Jueves 15 de octubre de 2020
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Nos cuesta reconocernos como mayores. Nos resistimos a aceptar que vivimos una etapa en la que se hacen evidentes la fragilidad humana y el control limitado que tenemos de nuestra existencia.
Sin embargo, a partir de cierta edad, cada nueva molestia y cada cambio en el nivel de energía y de apariencia nos hace conscientes de que envejecemos y que tenemos que poner al día nuestra imagen. Por ejemplo, Diammond (1) nos señala como los hombres de edad nos vemos empujados a revisar nuestro ideal masculino por la necesidad de renunciar a ciertas ilusiones irrealizables y la conciencia de haber perdido fuerza y tener limitaciones físicas. Atravesamos una “crisis depresiva que refleja el dolor inherente a tener que restringirse físicamente para conseguir un dominio suficiente en el campo de la actividad externa”.
Las huellas que va dejando el paso del tiempo en nuestros coetáneos nos recuerdan también nuestra edad: El cónyuge puede convertirse en la imagen del tiempo que corre, porque nos devuelve, como en un espejo, la imagen de nuestro propio envejecimiento y socava el mito de la eterna juventud y la inmortalidad … Cada uno tiene su propia salud, pero las pérdidas, el deterioro o las enfermedades experimentadas por cada uno de los dos tienen repercusiones sobre el otro y sobre la relación” (2). Compartir en pareja la longevidad actual es una nueva etapa de la convivencia, un reto sin precedentes en las generaciones anteriores.
Para tener una vida con significado, con unos objetivos que nos ayuden a caminar hacia delante, los mayores debemos de ser sinceros con nosotros mismos y adecuar la forma en la que nos percibimos con nuestra edad y el estado de nuestras capacidades. Y reafirmar lo que consideramos esencial de nuestra identidad en un contexto de cambio, tanto de la sociedad como de nuestro propio estado físico y mental. Cada uno contestará a la pregunta, formulada de manera más o menos explícita: ¿cómo envejezco siendo quien soy o incluso acercándome más a lo que soy o puedo llegar a ser? La respuesta individual exige reflexión y para seguir completándonos hay que estar dispuestos a aprender conectando lo que consideramos importante de lo vivido con el presente y sus nuevas costumbres, ideas y tecnología.
Y luchar contra los prejuicios sociales respecto a la edad avanzada y la idealización de la juventud que hayamos asumido como nuestros. En caso contrario podemos rechazar nuestras aspiraciones convencidos de que hemos perdido la capacidad de seguir evolucionando. En la medida en que consigamos superarlos alcanzaremos mayores cotas de libertad para disfrutar de los aspectos positivos de la vejez.
En algún momento, las personas mayores también tenemos que hacer frente a los temores ante la muerte y aceptarla como un hecho irrevocable. La conciencia de una mayor vulnerabilidad personal, de que el tiempo de vida que resta es reducido y de que la proximidad de la muerte es real nos obliga a procesar las pérdidas como inevitables y a renunciar a fantasías infantiles de inmortalidad. Una vez aceptada como destino final, la muerte deja de ser una posibilidad teórica y se convierte en un hecho real y cotidiano y el tiempo por vivir se vuelve aún más precioso y su aprovechamiento más perentorio.
Laura Carstersen (3) nos confirma que los mayores son más felices que los jóvenes o los adultos en la mitad de la vida, cuando asumen que se acerca su final y que no vivirán para siempre. Entonces se produce un cambio en su experiencia emocional. Sus objetivos se enfocan más hacia actividades que contribuyen al bienestar emocional y que tienen lugar en el presente, frente a los que prometen beneficios futuros. Así mismo, saborean más la vida, descartan lo trivial para concentrarse en lo importante y lo positivo y tienen menor tolerancia ante la injusticia.
Es decir, los mayores no solo tenemos que ajustarnos a nuestras limitaciones y confrontar el hecho de que vamos a dejar de existir, sino vivir plenamente y completarnos como seres humanos. La vejez es una fase más del ciclo vital, con sus restricciones y sus oportunidades de crecimiento (4). Todos los esfuerzos que realicemos para mantener una vida activa y socialmente conectada reafirmarán nuestra identidad y retrasarán los efectos negativos del envejecimiento.
Porque con la edad avanzada no solo suceden pérdidas y deterioro, también hay recursos que se refuerzan y otros nuevos que aparecen. Todos comprobamos que la memoria reciente disminuye, pero la capacidad de establecer y manejar conexiones entre la información retenida aumenta. Mejoran las aptitudes para agrupar conceptos en categorías y tolerar lo complejo y lo ambiguo. Los mayores tendemos a vernos a nosotros mismos y al mundo con una visión más abarcadora, reconociendo similitudes y contrastes y teniendo en cuenta aspectos diferentes de la realidad antes de decidir; es lo que comúnmente entendemos por “sabiduría”.
El éxito en la vejez está en sacar provecho de todos estos aspectos positivos y no dejarse abatir por una visión centrada exclusivamente en las mermas e insuficiencias.
El doctor Bartolomé Freire Arteta, autor de “La Jubilación, una nueva oportunidad” (LIDeditorial)
Referencias bibliográficas:
- Diamond, M.J. (2004): “Accesing the multitude within. Revisioning boys turning away from their mothers to reconstruct male gender identity”. Int. J. of Psychoanal;2004; 85:359-80.
- Blanché, A. (2014): “La retraite, une nouvelle vie”. Paris: Odile Jacob.
- Carstersen,L. (19 de abril de 2012): www.ted.com/talks/laura carstersen carstersen_older_people_are_happier?language=es.
- Karpf, A. (2014): “How to Age”. London: Pan Macmillan.