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Sebastián Lelio, el director chileno ganador del Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2017 por Una mujer fantástica, estrena El prodigio, protagonizada Florence Pugh (No te preocupes querida, Viuda Negra). El largometraje está basado en la novela de Emma Donoghuey que, ambientado en una aldea ultracatólica de la Irlanda del siglo XIX donde una niña de 11 años asegura que lleva cuatro meses sin comer y que sobrevive de forma milagrosa gracias al 'maná del cielo', ya está disponible en Netflix tras su fugaz paso por las salas de cine.
"Es un momento de transición el que estamos viviendo, pero también de contradicciones y paradojas. La película no existiría si no fuese por Netflix, pero me habría gustado que hubiera pasado por más países, por más cines, por más salas... por supuesto. Pero al mismo tiempo estoy muy agradecido a ellos por haberla podido hacer", reconoce el director en una entrevista concedida a Europa Press en la que reflexiona sobre la necesaria coexistencia de las salas tradicionales y las plataformas.
En este sentido, Lelio asegura que la "pena" que siente por que su última película "no esté en salas por todas partes por más tiempo" se ve en parte contrarrestada por la "curiosidad" que le despierta que de la noche a la mañana su película esté disponible en 240 millones de pantallas gracias a la plataforma. "Estoy tratando de entenderlo, yo también soy nuevo en esto", insiste el realizador chileno que se aleja de aquellas voces, algunas muy autorizadas y prestigiosas, que ven en el 'boom' del streaming el principio del fin del cine.
Partiendo de una visión "no apocalíptica, sino integrada", el realizador espera que poco a poco el panorama se aclare y de lugar a "una relación más híbrida" que, sin negar "la popularidad y el enorme alcance de las plataformas", permita la existencia del cine en salas". "En la historia del cine se ha ido declarando su muerte desde que nació. Lo iba a matar el sonido, la televisión, el VHS, el cable... y por su puesto, internet. Yo creo que el cine en salas no va morir, pero en el camino va a correr sangre", vaticina.
En su reflexión, Lelio pone especial acento en la protección y cuidado de ese "cine más pequeño, incluso de clase media", que está quedando "arrinconado" en la cartelera por las grandes superproducciones. "No concibo una ciudad contemporánea sin salas de cine (...) Pero necesitamos multiplicidad de miradas y lecturas para que el cine cumpla su función", reivindica el director que, volviendo a 'El prodigio', reconoce que quedó "fascinado" en cuanto leyó la novela de Emma Donoghue.
"Conecté emocionalmente con Lib, la enfermera protagonista. Una mujer racional, científica y moderna que es convocada por un grupo de hombres de la Irlanda de 1862 para observar, pero sin intervenir, a una niña que presuntamente lleva sin comer cuatro meses", relata el director que destaca el "magnético" y "casi hechizante" trabajo de Florence Pugh y también de la aún más joven Kíla Lord Cassidy.
Ciencia vs fanatismo
Dos personajes, apunta el director, que "necesitan salvarse mutuamente" y entre los que se establece un vínculo de "sororidad" que se va transformando hasta "devenir en un amor casi maternal". Una relación compleja en un ambiente radicalizado y hostil, tan solo una década después de la gran hambruna irlandesa, en el que personaje de Puig deberá afrontar "un viaje desde la razón para enfrentarse al fanatismo religioso y al dilema moral de qué hacer con la niña".
"No estamos tratando la existencia o no de Dios, la película no habla de eso. Habla de dos formas de leer la realidad y del poder de la ficción en nuestras vidas. De cómo los relatos, las historias, devienen en poder político y en control", defiende Lelio que precisamente con esta alerta interpela al espectador en el inicio y el desenlace del filme. Una suerte de "aviso" para trasladar al otro lado de la pantalla "la responsabilidad de cuestionar en aquello que se cree" para "no dejar que nuestras creencias, nuestra religión o nuestra ideología piensen por nosotros".
Esas son, según el director, las "fuerzas" que chocan en El prodigio donde de un lado está "el fanatismo religioso de la comunidad que encontró su verdad, opera desde ahí, deforma la realidad desde ahí y está incluso dispuesta a que muera una niña para mantener el poder que esa verdad les da" y del otro la "versatilidad y elasticidad intelectual" de Lib, la enfermera protagonista "que por ser científica tiene una mayor conexión con la incertidumbre, capacidad de amoldarse y cuestionar".
Un choque, el de "esa elasticidad y esa rigidez", que es también "muy 2022". "La película tiene algo de eso, de decirle al espectador '¡Despertemos! ¡Alerta! No se duerman ante el poder de la ficción ni siquiera de la propia película, sospechen del relato incluso de este'. En este sentido la película intenta ser en si misma el problema al mirar de vuelta al espectador para preguntarle qué tipo de creyente es, crea en lo que crea, si rígido o elástico", expone el director que se define a si mismo como "elástico" intentando tener una "actitud científica ante la realidad".
"Sospecho de todo relato, pero a la vez admiro todos los relatos que tienen belleza", dice el director que en El prodigio presenta al espectador una propuesta muy ambiciosa en lo intelectual, pero también en lo visual, con ásperas pero imponentes localizaciones reales y una cuidada fotografía que maneja con elegancia el claroscuro a cargo de Ari Wegner.
Precisamente lograr ese equilibrio entre "honrar los temas que explora, que son delicados y duros ante los que los que no se puede ser frívolo, y el deleite visual", fue el gran reto de Lelio en este filme. "Alfred Hitchcock decía que una película no tenía que ser un pedazo de vida, sino un pedazo de pastel. Y yo creo que ahí hay algo de verdad, porque encontrar el balance entre el placer estético y el dolor de los temas fue lo más difícil (...) Queríamos esplendor estético y agudeza temática y que las dos cosas no se anularan", concluye.