Hijo de una familia burguesa en la que su madre era ama de casa y su padre un representante de comercio, Federico Fellini llegó al mundo el 20 de enero de 1920. Era un niño alegre y simpático que se pasaba el día jugando con su pequeño teatro de títeres, leyendo las historietas que publicaban los diarios y dibujando constantemente hasta el punto de que, siendo aún muy joven, llegó a trabajar como ilustrador en una editorial florentina y en la revista Marco Aurelio, antes de comenzar a escribir guiones radiofónicos y, más tarde, cinematográficos. De hecho, fueron sus retratos cómicos los que le abrieron las puertas del cine como dibujante publicitario para películas.
Si bien sus primeros trabajos, en plena etapa fascista, fueron para laAlleanza Cinematográfica Italiana-compañía productora de Vittorio Mussolini, hijo del dictador Benito Mussolini-, tras la caída del fascismo abre en Roma una tienda una tienda de retratos caricaturescos, The Funny Face Shop.
Su primera experiencia en el mundo del celuloide llegó en 1945 de la mano de Roberto Rosellini, a quien había conocido en la propia Alleanza, cuando Fellini pasa a formar parte del equipo con el que el padre del neorrealismo filmó la emblemática Roma, ciudad abierta.
A medio camino entre el neorrealismo y el surrealismo
No fue ésta su única colaboración como guionista con Rosellini, con quien volvería a trabajar en películas como Camarada y El amor. Sin embargo, Fellini terminaría por trazar su propia senda en la gran pantalla, una senda que transitaría durante décadas a medio camino entre lo surrealista y lo neorrealista, entre lo subjetivo y lo fantástico.
Como director debutó en 1950, junto a Alberto Lattuada, con Luces de variedades y su primer film en solitario vio la luz un año después, se trataba de El jeque blanco, protagonizada por Alberto Sordi, escrita por un también jovencísimo Michelangelo Antonioni y con música de Nino Rota, el músico con el que colaboraría desde entonces hasta el final de su carrera.
Federico Fellini y Giulieta Masina. Foto: Europa Press
A pesar de que a lo largo de su vida Fellini trabajó y lanzó a la fama a actores y actrices de la talla de Anita Ekberg, Sandra Milo, Claudia Cardinale o el propio Roberto Benigni, fue la mujer más emblemática del cine italiano de postguerra, Giulietta Masina, con la que el director había contraído matrimonio en 1943, la que se convertiría en su musa personal y profesional, y centro de una serie de títulos tan fundamentales como Almas sin conciencia, Las Noches de Cabiria, La Strada, Giulietta de los espíritus o Ginger y Fred. Pero si la Masina fue su fetiche femenino, el masculino fue su gran amigo Marcello Mastroianni, protagonista en cintas tan trascendentales como La Dolce Vita y Ocho y medio.
Una obra y tres etapas
La crítica divide la cinematografía del director italiano, que se enorgullecía en declarar que "el único realista de verdad es el visionario", en tres periodos. En primer lugar sus comienzos caracterizados por una búsqueda de su propio estilo a partir del neorrealismo que imperaba en las pantallas italianas durante la segunda mitad de los cuarenta y la década de los cincuenta con películas como El jeque blanco, Almas sin conciencia o Los inútiles.
Tras ésta fase llega la de su reconocimiento internacional cuando el mundo entero se rinde ante obras como La strada, Las noches de Cabiria, La dolce vita, Gulietta de los espíritus,El Satiricón o Amarcord.
Y finalmente la etapa de madurez que, a partir de mediados de los años setenta, viene marcada por el declive del poder omnímodo de los grandes estudios europeos, el advenimiento masivo de la televisión y el vídeo y un relevo generacional que llevó al director a distanciarse de los gustos del público y la crítica, que llegó a tachar su cine de grandilocuente, para satisfacer sus propias necesidades creativas en títulos como Casanova, La Ciudad de las Mujeres o Ginger y Fred.
Es en esta etapa cuando su figura de gurú incuestionable del cine europeo pasa a un segundo plano tras la revolución que para la gran pantalla suponen los trabajos de realizadores como François Truffaut, Rainer Fassbinder, Wim Wenders, Andrei Tarkovski, Carlos Saura, Ken Russell o los italianos Pier Paolo Pasolini o Bernardo Bertolucci. Sin embargo, el gran Fellini logrará redondear su obra con un puñado de películas como Los clowns, Roma, Ensayo de orquesta o Y la nave va, de menor presupuesto y absolutamente personales pero que han quedado grabadas en la mente de cualquier buen aficionado.
Cinco Oscar en cuatro décadas
Cuatro de sus películas consiguieron el Oscar en la categoría de Mejor película extrajera, La Strada en 1956; Las noches de Cabiria en 1957; Ocho y medio en 1963 y Amarcord en 1974. Sin embargo, a pesar de haber sido nominado en otras tres ocasiones para el Oscar al mejor director por La dolce vita (1961), Ocho y medio (1963) y Satyricon en 1970, el italiano debió esperar hasta 1992 para recibir una estatuilla honorífica por el conjunto de toda su carrera, justo un año antes de su muerte, a los 73 años, en Roma, el 31 de octubre de 1993, vícitma de un derrame cerebral que le sobrevino tres meses antes en Rimini.
Tanto su capilla ardiente, instalada en Cinecitta, como su funeral, celebrado en la iglesia romana de Santa Maria de los Angeles, contaron con la presencia de decenas de miles de personas que jamás olvidarán que aquel mismo 31 de octubre en el que en una acera de Los Angeles aparecía el cadáver de River Phoenix, en Roma fallecía, acompañado de su eterna musa y compañera, Giulietta Masina, Federico Fellini, un hombre convencido de que "nuestros sueños son nuestra única vida real".
Federico Fellini a través de sus frases
Muchas son las frases por las que el realizador italiano se definió a sí ismo y a su obra y que pasaron a la posteridad. Estas son algunas de ellas:
- El negocio del cine es macabro, grotesco: es una mezcla de partido de fútbol y de burdel.
- La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural.
- Condenar la televisión sería tan ridículo como excomulgar la electricidad o la teoría de la gravedad.
- El único realista de verdad es el visionario.
- Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador.
- Cuento las cosas con imágenes, así que tengo que atravesar por fuerza esos corredores llamados subjetividad.
- Nuestros sueños son nuestra única vida real.
Sobre el autor:
Antonio Castillejo
Antonio Castillejo es abogado y periodista. Comenzó su carrera profesional en la Agencia Fax Press dirigida entonces por su fundador, Manu Leguineche, en la que se mantuvo hasta su desaparición en 2009. Especializado en información cultural y de viajes, desde entonces ha trabajado en numerosos medios de prensa, radio y televisión. Actualmente volcado con los mayores en 65Ymás desde su nacimiento.