"Recuerdo: una residencia no es una cárcel"
Beatriz CanoViernes 29 de mayo de 2020
2 minutos
Viernes 29 de mayo de 2020
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En 2011, pocos meses después de mi ingreso en la residencia, me diagnosticaron intolerancia a la lactosa. Desde entonces, compro mi propia comida para alimentarme en condiciones, porque el menú para intolerantes a la lactosa que ofrecen en mi centro -qué sorpresa- contiene alimentos que pueden tener lactosa. Otra cosa es lo que ponga en el papel.
Así que llevo 9 años pidiendo comida adaptada. Hasta ayer. Os cuento, el otro día hice un pedido al Corte Inglés, y cuando el repartidor estaba en la puerta, le negaron la entrada, supongo que por temas sanitarios, ¿no?
Parece ser que el centro puede recibir de fuera la comida que dan a los residentes, pero yo, no lo voy a tener tan fácil. Lo peor, nadie me avisó en recepción. Me tuvo que llamar el empleado de la cadena de supermercados, al que rogué que esperase fuera.
Fue una situación surrealista, la verdad. Cogí mi bayeta y una botella con desinfectante que tengo y bajé a por el paquete.
Mientras procedía a recoger mi compra, tuve que aguantar cuchicheos: "Aquí todos somos iguales. No hay diferencias entre residentes". Qué creen, ¿que compro comida fuera por gusto? ¿que me invento lo de la intolerancia a la lactosa? Parece que hay personas a las que no les gusta la diferencia, venga de donde venga.
Finalmente, logré subir toda la comida a mi cuarto en varios viajes y sin ayuda.
Por cierto, un recordatorio: los residentes somos personas y los trabajadores cuidan de seres humanos. El que no lo entienda, como dijo un político este jueves, que "cierre la puerta al salir".