Sara Moreno
Sara Moreno, psicóloga graduada por la Universidad Autónoma de Queretaro (México), profesora con estudios en psicoanálisis y gerontología. Doctoranda en la Universidad de Salamanca, España.
… saber más sobre el autorViernes 10 de marzo de 2023
3 minutos
Como licenciada en psicología, rama de las ciencias de la salud, y con más de 20 años de desempeño laboral y académico, vengo hasta aquí para compartir algunas inquietudes. Seré directa. La amistad y la terapia, con un profesional acreditado, tienen finalidades y cubren necesidades distintas. Son experiencias complementarias. Confundirlas, un error común.
Con nuestras amistades formamos lazos afectivos, que pueden ser mucho más profundos y duraderos que los lazos familiares y de pareja. No hay formalidad en estas relaciones en el sentido de duración, permanencia, aunque de acuerdo con Comte-Sponeville y Borges sí exige una reciprocidad y aprecio mutuo. Hay una implicación de subjetividades, las personas tienen total libertad de decir lo que sienten, lo que piensan, así como demostrar sus afectos. La confianza juega un papel importante, así como la empatía, el dolor y las alegrías se comparten como propias.
La terapia por su parte, busca un objetivo particular dependiendo de la naturaleza, el enfoque, la profesión... Hay una formalidad en el compromiso asumido por las dos partes, implica una relación de confianza depositada en el profesional, por lo que no es una relación recíproca, no hay correspondencia en el compartir emociones, por ejemplo. La ética profesional, las formalidades de horario, sesiones, la contraprestación económica, etc., son aspectos que enmarcan y limitan la relación.
La experiencia de la amistad es una experiencia más o menos común en todas las personas, es tan común que pocas veces nos ponemos a reflexionar sobre nuestros alcances y limitaciones, tanto como personas como en nuestra relación de amistad. Si bien nuestros afectos nos llevan a querer evitar el sufrimiento de las personas que amamos, nuestra naturaleza es limitada y nuestros poderes también, y el reconocerlo es también responsabilidad afectiva.
Mi relación de amistad, en muchas ocasiones, será ineficiente para resolver los problemas que tienen las demás personas, nuestros consejos pueden no ser apropiados y nuestras palabras pueden no ser las más prudentes, eso no significa amar menos, significa que no siempre se tienen las respuestas adecuadas, significa también reconocer nuestra humanidad.
Cuántos errores no habremos cometido diciendo a nuestras amistades: “úntate tal cosa” “mi tío tenía lo mismo e hizo tal…”, “pues yo en tu lugar haría…”, “adelante, de todo se sale” o el habitual “el tiempo lo cura todo”. El amor y la buena voluntad no siempre tendrán los mejores efectos, y cuando hay heridas profundas conviene abstenerse de expresar “bien intencionadas” frases como las anteriores.
Amar, implica también reconocer que no te corresponde solucionar los problemas del otro, que también callar, solo escuchar y acompañar, es lo mejor que puedes hacer y esto es más que suficiente.
Una amistad verdadera es la que honestamente se abstiene de juicios y consejos y reconoce que no está preparado para resolver situaciones complicadas. Si tu amigo o amiga, te dice “esto requiere ayuda profesional, yo te acompaño al profesional indicado”, es donde la psicología profesional y la amistad confluyen, el mejor abono para florecer de nuevo.