Aunque podemos encontrarlas en varias ciudades españolas, se dice las corralas son más madrileñas que el chotis y hasta que los chulapos y chulapas. Se trata de un tipo de vivienda característica del viejo Madrid, diseñada como casa de corredor, que cuenta con un armazón de madera y unos balcones que dan a un patio interior, lugar donde los vecinos hacían vida. Estos inmuebles acogían a las familias más humildes que llegaban a la capital preindustrial del siglo XIX: las casas, mal ventiladas, no superaban los 30 metros cuadrados y los baños eran comunes, solía haber uno por planta. Varias fueron reformadas en los años 80, modernizando su interior, pero respetando la estructura exterior original. A día de hoy, podemos visitar algunas de estas corralas propias del Madrid más castizo en los barrios de Lavapiés, Embajadores y La Latina.
El Centro Cultural La Corrala (calle Carlos Arniches, 3)
Situada en la histórica calle de Carlos Arniches, en pleno Rastro de Madrid, esta corrala es la sede del Museo de Artes y Tradiciones populares y ocupa un edificio alzado en 1860 conocido como El Corralón. Parece que la planta baja del edificio tuvo un uso comercial en su origen, mientras que el piso superior y las buhardillas estaban destinados a viviendas y posadas. Fue rehabilitado por el Ayuntamiento de Madrid en el año 2008, conservando su estructura primitiva de corrala.
Igualmente, el Museo de Artes y Tradiciones Populares ocupa un peculiar espacio en pleno centro de la capital. Por sus fondos y ubicación es uno de los pequeños museos de nuestro país que bien merece una visita.
El Centro Cultural La Corrala (bigstock)
La corrala entre las calles Sombrerete y Tribulete
Entre las calles de Tribulete, 12 y Sombrerete, 13, se encuentra otra de las corralas más célebres de la capital. El derribo del edificio permite verla desde la calle Mesón de Paredes, donde da su patio abierto. Construida en 1872 y restaurada en 1979, es considerada la más popular de Madrid porque inspiró una de las zarzuelas más famosas del mundo, La Revoltosa, con libreto de José López Silva y Carlos Fernández Shaw, y música compuesta por el maestro Ruperto Chapí. Además, esta corrala fue declarada Monumento Nacional en 1977 y, más tarde, ese título se renovó con el de Bien de Interés Cultural.
La corrala del sombrerete en 1980. (Foto: Paolo Monti)
Igualmente, no es la única que encontramos en esta calle, ya que la vía castiza de Tribulete, en el barrio de Embajadores, alberga otra corrala.
La corrala del Rastro (Ribera de Curtidores)
El Rastro es todo un símbolo del Madrid más auténtico: el Madrid de los barquillos, de la pareja de chulapos paseando o del organillo que toca las canciones más populares de la ciudad. Por ello, no es de extrañar que encontremos otra corrala entre sus calles, concretamente, en Ribera de Curtidores, el alma de este mercadillo.
En el siglo XV, en este lugar se asentó el primer matadero del Rastro y, cuatro siglos después, en el XIX, se construyó la corrala, restaurada en los años 80.
Corrala de la Ribera de Curtidores (Wikimedia Commons)
La Posada-corrala del León de Oro (calle de la Cava Baja)
Los hermanos Sanz Montero son los dueños de la histórica Posada del León de Oro, ubicada en la Cava Baja, número 12. Se trata de un negocio familiar que heredaron de su bisabuelo, Hipólito. El edificio es el más antiguo de la calle, cuyo origen se remonta a mediados del XVIII. El mayor de los hermanos, Julio Sanz Montero, contó a 'ABC' que aún recuerda la antigua distribución del edificio: era una antigua corrala donde vivió con su familia. Este lugar le lleva a una época que quiere conservar, por ello, mantiene la estructura original de la corrala, pero ahora convertida en un hotel boutique.
La Posada del León de Oro, ubicada en la Cava baja de Madrid (página web)
La corrala 'escondida' en un Centro de mayores, en la calle de la Cabeza
En la calle de la Cabeza, número 14, cerca de la Plaza de Tirso de Molina, está una corrala que, en la actualidad, es un Centro de Mayores de la Comunidad de Madrid. El edificio, construido en torno al siglo XVI, alojó la Cárcel de la Inquisición, que estuvo en funcionamiento hasta el año 1820. Por suerte, a pesar de haber sido reformada recientemente, aún suscita el sabor castizo y la chulería característica de los madrileños de entonces.
Calle de la Cabeza en Madrid. (Foto: flickr. Asia Lillo)
La casa de Tócame Roque era una corrala
Finalmente, otro dato interesante es la influencia de este tipo de vivienda en la cultura popular. A muchos les sonará el término de corrala por leerlo en la famosa obra literaria de Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta, pero lo que la gran mayoría no sabe, es que la frase popular de "esta parece la casa de Tócame Roque" hace referencia a este conjunto de casas. En realidad, era una corrala que existió en Madrid, concretamente en el cruce de la calle Barquillo con la calle Belén, uno de los puntos más transitados hoy en día en el barrio de Justicia y donde se puede encontrar, incluso, una placa conmemorativa sobre este hecho.
La casa de Tócame Roque, imaginada por Manuel García Hispaleto (Wikimedia Commons)
Como en todas las corralas, el patio era el lugar de comunidad. Ahí, los vecinos charlaban durante horas y los niños jugaban, por lo que este modo de vida les convertía en una gran familia. Dicho esto, no es de extrañar las peleas, los chismes y la jarana que se formaba allí y que cuadra con esta expresión que hace mención a un hogar donde empieza a reinar un cierto caos. Algo que sucedía en la casa de Tócame Roque, habitada en los siglos XVIII y XIX, un lugar donde eran frecuentes las voces, las fiestas, el ruido y las riñas entre vecinos. A fin de cuentas, allí habitaban unas 72 familias y muchas de ellas llevaban a cabo su labor herrera en el patio de la corrala. Si a eso le unimos que a mediados del siglo XIX fue ordenado su desahucio y que tardaron más de un año en echar a todos los inquilinos, ya que no lo pusieron precisamente fácil, la casa de Tócame Roque siempre sería sinónimo de bullicio.
La historia cuenta que el hombre –de nombre ya inmortal–, Roque, tenía un hermano llamado Juan. Ambos comenzaron un pleito por adueñarse de la propiedad, ya que la herencia que les dejaba el edificio no aclaraba demasiado bien a quién pertenecía. Así que las discusiones eran constantes y los vecinos no hacían más que escuchar a Juan decir “tócame, Roque”, mientras que el interpelado respondía con “no, tócame a mí”. La guasa local provocó que se terminara denominando la casa de Tócame Roque. Y fue tal la repercusión que incluso apareció en obras teatrales como La Petra y la Juana de Ramón de la Cruz, o La Casa de Tócame Roque, de Ramón Ortega y Frías.