El accidente cerebrovascular o ictus es una de las principales causas de discapacidad a largo plazo y mortalidad en todo el mundo. Aunque las cifras de fallecimientos por su culpa han disminuido a nivel mundial en las últimas décadas, las tasas de disminución de su incidencia se han desacelerado y la carga mundial de la enfermedad sigue siendo alta.
A medida que el mundo experimenta un envejecimiento creciente de la población, se proyecta que el impacto económico y social total del ictus. Se han identificado múltiples factores de riesgo (p. ej., hipertensión, diabetes y tabaquismo) en la patología y los esfuerzos para abordarlos han contribuido a la disminución de la incidencia del ictus.
Aunque abordar los factores de riesgo establecidos es clave para su prevención, éstos no explican completamente el riesgo observado. Por lo tanto, es imperativo identificar otros factores de riesgo modificables adicionales que ayudarán a combatir aún más la carga creciente prevista de accidentes cerebrovasculares.
En mayores de 50
Pues bien, la soledad puede ser uno de ellos. Un nuevo estudio en adultos mayores de 50 años, publicado en 'eClinicalMedicine', constata que aquellos que experimentaron soledad crónica tenían un riesgo 56% mayor de sufrir un ictus que aquellos que informaron consistentemente que no se sentían solos. En cambio, los que experimentaron soledad situacional no tuvieron más probabilidades de padecerlo, lo que sugiere que el impacto de la soledad en el riesgo de ictus se produce a largo plazo. El trabajo ha sido dirigido por la Escuela de Salud Pública TH Chan de Harvard.
"La soledad se considera cada vez más un importante problema de salud pública. Nuestros hallazgos resaltan aún más por qué es así", ha dicho en un comunicado la autora principal Yenee Soh, investigadora asociada en el Departamento de Ciencias Sociales y del Comportamiento. "Especialmente cuando se experimenta de forma crónica, nuestro estudio sugiere que ésta puede desempeñar un papel importante en la incidencia de accidentes cerebrovasculares, que ya es una de las principales causas de discapacidad y mortalidad a largo plazo en todo el mundo".
Si bien investigaciones anteriores han relacionado la soledad con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, pocas han examinado específicamente el impacto sobre el riesgo de ictus. Por lo tanto, este estudio es uno de los primeros en examinar la asociación entre los cambios en la soledad y el riesgo de accidente cerebrovascular a lo largo del tiempo.
Doce años de seguimiento
Utilizando datos de 2006-2018 del 'Estudio de Salud y Jubilación (HRS)', los investigadores evaluaron la asociación entre los cambios en la soledad y la incidencia de accidentes cerebrovasculares a lo largo del tiempo. Durante 2006-2008, 12.161 participantes (todos adultos de 50 años o más que nunca habían sufrido un derrame cerebral) respondieron a preguntas de la Escala de Soledad Revisada de UCLA, a partir de la cual los investigadores crearon puntuaciones resumidas de soledad.
Cuatro años después (2010-2012), 8.936 participantes que permanecieron en el estudio respondieron nuevamente a las mismas preguntas. Luego, los investigadores colocaron a los participantes en uno de cuatro grupos según sus puntuaciones de soledad en los dos momentos: "consistentemente bajos" (aquellos que obtuvieron puntuaciones bajas en la escala de soledad tanto al inicio como en el seguimiento); “remitentes” (personas que obtuvieron puntuaciones altas al inicio y bajas a lo largo del estudio); “inicio reciente” (los que obtuvieron puntuaciones bajas al inicio y altas en el seguimiento); y “consistentemente alto” (personas que obtuvieron puntajes altos tanto al inicio como en el seguimiento).
Entre los participantes cuya soledad se midió sólo al inicio del estudio, ocurrieron 1.237 ictus durante el período de seguimiento (2006-2018). Entre los participantes que proporcionaron dos evaluaciones de la soledad a lo largo del tiempo, ocurrieron 601 casos durante el período de seguimiento (2010-2018). Los investigadores analizaron el riesgo de ictus de cada grupo durante el período de seguimiento en el contexto de sus experiencias de soledad, controlando otros factores de riesgo conductuales y de salud. Estos incluían aislamiento social y síntomas depresivos, que están estrechamente relacionados pero son distintos de la soledad.
Los hallazgos mostraron un vínculo entre la soledad y un mayor riesgo de sufrir un ictus y encontraron que la soledad crónica era la que más aumentaba el riesgo. Cuando la soledad se evaluó únicamente al inicio del estudio, los participantes que se declararon sentirse solos tenían un riesgo un 25% mayor de sufrirlos que aquellos que no sufrían este problema.
Los que del grupo "consistentemente alto" tenían un riesgo 56% mayor de sufrir un accidente cerebrovascular que aquellos en el grupo "constantemente bajo", incluso después de tener en cuenta una amplia gama de otros factores de riesgo conocidos. Si bien los análisis de referencia sugieren que la soledad en un momento determinado se asoció con más probabilidades de padecer la enfermedad, aquellos que experimentaron soledad remitente o de inicio reciente no mostraron un patrón claro de mayor riesgo de ictus, lo que sugiere que el impacto de la soledad en el riesgo de la patología se produce a largo plazo.
"Las evaluaciones repetidas de la soledad pueden ayudar a identificar a quienes se sienten crónicamente solos y, por lo tanto, tienen un mayor riesgo de sufrir un derrame cerebral. Si no logramos abordar sus sentimientos de soledad, a escala micro y macro, podría haber profundas consecuencias para la salud”, afirmó Soh. "Es importante destacar que estas intervenciones deben centrarse específicamente en la soledad, que es una percepción subjetiva y no debe confundirse con el aislamiento social".
Los autores han señalado que una mayor investigación que examine tanto los cambios matizados en la soledad a corto plazo como los patrones de soledad durante un período más largo puede ayudar a arrojar luz adicional sobre la asociación entre ésta y el ictus. También han indicado que se necesita más investigación para comprender los posibles mecanismos subyacentes, y que los hallazgos del estudio se limitaron a adultos de mediana edad y mayores y pueden no ser generalizables a personas más jóvenes.
Sobre el autor:
Patricia Matey
Licenciada en Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid. 1986-1991), es periodista especializada en información de salud, medicina y biociencia desde hace 33 años. Durante todo este tiempo ha desarrollado su profesión primero en el suplemento SALUD de EL MUNDO (22 años), luego como coordinadora de los portales digitales Psiquiatría Infantil y Sexualidad en el mismo diario. Ha colaborado en distintos medios como El País, La Joya. la revista LVR, Muy Interesante, Cambio 16, Indagando TV o El Confidencial. En este último ejerció de jefa de sección de Alimente durante cuatro años. Su trayectoria ha sido reconocida con los premios de periodismo de la Sociedad Española de Oncología Médica, premio Boehringer-Ingelheim, premio de la Asociación Española de Derecho Farmacéutico, premio Salud de la Mujer, premio de Comunicación del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid o Premio de Periodismo de Pfizer. Actualmente es la responsable de la sección Cuídate+ sobre longevidad saludable de 65YMÁS.