En las guerras, las balas van y vienen; en las posguerras, solamente vienen. Cuando yo era un chaval de desmedida ilusión y convencido de solucionar el hambre en el mundo, era muy difícil conseguir algún libro de Miguel Hernández, el alicantino que murió insultantemente joven en la incivil posguerra. Guardo en mi biblioteca una edición de sus poemas editada en Buenos Aires en el año 1960, adquirida en Francia en 1971.
Ni que decir tiene que el título de estas líneas está tomado de su Elegía a Ramón Sijé, en realidad su amigo José Marín Gutiérrez, que musicalizó e hizo famoso el Grupo Jarcha en los años de la Transición democrática.
Y es que los “almendros de nata” actuales son los nacidos alrededor de la “cosecha del 50” del siglo pasado, personas, por lo general, hechas a sí mismo, no poseen estudios universitarios, no hablan idiomas, han tenido un trabajo fijo, no han ganado mucho dinero pero han vivido bien dentro de su estatus social de clase media porque no han tenido grandes aspiraciones, con sentido del ahorro, han ido formando un pequeño capital “para cuando se necesite”, han cuidado de sus progenitores y han dado a sus hijos una educación y unos privilegios muy superiores a los que ellos tuvieron. Cuando empezaron a trabajar pensaban, porque así lo decía la ley de entonces, que su pensión sería la media de los últimos 24 meses trabajados. Eso quedó en el olvido de varias modificaciones legislativas, pero ahora tienen una pensión garantizada, proporcional al importe y años cotizados, que son muchos, porque empezaron a trabajar muy jóvenes y han tenido una dilatada vida laboral, de continuo sacrificio.
Es una población muy sensible al mínimo recorte de los derechos adquiridos con el tiempo, porque les ha costado mucho esfuerzo conseguirlos. Y cuando se disponían a disfrutar una vida más sosegada y tranquila, resulta que, en muchos casos, han tenido que volver a ser el pater familias acogiendo y dando sustento a hijos y nietos.
Si algo es sagrado para estas personas, es su pensión y su salud, o lo que es igual, el mantenimiento de su poder adquisitivo y el sistema sanitario español, a cuyo nacimiento, mantenimiento y sostén han contribuido desde su más tierna infancia.
Los gobiernos de los Presidentes Zapatero y Rajoy, desde mi punto de vista de no militar en ningún partido político, han ido haciendo diferentes recortes, unas veces de cara y otras encubiertas, a este segmento de población, no ya en relación a lo que había con Felipe González y Aznar, sino con Franco, con perdón, pues ya sé que es malo todo lo de aquella época.
Se habilitan teóricas, porque de forma práctica no se obtiene ningún resultado, soluciones para los jóvenes, para los parados, para las madres solteras, para los emigrantes, para los empresarios, para casi todo el mundo, menos para ellos.
Siguen callando, igual que en la dictadura, ante comparación con cualquier otro segmento de población, que han aportado mucho menos que ellos a las arcas públicas.
¿Alguien ha pensado qué podría ocurrir si los jubilados, sesenta y cinco o más años, votaran a un teórico partido llamado, por ejemplo, ALMENDROS DE NATA, que se olvidara de posicionamientos políticos y se pusiera como principal objetivo sus propios problemas, por delante de los que exigen derechos sin tener obligaciones?
Los pensionistas son más de diez millones de ciudadanos, a los que hay que añadir sus cónyuges, parejas y otros familiares que dependen de la pensión mensual. Aproximadamente el 23% del censo poblacional y la tercera parte del censo electoral. Se equivocan aquellos políticos que olvidan las franjas de votos jóvenes y de los pensionistas.
Los jóvenes están pasando penalidades, muchos de ellos porque no se han formado para desempeñar un puesto de trabajo en la actual vida laboral; otros porque con las subvenciones existentes y algún trabajo esporádico de vez en cuando, van tirando en el hoy sin pensar en el mañana, otros porque no piensan trabajar en toda su vida, y, todos, porque dos partidos políticos procuran tenerlos contentos con dádivas puntuales para obtener su voto cautivo siempre, ya que en esas condiciones no saldrán nunca de la pobreza.
En cuanto a los pensionistas, los que no han cotizado en su vida o lo han hecho por el importe mínimo, quieren ahora que se les iguale a lo que cobran los cotizantes desde que tenían pantalón corto, cuando el sistema existente, conocido por todos, es similar al ahorro en una cuenta bancaria: tienes lo que has ido ingresando durante toda tu vida.
Desde el Pacto de Toledo del año 1995, en cuya fecha ya se veía venir el problema hoy existente, se han introducido algunas modificaciones que, para nada, han solucionado la situación y, sobre todo, el futuro de las pensiones, haciendo hincapié siempre en alargar la edad de jubilación, una entelequia en un mundo en dónde las empresas privadas despiden, bajo diferentes nombres, a los trabajadores a partir de los 55 años. Y en la Administración Pública, no es lo mismo hablar del trabajo de un catedrático de universidad que de un bombero, un artificiero o un policía nacional.
La última modificación, por ahora, es la realizada por el actual Gobierno, sin que la nueva ley haya arreglado nada sustancial a futuro, al revés, se ha vuelto a desaprovechar otra ocasión para hacer un pacto nacional entre todas las fuerzas políticas y tomar las medidas adecuadas para solventar la quiebra técnica en la que se encuentra la Seguridad Social.