– Cuando sea mayor…
– Lo dices como una amenaza y lo sueñas como hicimos todos a tu edad. Sin embargo, ya verás como según vayas cumpliendo años, esa idea que tienes de que ser mayor es una ventaja va desapareciendo. Si te fijas un poco, lo decimos sin darnos cuenta. Tú hablas de cuando seas mayor. Y yo, como abuelo, casi siempre hablo de cuando era pequeño. Los mayores tenemos nuestra vida en los recuerdos.
– Abuelo. ¿Y dónde los guardas?
– Como tú, en el cerebro, que ya te habrán explicado que es como un ordenador. Aunque no te trae al presente todo con la misma velocidad que ese que tiene papá encima de la mesa del despacho. Todo es cuestión de la memoria, que es una cosa prodigiosa…
– Pero no me contestaste: ¿dónde está la memoria?
– En el cerebro, pero no en un sitio concreto. Mira, de la memoria, aun sabiendo mucho, se sabe muy poco. Sabemos que reside en el cerebro y poco más. Piensa en una masa de barro en la que van quedando impresas las huellas de lo que has vivido. Bueno, pues un filósofo como Aristóteles definió así la memoria: es esa especie de barro donde quedan las huellas de lo que has vivido. Y eso son los recuerdos.
– Lo del ordenador parece más...
– Sí, pero la memoria no actúa como un ordenador, porque no clasifica como él y, sobre todo, la memoria tiene una facilidad para relacionar esos recuerdos que no la tiene el ordenador. Y también es verdad que la memoria falla mucho más que la computadora. Tú le das a la tecla y la máquina no se equivoca; pero no tenemos una tecla que mande traer un recuerdo.
– ¿Por ejemplo?
– Tu memoria relaciona cosas muy lejanas. Si ahora recuerdas el colegio, además de la clase y de los deberes, te acuerdas de tus amigos y del recreo.
– Entonces volviendo a lo de antes: si la huella en la masa de barro es muy grande, ¿quiere decir que se recordará mejor?
– Exacto. Por eso hay cosas de las que te acuerdas muy bien y otras que tienes que hacer un esfuerzo grande. Mira: la memoria hace sobre todo tres cosas. Primero, recibe información; después, guarda y archiva esa información; y más tarde, la recupera cuando necesita recordarla, aunque no siempre sea con la rapidez que quisiéramos.
– Yo quiero tener una memoria grande, así como la tuya.
– Yo no tengo mucha memoria: me acuerdo de muchas cosas porque viví muchas cosas, pero también olvido, olvidé y olvidaré muchísimas más.
– Abuelo, estaba pensando que sería estupendo acordarse de todo.
– ¿Tú crees?
– ¡Claro! Fíjate cómo sería recordar todo lo que ves, todo lo que vives, a todos los que conoces...
– A lo mejor, en vez de ser estupendo se convierte en un suplicio.
– No entiendo por qué.
– Es posible que una gran memoria sea envidiable. Pero recordar todo, absolutamente todo, puede ser uno de los mayores pesares. No te olvides de una cosa: recordar es importante para la vida. Pero mucho más parece poder olvidar, entre otras cosas para hacer sitio para los nuevos recuerdos.
– ¿Quieres que juguemos un poco a los recuerdos?
– ¡Venga!
– Solo te voy a hacer una pregunta: ¿qué pasaría si no pudieras olvidar nada?
– Bueno, que me acordaría de todo.
– Pero si te acuerdas de todo, ¿crees que podrías hacer algo? Piensa por ejemplo: antes de salir a la calle, ¿qué me pongo? Chaqueta, jersey… Mira: para tomar una decisión, la que sea, tú, quizá sin darte cuenta, sopesas las opciones que tienes, que suelen ser dos o tres… Voy a jugar, voy al parque, llamo a mi amigo… Pero si tienes presente todo, no dirías mi amigo, sino a todos los que conociste; y si decides jugar, empezarías a dudar si jugar a esto o a esto otro.
– No sé, abuelo, me estás armando un lio…
– Es verdad. Te lo estoy armando adrede. Solamente te hago una pegunta: ¿puedes decidirte por algo cuando todavía no has acabado de pensar en todas las posibilidades que tienes? Piensa un momento: recordar todo te obligaría a analizar, porque lo tienes presente, todas las circunstancias y todos los pormenores.
– ¿Y entonces?
– No sería fácil decidirse por una cosa u otra. Fíjate, solo en los cuentos que has leído. Recordar todo lo que lees sería magnífico, claro. Pero supondría poner al mismo nivel de recuerdo las visitas a la abuela de Caperucita con las aventuras del Quijote o las piedrecitas de Pulgarcito con la Bella Durmiente o la bruja de Blancanieves. Pero todo junto, sin saber qué decisión tomar.
– No está mal olvidar entonces…
– No solo no está mal. Es que es necesario. Y el esfuerzo en registrar, en retener y en recordar tiene la recompensa de poder echar mano a la despensa de la memoria y traer hasta hoy algo de ayer.
– Pero, no me dijiste donde guardas los recuerdos...
– En la despensa del cerebro, Carlos… Ahí, detrás de los ojos. ¿Quieres sentirlo? Ven, cierra los ojos. Así. Ahora, sin abrirlos mira hacia arriba. Y piensa: ¿qué hice ayer? ¿Lo ves? Estás recuperando los recuerdos. Y ahora vamos a olvidar algo para recordar siempre esta conversación. Es una forma de hacerle sitio a la memoria.