Francisco Olavarría Ramos
Francisco Olavarría Ramos es profesional de la comunicación, con experiencia de trabajo en entidades y empresas relacionadas con las personas mayores o personas con discapacidad.
… saber más sobre el autorMiércoles 14 de diciembre de 2022
2 minutos
Miércoles 14 de diciembre de 2022
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Escribir es un ejercicio interesante que te ayuda a ordenar y generar ideas. Y bien extraño, porque aparecen pensamientos que no sabes muy bien de dónde salen y si te pertenecen o son frutos de otros, y que tú sólo repites de oídas. Sea como fuere, hoy escribo para recopilar algunos de los aprendizajes que en estos diez años trabajando con y para personas mayores me han hecho tener una mayor amplitud de conocimientos y, en algún caso, también ser más compasivo con mi proceso vital y el de mi familia.
Empezaré por aquello que engloba todo. Usar el plural siempre, porque he comprobado que se puede vivir la vejez de múltiples maneras y todos sus protagonistas destacan por sus singularidades. Lo común, desgraciadamente, es su manifestación en el imaginario colectivo, que mira e interpreta esta etapa de manera negativa y despreciativa.
En paralelo al envejecimiento en carne propia, puedo decir que la edad es un valor, un dato importante, pero que, contrario a lo que pudiera parecer, define menos que otras categorías descriptivas. Todo esto lo digo porque los años sí son una ventaja para el que así lo quiere ver, porque hay que quererlo ver así. Seguro que tú también lo piensas: para aprender y desaprender no sólo hay que tener tiempo, sino voluntad.
Mirando con lupa a los que nos llevan esa ventaja, que antes aludía, he visto como te vuelves más práctico y más austero. Será porque ya se dieron cuenta de que la vida es un préstamo o será porque ya no se complican como lo hacían en la juventud. Creo que entender esa caducidad, y aceptar esa constante pérdida, lo hace más provechoso. En ese quitarse capas las personas se descubren más iguales y menos separadas. Por fin.
Mientras, el resto de la población seguirá en su confusión colectiva –que yo también he vivido–, donde todo lo que les importa lo perderán irremediablemente. No así el que asuma su propio envejecimiento y lo bendiga como lo que es, una oportunidad para aprender de la esencia misma.
Todo estos aprendizajes son una rendición a la vida como fue concebida. Lo demás eran fuegos artificiales.