David Vargas
Cine de altura para sobrellevar el confinamiento
He crecido mofándome del cine español. De pequeño, en casa solo veíamos películas y series extranjeras, preferiblemente americanas: westerns, thrillers, policíacas, alguna comedia… En el momento en el que alguien sugería ver algún filme español —normalmente mi abuela y siempre comedias de Paco Martínez Soria—, mi padre salía al paso con aquello de “En mi casa no se ven esas cutradas”. Con los años, sin embargo, he aprendido a valorar nuestro cine, sobre todo a partir de mediados de los noventa, con la entrada de nuevos valores como Amenábar, Álex de la Iglesia, Armendáriz… (Almodóvar era la excepción, siempre me ha gustado). Y es ahí donde se produce el punto de inflexión que hace que me siente por primera vez a ver, de forma desprejuiciada, algunos de nuestros clásicos. Y, sí, debo admitirlo: hay películas muy buenas. Lo siento, papá, estabas equivocado.
‘La cabina’
Esta película de 1972 de Antonio Mercero (el de Verano azul) está protagonizada por José Luis López Vázquez e inspirada en un cuento de Juan José Plans. Dura poco más de media hora y cuenta la historia de un hombre que se queda encerrado en una cabina de teléfonos (de esas de las que apenas queda alguna en nuestro país). Así explicado, el argumento parece un poco tonto, pero ¿qué pasa si te digo que es una historia de terror puro? El hecho de que no pueda salir convierte la situación en kafkiana. Cuando la vi por primera vez, sentí pánico y angustia, sobre todo cuando los transeúntes que al principio intentaban ayudarlo a salir empiezan a reírse de él y a saludarlo, como si todo fuera una broma. No quiero destriparte el final, te sorprenderá como me pasó a mí. Sí diré que este mediometraje consiguió un premio Emmy al mejor telefilme.
‘Viridiana’
Mi película favorita de Buñuel es Belle de jour, con la fantástica Catherine Deneuve, pero considero que este filme es más francés que español, así que he decidido hablar de la también excelente Viridiana, que se rodó en España, con actores españoles (a excepción de la protagonista, que era mexicana) y que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1961. El argumento, como todos los de este director, es llanamente surrealista: una novicia de nombre Viridiana (Silvia Pinal) deja el convento para visitar a su tío (Fernando Rey), que ve en ella la encarnación de su difunta esposa y la mantiene secuestrada en su casa.
En realidad, es una película bastante subversiva y, para haberse rodado hace casi sesenta años, muy actual. No tanto por lo que cuenta —la historia es simple a matar—, sino por cómo lo cuenta. Es una parábola de la que se extrae una verdad, la verdad de Buñuel: en el mundo real, la justicia y la libertad son pura fantasía. Por no hablar de las obsesiones y fetichismos del director, que están todos ahí. La película fue un escándalo en su momento; si, tantos años después, sigue dando que hablar no puede significar otra cosa que estamos ante una obra de arte. Imprescindible.
‘La escopeta nacional’
Vi esta cinta de Luis García Berlanga de 1978 hace relativamente poco y me pareció que podría haberse rodado hoy mismo. Así estaban las cosas entonces en nuestro país hace 40 años y así están ahora; poco parece haber cambiado si atendemos a la historia que nos cuenta: un fabricante catalán de porteros electrónicos para fincas (inmenso José Sazatornil) viaja a Madrid con su secretaria/amante (divertida Mónica Randall) para asistir a una cacería organizada por unos marqueses, pero pagada por el fabricante. El objetivo es establecer contactos en la capital para mejorar su negocio. Por supuesto, en la cacería están representados todos los estamentos de poder de menos a más del país: empresariado, burguesía, aristocracia, Iglesia y política. Pero, más allá de la crítica a los poderes establecidos y de ser un canto a la anarquía, Berlanga tiene un sentido del humor muy característico que transpira en todo el filme. Muy divertido.
‘Los santos inocentes’
Este largometraje de Mario Camus de 1984 está basado en la novela homónima de Miguel Delibes y es una crítica implacable a la situación de extrema pobreza e incultura a la que estaban sometidos los labriegos y sus familias en las extensas haciendas del sur del país. Paco (Alfredo Landa) y Régula (Terele Pávez), junto con sus tres hijos, viven y trabajan en un cortijo para los señores, que los humillan constantemente. Cabe destacar la interpretación de Paco Rabal en el papel de Azarías, el hermano con discapacidad mental de Régula. El retrato que hace Camus de las clases bajas campesinas de la época es magistral, con una crítica sin paliativos a la opresión que ejercían las clases pudientes sobre aquellas. Casi podríamos decir que los sirvientes son tratados por los señores como animales. De hecho, los “inocentes” del título hacen referencia a los humanos sometidos, que no han hecho nada para merecer la pobreza e infelicidad que les ha tocado en vida. Todo un tratado sobre la desigualdad de clases.
‘Tesis’
Esta película de suspense de 1996 es el primer largometraje de Alejandro Amenábar, que ya apuntaba maneras. Tras casi un cuarto de siglo desde su estreno, admito que no sé cómo habrá envejecido Tesis, pues no la he vuelto a ver desde entonces, pero en su momento supuso un soplo de aire fresco en la cinematografía nacional. Por fin alguien se atrevía con un género, el del thriller patrio, que no había cosechado ningún éxito destacable hasta que llegó Amenábar. Además, el trío protagonista es excelente: Ana Torrent, Fele Martínez y Eduardo Noriega.
La historia habla de Ángela, una joven que prepara su tesis doctoral sobre la violencia audiovisual y cuyo director de estudios es asesinado. Entonces se verá envuelta en un triángulo amoroso y de suspense con Chema, un experto en cine gore, y Bosco, otro estudiante de la misma facultad. La trama gira en torno al morbo mediático (que empezó en nuestro país con el caso de las niñas de Alcàsser) y a la realización de snuff movies (sobre la filmación de homicidios reales). También es una crítica a los inicios de la telebasura como fenómeno que acabó implantándose en España. Una ópera prima de altura que se alzó con 7 premios Goya en la edición de 1997.