Mis recuerdos son tus besos,
tus abrazos, tus consejos,
el patio de la corrala en que nací,
el baño en el barreño de zinc,
el abono de las flores con boñigas,
el vino y la gaseosa atados con una soga
en el agua del pozo a modo de trasmallo,
el jugar en la calle sin miedo ni recelo
con la caída del sol como único reloj.
Mis vivencias
se remontan a la cartera de cuero
con los libros de la escuela,
pasar los años, entonces lentos,
en una infancia feliz, sueño guerrero,
realidad de largas jornadas,
trabajando desde que la necesidad
te hizo cambiar el colegio
para ser mancebo de farmacia,
por comprar libros a escondidas para
no quedar atrás en la vida,
para saber en la distancia
que muchos españoles morían
en las montañas de Marruecos
mientras tú nacías,
para comprender la miseria del mundo
tras la crisis mundial de las finanzas,
para entender por qué en España
se mataban entre hermanos,
que tú veías todos los días,
y no alcanzabas a comprender,
para estudiar qué fue antes, cuál es la realidad,
si algo es bueno o es malo,
si te engañaban con bigotes recortados
negros como las cerdas de un cepillo,
de un despreciable holocausto judío,
o con bigotes más alargados y perilla
sustitutiva de cuero cabelludo
de un bolchevique marxista caudillo.
Y tuviste que renunciar a tus principios,
mantenerlos a buen recaudo
para poder dar de comer a tu familia.
Y llegué yo al mundo,
en una habitación desde la que se veía
la cocina económica de carbón piedra.
Y fueron muchos los kilos de arroz, garbanzos y judías,
con la misma carne que los caldos del Dómine Cabra,
haciendo espera de muchas horas para comprar
petróleo con el que calentar el infernillo,
complemento del brasero de picón
encendido por mamá con el soplillo.
Con muchas carteras de cuero gastadas
fuimos ganándole terreno al hambre,
estudiando por esa obligación
que solo tiene el pobre.
Y cuando quise volar, me distes alas y pusiste
tus brazos a modo de red para trapecista.
Y tuvimos la suerte de saber volar sin accidentes,
saber nadar sin ahogarnos,
saber comer sin atragantarnos,
manteniendo el cuerpo en la cama de cada día
y el alma en la cuna de nacimiento.
Cumpliste tu ciclo vital, emprendiste el viaje eterno
rodeado de los tuyos, con el deber cumplido,
como hombre y como progenitor.
Desde entonces, hemos cambiado mucho,
la sociedad, la política, la economía, la naturaleza,
hasta los sexos quieren que sean géneros.
Pero no te preocupes, allá donde estés,
que sepas que la familia sigue unida,
que el problema de uno es el problema de todos,
que somos felices, todo lo feliz que puede ser un humano,
y que no hay un solo día que no nos acordemos que hoy,
veintiuno de junio del año dos mil veintiuno,
cumplirías cien años.
Y cuando transcurran cientos, miles, millones de años,
y tus huesos desaparezcan con la explosión final de la Tierra,
por el mismo fuego exógeno o endógeno de su creación,
avivado por una célula pensante de cualquier
constelación perdida en la expansión estelar,
serás, seremos, energía en evolución perpetua,
duración infinita, el tiempo no pasa, pasamos nosotros.