Martes 26 de mayo de 2020
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El pasado viernes 22 de mayo dejé mi hotel medicalizado y volví a mi residencia. Mi retorno ha sido caótico. Antes de mi partida, aún en mi habitación del Room Mate Alicia, recibí una llamada del médico de mi centro de Usera. Me informaba que habían cambiado el protocolo para los ingresos y que debía adecuarme a él. Así, las nueva pautas de entrada consistían en que toda mi ropa, incluso la que llevaba puesta, pasase a la lavandería y mis objetos personales, por una cuarentena obligatoria.
Me negué. Y os explico por qué: no me fío. Por ello, les propuse custodiar mis cosas yo misma sin sacarlas durante el tiempo que fuese necesario para que el virus muera, pero insistieron en que no podía hacerse de esta manera. Así que, como ya viene siendo costumbre, tuve que amenazar con llamar a la policía.
Al final, llegamos a un acuerdo y procedí a mudarme. El médico me esperaba en la puerta. Le entregué mi informe y, después, estuve más de tres horas esperando para que vengan a desinfectar, por encima, todos mis enseres.
Al fin estaba instalada en mi habitación. La verdad, echaba de menos mi cuarto. Lo que no extrañaba era la gestión de esta residencia, que sigue siendo caótica. Además, la dirección está que muerde cerillas y sus represalias hacia mi persona no se han hecho esperar, tampoco mis reclamaciones, por supuesto.
Las quejas, las pongo en recepción. El proceso es complicado, porque no lo ponen fácil. Al menos, muestran poca profesionalidad. Por ejemplo, con la primera que puse, referida a la gestión desastrosa del centro, me soltaron una charla diciéndome que no podía estar allí, que debía permanecer en mi habitación. Yo ignoré el comentario y seguí redactando. Una vez puesta la reclamación, la leyeron y no faltó, hoja en mano, un: "Mira lo que escribe la mentirosa, que es una mentirosa". Mal empezamos.
Al final, en vez de una reclamación, fueron dos, una por la gestión y, otra, por trato indebido. ¡Menuda vuelta a la residencia!