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Se cumplen 75 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, y este lunes 27 de enero se conmemora el Día en Memoria de las Víctimas del Holocausto, para recordar a los más de seis millones de judíos exterminados por los nazis y de los decenas de miles de gitanos, homosexuales, republicanos, testigos de Jehová o personas con discapacidad, también víctimas de los campos de concentración y exterminio nazi.
La profesora israelí Meirav Kampeas-Riess, nieta de una de las supervivientes de Auschwitz, Edith Roth, relata en El pequeño libro de los grandes valores (Alienta Editorial), algunos de los horrores que vivió su abuela, cuando se convirtió a los 17 años en la prisionera 9130-A del campo de exterminio nazi.
El libro se remonta a los años anteriores a la llegada de los alemanes a la ciudad de Selish, donde Edith Roth vivía junto a sus dos hermanos, a su madre y su padre. Recuerda que se sentía "muy afortunada" por la familia que tenía. Iba al colegio, ayudaba de vez en cuando en la cafetería de su padre y también a su madre en casa.
Todo iba bien, según relata su nieta de la voz de su abuela, hasta que un día en el colegio el director les dirigió unas palabras: "Como ya sabéis por las numerosas clases en que habéis estudiado la Gran Guerra, nuestra ciudad perteneció en el pasado al territorio de Hungría y con posterioridad fue anexionada por Eslovaquia. Hace escasamente dos días, Chequia se ha disgregado en virtud de los Acuerdos de Múnich. Esto quiere decir que Selish pasará a formar parte del Estado eslovaco, bajo dominio de los húngaros".
El movimiento de soldados húngaros en las calles empezó a ser "intenso" y comenzaron a suceder episodios en contra de los judíos. Les insultaban por la calle --"¡sucio judío!"-- y quemaron el negocio a su padre.
Entre el otoño de 1939 y el de 1940 las cosas fueron "empeorando" en su ciudad, según recuerda. Les retiraron los permisos de trabajo y cerraron todos los establecimientos judíos. "No nos dejaban subir a los trenes y nos hacían caminar por un lado de la calle para que no nos mezcláramos con los ciudadanos no judíos", relata.
"No necesitáis estudiar"
Lo que más daño le hizo a Edith Roth fue que les limitaran el acceso a la escuela. "Nunca olvidaré el día que llegamos como de costumbre y nos encontramos en la puerta a un grupo nutrido de soldados húngaros: "¡No necesitáis estudiar más apestosos judíos!", les dijeron.
Por todo ello, su padre decidió enviarla a ella y a sus hermanos a estudiar a Budapest. Edith no podía soportar la idea de dejar a sus padres allí y a diferencia de sus hermanos, acabó regresando junto a sus padres a Selish, sin poder salir de casa.
Así transcurrieron dos años hasta que una mañana fría de marzo de 1944 recuerda que se despertaron al escuchar un fuerte ruido de pasos de soldados. Marcaron a todos los judíos con una estrella amarilla y la noche de Pésaj de ese mismo año, cuando tenían todo preparado para celebrar esta festividad que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, escucharon unos tremendos golpes en la puerta.
"¡Abrid la puerta, policía! ¡Tenéis que salir afuera, ahora!", gritaron, según el relato de Edith Roth. Allí en la calle, esperaban todos sus vecinos en fila para ser llevados a un gueto. Una mañana mientras dormían, les despertaron unos golpes "atronadores" en la puerta. "Papá –susurré– tengo miedo", cuenta Edith.
"Sentí que me aplastaban muchos cuerpos"
Ese fue el día en que les condujeron a los trenes de Auschwitz. "Al llegar nos esperaba un tren de mercancías. Los soldados de las SS abrieron las puertas y nos empujaron a su interior. Sentí que me aplastaban muchos cuerpos, apenas podía respirar, pero aún podía sentir la mano de mi madre agarrada a la mía", cuenta la superviviente.
Perdieron la noción del tiempo. "El calor era asfixiante, el hambre y, sobre todo, la sensación de humillación eran casi insoportables", cuenta. De pronto, el tren se detuvo y las puertas se abrieron. A duras penas fueron capaces de levantarse del suelo del vagón, estaban "sucias y húmedas a causa de la orina y confundidas".
Edith Roth recuerda que su padre, su madre y ella se agarraron de la mano y caminaron hasta llegar a la entrada de "una especie de prisión con una cancela abierta, una barrera y un rótulo en alemán: El trabajo libera". Después, añade que todo sucedió muy deprisa.
"Nos separaron en medio de un terrible tumulto y al cabo de un momento ya no veía a mamá. A mí y a otras mujeres nos llevaron a empujones en la dirección contraria a los hombres", relata. Aquel día fue el último que Edith vio a su padre y a su madre. Más tarde supo que ambos habían muerto asfixiados en las cámaras de gas.
Allí continuó el horror para Edith Roth. En la fila, cuenta que localizó a una prima suya de 15 años y la tomó fuerte de la mano. Caminaron hasta llegar a una gran sala donde les esperaban varios oficiales de las SS. Las obligaron a desnudarse y las regaron con desinfectante. A continuación, les cortaron el pelo y las marcaron.
"Me llegó el turno. El hombre cogió mi brazo izquierdo con fuerza y comenzó a pincharme con el lapicero. El dolor era terrible. Después de un minuto que se me hizo una eternidad miré mi brazo izquierdo y vi un número 9130-A", señala.
Sobrevivir a Joseph Menguele
Durante semanas, según el relato recogido por su nieta, les ordenaron cavar sin darles apenas comida. Además, cada cierto tiempo, las llevaban hasta una sala donde Joseph Menguele, las reconocía y decidía a cuáles de ellas enviaba a la cámara de gas. Un día, Edith se sentía enferma y muy débil y la envió a la fila de la muerte. En un acto de fuerza y valentía, la joven se cambió de fila.
Corría el mes de enero de 1945 cuando, "con un frío terrible", las sacaron de los barracones. Les ordenaron caminar durante varios días hasta el campo Berguen Belsen. Más de la mitad de las mujeres se quedaron en el camino. Les sentaron en el suelo sin agua ni comida. "A medida que pasaban los días, se nos fueron uniendo miles de cadáveres andantes", recuerda la superviviente de Auschwitz.
Finalmente, apenas dos días después de fallecer la prima de Edith Roth en sus brazos, escucharon por los altavoces del campo: ¡Habéis sido liberados! Edith Roth recuerda que levantó la cabeza y vio aviones con la bandera de Gran Bretaña en el vientre, mientras entraban al campo camiones y tanques británicos.
Edith Roth se negó durante años a contar su testimonio, hasta que finalmente accedió a rescatar su historia por petición de su nieta. Con este libro, la profesora hace un homenaje a su abuela, y quiere recordar que no hay que olvidar el pasado. Los beneficios íntegros de los derechos de autor del libro se destinan a proyectos educativos a través de la ONG Mensajeros de la Paz.