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Tras el triste fallecimiento de Javier Reverte en octubre del año pasado, a los 76 años, ya está en las librerías de toda España e su novela póstuma, Hombre al agua, editada por Plaza & Janés. Se trata de una novela lúcida, hilarante y comprometida en la que convergen géneros como la sátira, el esperpento, la parodia, la picaresca, el costumbrismo y el absurdo para componer un retrato, a un tiempo despiadado y cálido. Una historia construida con idénticas dosis de rabia y afecto, de un país lleno de vicios deplorables pero también de seres entrañables que se resisten a la derrota definitiva.
Trabajador infatigable, Javier Reverte fue un escritor dotado de una grandísima imaginación y una muy notable capacidad de ahondar en la naturaleza humana. Fue, también, un prolífico novelista que andaba siempre, entre viaje y viaje, con una novela en la cabeza o en el ordenador. Y eso hizo hasta el final de sus días cuando, ya enfermo y consciente del poco tiempo que le quedaba por vivir, estuvo corrigiendo y poniendo el punto final a esta novela que hoy se publica.
Su mayor deseo era ver impresa Hombre al agua y, de hecho, la editorial tomó la decisión de adelantar la publicación unos meses para que pudiera tener el libro en sus manos pero, lamentablemente, no se llegó a tiempo.
Sus memorias y su último viaje
A pesar de todo Javier no solo logró entregar, pulida y corregida, esta novela sino que también nos dejó su libro de memorias, Queridos camaradas: una vida, que escribió “a saltos” entre 2005 y 2020, entre Madrid y Valsaín, su querido refugio de la infancia y de los años finales.
Y también concluyó el que será su último libro, de su último viaje, el realizado a Irán y a Turquía, cuyo título, La última frontera, parte de una precisa cita de Goethe que define perfectamente el espíritu de ese libro: “Oriente y Occidente no pueden vivir separados”.
Javier Reverte fue un hombre comprometido con el oficio de escritor, exigente con lo que leía, fue un lector voraz y curioso al que no era difícil encontrar buceando entre las estanterías de La casa del libro. Siempre fue muy exigente con lo que escribía, tanto en la literatura de viajes como en la crónica periodística, la poesía o la narrativa.
Prácticamente su obra entera se halla en el catálogo de Penguin Random House (Plaza & Janés y Debolsillo) y lo último que pidió a sus editores fue, simplemente, lo primero que cualquier autor ha de exigir a la editorial en la que publica: que cuide y mantenga sus libros vivos. "Y en eso estamos ahora con la tristeza que supone haber perdido a uno de nuestros más queridos autores", explican desde la editorial.
Compromiso social
Hombre al agua es digna heredera de esa corriente periodística y literaria española que ha acudido al humor más desatado con el objetivo de denunciar las profundas desigualdades sociales y los abusos de poder en todos sus estamentos, que ha fiado a la carcajada aguda o a la inteligencia socarrona la función de destapar nuestras miserias y recordarnos la poesía que muchas veces yace oculta en el débil.
Impulsado por su hondo compromiso social y por su insobornable ánimo justiciero —sólo hay que pensar en términos autobiográficos en su lucha por el derecho de los creadores a percibir derechos de autor sin menoscabo de sus respectivas pensiones de jubilación— Javier Reverte entendió, como los maestros citados, que no hay mejor arma para la denuncia que las risas cargadas de veneno.
Puede afirmarse, sin incurrir en hipérbole, que el libro no deja títere con cabeza pues no hay gran institución o estamento que se salve de las pullas o la ridiculización. La Corona, políticos, sindicalistas, eclesiásticos, militares, policías, tertulianos, el CESID, el Opus Dei… quedan retratados bajo la mirada jocosa del autor.
Sin embargo, por su novela póstuma también desfilan sus vastos conocimientos de la literatura universal, invocándose, directa o indirectamente, desde clásicos griegos como Homero o Ariosto a la poesía de Rilke o referencias a obras de Shakespeare. Atención especial merece el guiño a uno de los pensadores y escritores por los que Reverte profesaba una mayor veneración, Albert Camus, cuya pieza dramática Los justos —en torno a un grupo de revolucionarios que discuten cómo socavar al régimen zarista— encuentra ecos en el retrato del grupúsculo de anarquistas estrambóticos que urden un delirante complot para dañar al capital.
Ánimo crítico-festivo
En sintonía con los saltos entre clases sociales y ambientes, cabe destacar igualmente la riqueza de los registros lingüísticos manejados por el autor, donde la expresión coloquial se entremezcla sin descanso con el apunte culto, el tono populachero y desenfadado con la referencia lírica o anacrónica. Asimismo, puntúa la narración una variopinta oferta de poemas y canciones (coplas, tangos…) para redoblar el ánimo crítico-festivo.
La ciudad de Madrid es un protagonista más, por no decir uno de los principales, y en su esperpéntica visión de la misma, Javier Reverte tuvo en Luces de bohemia uno de sus grandes focos de inspiración. Y es que, si en el clásico de Valle-Inclán los héroes de la tragedia griega acudían a mirarse en los espejos deformantes del callejón del Gato, el protagonista de esta tragicomedia picaresca observa su reflejo en los sucios charcos de la plaza de Lavapiés y se lanza de lleno a la vida, aunque suponga mojarse.
También al modo del Galdós tardío, el de la quinta serie de los Episodios nacionales, el autor encuentra un modo muy personal de reflejar los males del país desde la burla desatada, simultaneando los ambientes sórdidos con las referencias elevadas. Hombre al agua es, en última instancia, el encanto y la excentricidad de la variadísima fauna que la recorre, un verdadero zoo de individuos más turulatos que cuerdos, quienes por momentos parecen salidos de alguna viñeta de 13 Rue del Percebe, otras de La escopeta nacional y a los que quizá sólo una greguería de Gómez de la Serna podría acercase a describir.