD de EL MUNDO (22 años), luego como coordinadora de los portales digitales Psiquiatría Infantil y Sexualidad en el mismo diario. Ha colaborado en distintos medios como El País, La Joya. la revista LVR, Muy Interesante, Cambio 16, Indagando TV o El Confidencial. En este último ejerció de jefa de sección de Alimente durante cuatro años. Su trayectoria ha sido reconocida con los premios de periodismo de la Sociedad Española de Oncología Médica, premio Boehringer-Ingelheim, premio de la Asociación Española de Derecho Farmacéutico, premio Salud de la Mujer, premio de Comunicación del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid o Premio de Periodismo de Pfizer. Actualmente es la responsable de la sección Cuídate+ sobre longevidad saludable de 65YMÁS.