Elia Barceló (Alicante, 1957) es profesora de Estudios Hispánicos en la Universidad de Innsbruck, en Austria. Ha publicado numerosas novelas como Consecuencias naturales, que le valió el reconocimiento internacional y el título de "gran dama de la ciencia ficción española", El vuelo del hipogrifo, El secreto del orfebre, Disfraces terribles, Las largas sombras o Anima Mundi. También es autora de La inquietante familiaridad, una tesis sobre los arquetipos del terror en los relatos de Julio Cortázar. Su obra ha sido traducida al francés, italiano, holandés y alemán, con gran éxito de público y crítica, consolidándose como una de las autoras españolas más internacionales de la narrativa actual. Su última novela es policiaca, La noche de plata, y está protagonizada por una sexagenaria, pero "no es una policiaca más".
PREGUNTA: ¿Cómo surge la idea de La noche de plata?
RESPUESTA: Llevaba muchos años pensando en el tema de las desapariciones infantiles y los delitos contra niños. Entre otras cosas, porque no soy capaz de comprender que exista gente –¡tanta gente!– que les haga daño, no solo conscientemente, sino pagando por ello. Cuando, a lo largo de las dos últimas décadas, salieron a la luz casos espantosos, como el de Fritzl, el secuestro de Natascha Kampusch y el horror institucional del orfanato Wilhelminenberg, mi necesidad de escribir sobre ello se fue intensificando. Hace veinte o treinta años no me creía capaz de escribir una novela como esta, pero el tiempo y la práctica me han llevado a la veteranía necesaria para tratar un tema como este sin hacerle daño al lector o lectora, de un modo que, simplemente, le permita reflexionar sobre la cuestión, pero sin sentirse cómplice de un delito tan terrible. Además, desde el principio supe que quería que fuera una novela híbrida, como todas las mías, y para eso he mezclado la trama policíaca con subtramas psicológicas que me permiten también que haya escenas hasta divertidas.
P.: ¿Qué va a encontrar el lector en esta novela?
R.: Va a encontrar, sobre todo, una novela. Quiero decir, no una policiaca más, donde lo único que importa es saber quién ha sido el asesino, sino un mosaico de personajes, de motivaciones, de experiencias pasadas y planes de futuro, de dolores y alegrías, de gente de distintas edades, de distintos niveles económicos y culturales… Un reflejo de la vida en una situación muy difícil para los protagonistas. Y, de paso, un paseo por la Viena invernal, por una Viena que no es exactamente la que uno ve en un viaje turistico.
P.: ¿Qué es lo que la atrae de los casos de niños secuestrados?
R.: El intento de entender cómo es posible que, en un mundo civilizado como el nuestro, haya gente con ese tipo de deseos y compulsiones, y otra gente que esté dispuesta a proporcionarles lo que desean. No me sirve eso de que “están enfermos”, aunque estoy segura de que lo están; son demasiados. La “industria” de la pornografía con niños y niñas es un campo muy floreciente que abastece a millones de hombres (sí, lo lamento, pero casi todos son hombres) y eso de que “hay que tenerles lástima y ayudarlos porque están enfermos” no me parece una excusa válida. Sé que yo no puedo hacer mucho, pero lo que sí puedo hacer es llamar la atención sobre el tema y contribuir a la reflexión para que, entre todos, hagamos algo en contra.
P.: ¿Quién es Carola Rey Rojo?
R.: Es mi protagonista en La noche de plata, una mujer de 63 años, psicóloga, que ha sido policía toda su vida y ahora está de excedencia durante un año. También se está planteando qué hacer en el futuro próximo, cuando se jubile y, de pronto, le sobre tiempo. Es una persona sensata, fuerte, en forma, que ha sufrido mucho y ha conseguido salir adelante, pero ahora se encuentra en una situación en la que tiene que tomar decisiones importantes, tanto para su vida personal como profesional. Creo que es fácil empatizar con ella. Entre otras cosas porque, en una novela, podemos acceder al pensamiento del personaje y así podemos entender muchas cosas que en la vida real no nos serían posibles, simplemente por falta de datos.
P.: Carola tiene más de 60 años, ¿por qué es tan raro encontrar protagonistas de esa edad?
R.: Porque hay demasiada gente que se deja llevar por los “mandatos” de la moda y, a veces sin siquiera planteárselo conscientemente, no piensa que una novela con dos protagonistas de más de sesenta años pueda resultar interesante. Nos han convencido de que lo único que cuenta hoy en día es ser joven –entre los veintitantos y los cuarenta y tantos–. Si eres mujer, además tienes que estar muy delgada y ser sexualmente atractiva. Si eres varón, tienes que ser musculoso, ambicioso y, a ser posible, rico. Si los protagonistas son hombre y mujer, él puede tener cincuenta años, aladares plateados y sonrisa sabia, pero ella no más de treinta y cinco, pecho firme y tacones.
Todo eso son clichés ridículos que hacen más daño que bien. La mayoría de las personas de treinta años hoy en día no llevan vidas glamurosas y tienen muchos problemas, porque es la fase en la que se amontonan los conflictos laborales, de procreación, de familia, de futuro… de todo. Las personas de más de sesenta tienen otros problemas igual de preocupantes, pero que casi nadie quiere reconocer en las manifestaciones artísticas: la jubilación, el futuro –estadísticamente, a los sesenta quedan todavía de veinte a treinta años de vida–, el cuidado de los padres (que aún viven), los hijos, los nietos, la viudez, la soledad, las necesidades sexuales, la enfermedad, la muerte… ¿Todo eso no es interesante? Aparte de que las aventuras se pueden presentar y vivir a cualquier edad.
P.: En otras manifestaciones de la cultura también sucede. Las actrices, por ejemplo, pasan en sus papeles de ser objeto de deseo a abuelas o casi… ¿Sufren una doble discriminación, por edad y por sexo, cuando no triple por la brecha salarial que hay con sus compañeros?
R.: Las mujeres siempre han sufrido una sangrante discriminación en todos los ámbitos de la vida. Por eso es fundamental que hombres y mujeres –personas, sin más– se den cuenta de que es necesario trabajar juntos para llegar a la equidad, que no tiene ningún sentido que a alguien le paguen menos por el mismo trabajo simplemente porque ha nacido con unos genitales o con otros. Tenemos que ir eliminando el machismo de nuestro pensamiento. ¿Por qué, como decía más arriba, en las películas se ve natural la relación de un hombre con una mujer veinte años más joven, pero, si es al contrario, es un escándalo y hay que tematizarlo en la película? ¿Por qué las mujeres solo servimos como protagonistas mientras somos sexualmente deseables –en opinión masculina, por supuesto– y aún podemos reproducirnos? Todo esto es pura óptica machista, clichés fosilizados desde un punto de vista masculino antiguo que deberían darnos vergüenza a hombres y mujeres por igual.
P.: ¿La juventud y la belleza son el nuevo becerro de oro de nuestra sociedad?
R.: Sí, pero simplemente porque nos dejamos. Cada vez aumenta más la población mayor de sesenta años y, estadísticamente, son el grupo que más libertad, tiempo y dinero tiene. En esta sociedad, tan centrada en la economía, deberían haberse dado cuenta ya de que tendrían que empezar a cambiar la imagen de los mayores de sesenta, aunque solo fuera para poder vendernos más cosas. Los novelistas y cineastas, todos los profesionales de contar historias deberían dejar de repetir siempre lo mismo y abrirse a otros intereses, conflictos, temas… Todos los lectores del mundo hemos crecido identificándonos con personajes que no tenían nada que ver con nosotros (piratas, vaqueros, astronautas, espías… cualquier cosa) ¿y ahora resulta que tienen miedo de que una novela o una película con personajes menos jóvenes ya no vaya a funcionar comercialmente porque “los jóvenes no se identifican con viejos”?
P.: ¿Piensa que en España el edadismo, la discriminación por razón de la edad, es cada vez más un grave problema?
R.: No es una cuestión española, pasa en todas partes. Las generaciones que han crecido con internet piensan que ya no necesitan la experiencia ni el saber hacer de nadie, que, con mirarlo en un buscador, tienen la respuesta a todas las preguntas. Quizá el grupo de edad del que hablamos haya contribuido también con su actitud a que nos hagan de menos. Hay una frase hecha que dice que para llevarse bien con los jóvenes hay que tener la boca cerrada y el monedero abierto. Muchos padres y abuelos ayudan a sus hijos con tiempo, esfuerzo y dinero, pero luego aceptan que su opinión sea despreciada o no tenida en cuenta. Tal vez si dejáramos claro que solo con respeto y equidad se puede contar con nosotros, tendrían que plantearse otra forma de relacionarse.
P.: ¿Cual es la situación en Austria?
R.: Aquí el respeto social no se ha perdido tanto, en parte porque en todas las escuelas los alumnos hablan de usted a sus profesores y la relación médico-paciente también es de usted, y todas las personas que no se conocen se hablan de usted hasta que la relación se hace más personal. Parece una tontería, pero hay mucha gente que, al hablar de tú, pierde el respeto al otro (cosa que es una barbaridad, pero que se da mucho). Los insultos y las bromas de mal gusto no funcionan igual cuando se habla de usted y, por tanto, se usan menos.
Sin embargo, aquí también se tiende a pensar que, en cuanto una persona está jubilada, su opinión ya no cuenta tanto porque “ya no es nadie”. En todo el primer mundo hemos definido el valor de la gente por su “utilidad laboral” y por “qué es uno”. No hay más que ver que, cuando conoces a alguien, casi la primera pregunta es “qué eres” o “en qué trabajas”. Por eso los jubilados insisten en decir enseguida quiénes eran o fueron, y eso suena a batallita que no le interesa a nadie, porque ya no eres eso. Un absurdo, claro, porque alguien que ha sido profesor, médica, mecánica, fontanero, abogada, electricista, músico… durante cuarenta años sigue siéndolo.
Portada de La noche de plata. Foto: Roca Editorial
P.: ¿Cómo han conseguido vendernos el engaño de que después de los 60 años la vida ya no tiene prácticamente nada que ofrecer?
R.: Ya digo. Porque somos un poco tontos. Porque hemos aceptado que lo más importante de todo lo que somos es nuestro trabajo y, cuando eso desaparece, ya no somos nada. También han conseguido convencernos de que, una vez fuera del mundo laboral, nuestra única utilidad es servir a los demás, como si no hubiéramos servido ya bastante a lo largo de la vida. Cambiar un trabajo por otro. Muchos hijos suponen que ahora los abuelos se encargarán de los nietos para que ellos tengan más tiempo para sí mismos. A muchos, por ejemplo, no les hace gracia que los mayores se vayan de viaje cuando quieran o empiecen a aprender cosas nuevas y dispongan de su tiempo, o que vendan el piso de toda la vida y se trasladen a otra ciudad o país. Ellos reivindican total libertad y la recortan a sus padres. Esas son las cosas que tenemos que cambiar.
A los sesenta, es como cuando acabas el instituto y tienes mil posibilidades frente a ti. Tienes -si hay suerte y la salud acompaña- un mínimo de quince años para hacer cosas nuevas o dedicarte más a las que te han gustado siempre. Cuando yo trabajaba en la Universidad, tuve varias veces estudiantes que habían empezado la carrera al jubilarse y eran excelentes porque lo hacían con entusiasmo, dedicando tiempo y esfuerzo, y sacando mucho placer de ello. Los estudiantes jóvenes, aunque al principio tuvieran reticencias, siempre los aceptaron con alegría y se pegaban por estar en el mismo grupo de trabajo. Todos terminaron la carrera; yo estuve en su graduación.
P.: ¿Le gusta que la llamen “la dama de los mil mundos”?
R.: Claro. Es un título muy bonito, y además muy certero. Es así como yo me siento a mí misma, siempre dispuesta a explorar nuevos territorios literarios.
P.: Carola está atravesando el síndrome del ‘nido vacío’, ¿Tan tremendo es?
R.: No, al menos en mi caso, no; yo siempre supe, desde el mismo momento de nacer mis hijos que iba a ser un privilegio criarlos, pero que su vida era suya y tendrían que irse. Carola tampoco sufre de “nido vacío”. Ella misma ha animado a su hijo a que se vaya de Erasmus. Su problema es más amplio y abstracto: la soledad de la tercera etapa de la vida, cuando has perdido a tu compañero y, aunque te gustaría no estar sola, no tienes muy claro a qué estás dispuesta a renunciar a cambio de compañía. Esto lo sufren mucho más las mujeres, ya que, en muchos casos, la soledad viene también unida al regalo sorpresa de una nueva libertad: antes te supeditabas a los deseos, horarios y costumbres de tu marido, y ahora puedes hacer lo que quieras cuando quieras. Entonces te planteas si quieres seguir libre, pero sola, o volver a adaptarte a alguien que te limita. Los hombres no tienen ese problema porque casi siempre es ella la que se va a plegar y para ellos los cambios son todos positivos: ya no están solos y conservan su libertad.
P.: Ahora está en Austria, pero ¿qué es lo mejor y lo peor de ese país? ¿Y de España?
R: Llevo tanto tiempo aquí (más que en España) que me resulta muy difícil ver a Austria con ojos limpios. De Austria me gusta la eficiencia, el respeto social, la falta de crispación política, el buen funcionamiento de las instituciones, la calidad de la sanidad y de la enseñanza… y no me gusta la distancia en las relaciones, el excesivo amor a las tradiciones, el nacionalismo, el racismo… De España me encanta la cercanía social, la lengua, la comida, la rapidez para integrarse… y detesto la vulgaridad, el amor al cotilleo (que ha colonizado incluso las noticias nacionales), la crispación política, el desprecio a la ciencia, los nacionalismos, la falta de sentido europeo… Hay muchas cosas a favor y en contra de los dos países.
P.: ¿También en Austria, como suele suceder en España, los mayores sufren de soledad no deseada, de edadismo, de ninguneo social y se les ponen todas las trabas para su participación activa en la sociedad?
R.: La soledad es un grave problema en todas partes. En Austria quizá más, porque es más difícil entablar relaciones y hacer amigos a la edad que sea. El ninguneo social, en mi opinión, no es tan fuerte como en España porque, aunque sea simplemente por costumbre, la lengua está preparada para expresar respeto. Las trabas no existen, que yo sepa. Aquí tenemos una institución estupenda que es la “Universidad Popular” donde cualquiera puede apuntarse para aprender lo que le apetezca por un precio muy razonable, sin límite de edad y sin necesidad de tener estudios anteriores. La mayor parte de los inscritos tienen más de cincuenta años porque es la edad en la que las personas vamos estando más libres. Hay cursos de mañana, de tarde y de noche, de todo lo que se pueda imaginar: cocina, ciencia, yoga, pintura, fotografía, historia, informática, cómo sacarle partido a tu móvil… Y también tenemos la Escuela de Música, donde uno puede acudir a aprender cualquier instrumento, o canto. Hay clubs deportivos para gente mayor, hay cursos de gimnasia sin límite de edad… De todo.
De todas formas, las películas y la publicidad han hecho mucho daño en la imagen que los jóvenes tienen de las personas que ya no lo son. Parece que estamos volviendo un poco a lo que nosotros mismos decíamos en los años sesenta y setenta: “Nunca te fíes de alguien que tenga más de treinta años”.
P.: ¿Tratará el tema de la pandemia en alguno de sus libros?
R.: No creo, la verdad. Como amante de la ciencia ficción de toda la vida, he leído ya muchas obras con ese tipo de temas y, personalmente, no me interesa demasiado. Para mí es mucho más interesante tratar otro tipo de enfermedades globales, “pandemias”, como la soledad, la falta de solidaridad y de respeto, la frustración vital, el miedo a la muerte y al olvido…
P.: ¿Qué opina con respecto a lo que ha sucedido durante la pandemia?
R.: Que tendríamos que haber estado preparados para enfrentarnos a algo que sabíamos que podía suceder en cualquier momento. Me preocupa que seamos, como civilización, tan irresponsables y que luego, en lugar de reaccionar juntos y tratar de superarlo, nos dediquemos a echarnos culpas unos a otros, y que los partidos tengan más interés en ganar que en colaborar con otros en bien del país. También me preocupa que, después de tantos años de escuela gratuita y obligatoria, siga habiendo gente que “no cree” en la ciencia o se dedica a inventar teorías conspiranoicas y esotéricas.
P.: ¿Se plantearía abordar en un libro el horror que se ha vivido en las residencias de mayores desde el pasado mes de marzo?
R.: En este momento, no. Está demasiado cerca. Y seguramente no lo abordaría de modo realista, hablando concretamente de lo que ha sucedido en plan documental. Creo que sería más potente tratarlo en clave fantástica y retorciendo un par de cosas para sorprender a quien lo lea. Si te limitas a decir lo que de verdad sucedió, nadie quiere leerlo porque resulta “desagradable”, ahora que, copiando a los estadounidenses, nos estamos poniendo tan sensibles.