La galénica de la cosmética incide en dos sentidos primordiales, la piel y el olfato. La primera es uno de nuestros órganos con más cantidad de terminaciones nerviosas, por lo que cabría suponer que cualquier intervención en ella como la temperatura, la presión o el tacto debería provocar una suerte de sensaciones. Y qué podemos decir del olfato, que es capaz de retrotraernos a estados de ánimo desconocidos, sentir algunas sensaciones pasadas o incluso personas que parece que nunca se movieron de nuestro lado.
Este asunto ya fue ampliamente estudiado por la reconocida terapeuta española Tatu Cutillas, experta en materia de adicciones, que descubrió que el uso de ciertas sustancias químicas utilizadas en perfumes y cosméticos podían provocar una inflamación del cerebro y alterar el estado de ánimo rápidamente.
Sobre estas premisas se basa el término neurocosmética, un concepto que empezamos a escuchar la pasada década y cuya definición podríamos desarrollar como la rama de la cosmética que estudia la conexión entre la piel y el sistema nervioso porque, y esto sí, sabemos perfectamente que la piel y el cerebro están conectados.
La razón es que las células de la piel disponen de receptores y sintetizadores de neurotransmisoresque conectan con el cerebro a través de más de 800.000 receptores sensoriales, respondiendo visiblemente a distintos estímulos físicos y emocionales y activando procesos como la regeneración celular, la función inmune, la pigmentación... Sin embargo, cuando estos receptores sufren interferencias por el estrés, la edad o el medio ambiente, la piel comienza a envejecer y a perder elasticidad.
¿Cómo trabaja la neurocosmética?
Con activos capaces de reducir la producción de cortisol, la hormona del estrés, activar la liberación de neuropéptidos calmantes o estimular la síntesis de beta-endorfinas.
Las continuas investigaciones acerca de esta ciencia han descubierto su poder para combatir efectos negativos derivados del estrés como las rojeces, la tirantez o el picor, apoyar los receptores y neurotransmisores, y ofrecer, además de protección contra los rayos UVA, la luz azul y la contaminación ambiental, una experiencia sensorial extraordinaria, eliminando todo rastro de inflamación y aportando bienestar, confort y suavidad para la piel, pero también un aspecto repulpado y saludable.
Los activos antiestrés
Estos que siguen son algunos de los principales y que cada vez se encuentras presentes en más cosméticos:
Glucógeno marino. Es especialmente eficaz para minimizar alteraciones biológicas de la piel, en particular las que se producen debidas a radiaciones electromagnéticas emitidas por los dispositivos electrónicos.
Vitamina B. Lucha contra el envejecimiento prematuro y controla la secreción sebácea de la piel.
Alantoína. Estimula la formación de colágeno, elastina y queratina.
Los antioxidantes más potentes. Algunos ejemplos son la ‘Rhodiola rosea’ o rosa polar, que crece en altas latitudes del Ártico y en regiones montañosas de Europa y Asia. Ha sido utilizada desde hace siglos en la medicina tradicional rusa y escandinava para incrementar la resistencia, la productividad en el trabajo, la longevidad, resistencia a la altura y enfermedades. Y otro antioxidante del que no se para de hablar es del CBD o ‘Cannabidiol’, presente en la planta del cáñamo, con potentísimos niveles de vitaminas C, D y E y ningún efecto secundario.
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La crema hidratante ‘Essential Energy’, de Shiseido. activa la capacidad de la piel para producir una hidratación profunda (78 €).
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Sobre el autor:
Amelia Larrañaga
Amelia Larrañaga, periodista especializada en belleza, bienestar, actualidad y estilo de vida desde hace más de 25 años. Ha escrito para medios como Elle, Vogue, Woman, Yo Dona, Mujer Hoy, Elle Gourmet, Harper’s Bazaar y Cosmopolitan. Si no hubiera sido reportera, le hubiera gustado ser antropóloga o socióloga, por eso disfruta con ensayos que le ayuden a entender mejor al ser humano y su conducta, individual y en masa, o entrevistando a los expertos para sus artículos sobre psicología y tendencias sociales.