Miércoles 2 de noviembre de 2022
3 minutos
En el discurrir de la vida, trabajando mayoritariamente con y para personas adultas mayores, me he encontrado con todo tipo de casos asociados a la condición de viuda, mujeres con apegos dolorosos, situaciones de desesperanza y mucho aislamiento social. No es la primera vez que lo digo, el sistema patriarcal nos quiere sumisas y esclavas del cuidado para los otros. Las viudas del mundo tenemos que sufrir, estar tristes, confundidas y recluidas. No así, el género masculino, para el que la viudedad puede ser un espacio de nuevas alegrías.
La viudedad es un estado personal, que puede ser transitorio o definitivo, en base a una elección de vida; y esa es mi primera reivindicación. Las mujeres tenemos que seguir decidiendo por nosotras mismas, porque a veces podemos negociar qué película ver en el cine, pero no, renunciar a nuestra identidad, dignidad y autonomía. El estado de ánimo es otra cosa, pues pasado el duelo que es natural, llevar la viudedad con alegría también depende de nosotras. En ese punto me encuentro yo, después de haber despedido a mi marido por 46 años.
En mi nueva condición, he tenido que vivir cuestionamientos difíciles de superar si no eres una mujer empoderada como yo. Es verdad, que con mi marido, y gracias también a él, habíamos hecho un trabajo previo de aceptación y resiliencia, y de prevención del futuro.
En ocasiones, me preguntan cómo aprendemos a envejecer. Yo les respondo que con modelos y guías, y esto también es una decisión. Con quién o con quién no estar. Qué actividades nos estimulan. Y diciendo no, cuando toque, porque también estando sola se pasa muy rico.
La experiencia práctica de la compasión y el desapego ha sido un aprendizaje muy interesante. Ahora continuo mi camino sin dramas y con mucho amor propio. Si aparece o no una pareja en el futuro, ya os lo contaré en próximos capítulos. Mientras tanto, os dejo con mi nuevo lema “Las viudas somos dueñas de nuestra alegría de vivir”. ¿Qué tal si nos unimos por esta causa? Esta es mi realidad y la de muchas. Atrevámonos a decir lo bien que estamos.
Las redes de apoyo y proyectos sociales comunitarios, intergeneracionales e incluyentes nos salvarán del luto riguroso, con el que condenaron a nuestras abuelas, tías y madres. Pongámosle fin a este maltrato impuesto y vivamos una vida multicolor.
