Jueves 4 de junio de 2020
3 minutos
Ayer, volví a mi rutina de caminar fuera de mi habitación. Y es que, como ya os conté, lo necesito por motivos de salud. Pero esta actividad duró poco, porque un empleado, que se supone que se preocupa por nuestro estado físico, me vio y me dijo: "Súbete a la habitación. Aquí no puedes estar".
Estaba sola, en una zona común, sí, pero sola. Además, me encontraba debidamente protegida y respetaba la distancia de seguridad. Pero nada, no entienden.
Los "no puedes", "tú no tienes que", "tú lo que tienes es que" y los "no debes" se me hacen ya repetitivos, la verdad. Más cuando su gestión nos ha llevado a este desastre.
Ciertamente, yo soy la primera que tiene miedo al virus y cuando me dan una recomendación que me parece sensata, como en el hotel, la cumplo. Pero esto es como cuando en un país los gobernantes dejan de cumplir la Ley, pero en cambio exigen a los ciudadanos obediencia ciega.
Volviendo a mi paseo, tras mi encontronazo solicité ver al médico, a ver si él me podía autorizar mis caminatas, por mi situación de dependencia. "No se puede", respondió. Y me explicó que es la Comunidad de Madrid la que impone el horario de salidas al jardín en un protocolo. Tras este razonamiento, pedí ver ese documento, y aún estoy esperando.
"Está visto doctor que usted y todo el departamento médico están a las órdenes de la dirección", le señalé tras su exposición. Se dio media vuelta y tanto él como el enfermero salieron en silencio de mi habitación.
Así que no sé a quién a acudir para que me autoricen la realización de ejercicio físico. Entiendo que esto es una institución, pero no un correccional. Es mi casa, mi domicilio y el de todos mis compañeros. Y parece que se olvidan de eso.