Los países, en todo el mundo, expresan el luto oficial haciendo ondear sus banderas a media asta. Para ello la bandera se iza por completo y luego se arría para que pueda ondear más abajo, a una distancia similar al ancho de la propia bandera, lo cual no siempre es la mitad de la altura del mástil, aunque la expresión induce a pensarlo así. Esta distancia tiene una explicación no muy conocida y es para dejar sitio a una imaginaria bandera que ondeará por encima, la “bandera invisible de la muerte”, una bandera que no se ve pero que es la que realmente indica la tristeza y homenaje a los fallecidos.
En nuestro país las banderas ondean en lo más alto sin hueco alguno para esa invisible bandera que represente a los fallecidos. Como si en esta parte del mundo no hubiese tristeza ni consideración por los caídos. El luto oficial, que está regulado por ley, establece la obligatoriedad de las banderas a media asta. No voy a entrar a discutir, por mi condición de economista, si toca ahora decretar el luto o esperar al fin de la pandemia. Pero sí cabe recordar al filósofo Zygmunt Bauman, que dejó escrito en su manual Mortalidad, inmortalidad y otras estrategias de la vida cómo las diferentes culturas se retratan ante la importancia que dan a la muerte. Y ahí no nos salva ninguna interpretación legal u oportunidad política. Nos estamos retratando.
Más de 23.000 muertos en dos meses, una media de casi 400 muertos diarios y la seguridad de que morirán muchos miles más. La muerte se ha posado en España y millones de españoles la llevan sintiendo muy cerca las últimas semanas. Amigos, hermanos, colegas, parejas, padres o tíos han fallecido víctimas de la pandemia. Pero, además, diez millones de compatriotas que superan los 60 años se levantan pensando que un día más jugarán a la ruleta rusa con la muerte. Porque cuando el 95% de todos los fallecidos por el covid-19 están en tu cohorte de edad; la letalidad entre tus coetáneos es uno de cada cuatro; el triaje en las urgencias tiene tu nombre o la mitad de todos los que fallecen viven una residencia de ancianos, tu vida (si eres mayor) pende de un hilo.
Telediarios y banalidad
Mientras tanto, los telediarios ocupados en banalidades para que no veamos la realidad como si fuésemos una sociedad menor de edad. La radio televisión pública, como si tuviese oyentes infantes a los que proteger, no habla de muertos, no entrevista a las familias de los damnificados, sólo transmite un impostado florilegio de noticias felices. El Gobierno, con el presidente a la cabeza, se empeña durante siete semanas en hablarnos por televisión como un entrenador de colegio a los niños antes de afrontar el partido de los sábados.
Las noticias de los aplausos de las ocho, los emprendedores con sus apps para frenar la epidemia, las empresas de 3D que fabrican respiradores, los niños que dibujan mensajes de ánimo o los abnegados sanitarios entrevistados ya no son capaces de tapar el ruido de un país que llora. Un llanto por los muertos, un quejido por lo que morirán y muchas lágrimas por los mayores que viven muertos de miedo. Un inmenso silencio atronador por los miles de ancianos muertos en la absoluta soledad sin ningún familiar al que darle la mano, por los cientos de miles de españoles que no han podido dar el último adiós a sus padres o por el pánico que hoy sienten los que tienen más de 60 años porque no llega la ansiada vacuna.
A pesar de eso, los crespones negros que se usaron en situaciones menos dramáticas parece que ya no son necesarios. El luto ha sido ocultado por una naif moral de victoria, como si bastase con eso para vencer a la enfermedad más letal en dos siglos. Y las banderas siguen sin estar a media asta.
La versión más aceptada sobre el origen de la expresión “a media asta” reside en la tradición greco-romana que representa a la muerte con una columna rota sobre la tumba de la persona. Algo así como que la vida del fallecido ha sido sesgada antes de tiempo. Dicen los estudiosos de esa época que este tipo de columnas “a media asta” en los cementerios significaban la tristeza por una existencia truncada. Pero también la ruina de los que sobreviven ante la descomposición de los pilares que nos sustentan.
Precisamente como esos griegos nos sentimos muchos hoy en España. Tristes por tantas muertes, pero descompuestos ante el estado en el que se encuentran los pilares que nos sustentan: la familia, el trabajo y la libertad. ¿Acaso no se están desmoronando las familias con tantas muertes; nuestra economía con tanto confinamiento o nuestras libertades con tanto estado de alarma? Asi que, por favor, quienes tengan la responsabilidad, pongan la bandera a media asta.
Iñaki Ortega (@InakiOrtega) es director de Deusto Business School (@deustoDBS) y profesor de la UNIR