La brecha digital acentúa el aislamiento de los mayores durante el confinamiento
Jorge Sebastián PastorMartes 12 de mayo de 2020
4 minutos
Martes 12 de mayo de 2020
4 minutos
Mientras la población mundial se afana en recobrar su anhelada rutina, el tiempo transcurre inexorable, ajeno a los estragos de una crisis de salud pública sin precedentes, pero marcada a su vez por el coraje de diversos profesionales y la anónima solidaridad ciudadana, que de forma creativa se abre paso bajo la única premisa de servir de apoyo a quien lo necesita. Si bien horas, minutos y segundos siguen su decurso habitual, resulta interesante reparar en cómo la percepción particular del tiempo se antepone a cualquier sistema de medición creado por el hombre. Una realidad irrefutable que, emplazada en la situación actual, muestra cómo pese al afán de las civilizaciones por querer ejercer un control exhaustivo sobre esta dimensión física de carácter intangible, sigue siendo el propio tiempo el que nos domina a nosotros. Claro está, que sus efectos pueden llegar a ser muy dispares entre sí, variando en función de las condiciones personales del individuo en cuestión. Y es aquí, en mitad de este estado de alarma en el que nos encontramos, fruto de la expansión del COVID-19, donde me paro a pensar en las personas mayores y dependientes, y en especial las que su a vez, se ven afectadas por otra de las grandes epidemias del siglo XXI, la de la soledad no deseada.
En base a los últimos datos aportados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), España cuenta con cerca de cinco millones de hogares unipersonales, de los cuales, en torno a los dos millones estarían habitados por personas mayores de 65 años. Tomando como referencia este segundo dato, la problemática de la cuestión no residiría tanto en el número de individuos que por diversas circunstancias viven en soledad, como en el sentimiento que esta situación pueda generar en sí mismos. En este sentido, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han logrado durante los últimos años, y en especial en estos momentos, convertirse en la mejor herramienta mediante la que poder asentar una sociedad de redes y diluir las barreras de la distancia. No obstante, la realidad nos lleva a constatar cómo a día de hoy muchos mayores siguen permaneciendo ajenos a los beneficios derivados del uso de las TIC, manteniendo latente la brecha digital entre generaciones.
A la ya, de por si ardua, reconversión de una población analógica en digital, se suman otros factores como el desconocimiento, la falta de interés, la desconfianza o la ausencia de infraestructuras, que impiden culminar con éxito dicho proceso. Es por ello, por lo que apelando al artículo del sociólogo José Manuel Robles, ¿Por qué la brecha digital es un problema social?, coincido con su autor en la necesidad de comenzar a entender Internet como un “bien social no opcional”, que permita a todos y cada uno de los que componemos esta sociedad de la información, ser conocedores de los beneficios resultantes del uso de las tecnologías. En consecuencia, de nada sirve dotar a la población de las infraestructuras necesarias para acceder a Internet, si no se trabaja simultáneamente en la familiarización de esta con las TIC, y viceversa. Una máxima que, solo dará su fruto si se logra obviar la tendencia errónea de considerar a las personas mayores como un colectivo, en vez de como el grupo heterogéneo que son, a fin de poder ofrecer soluciones punteras a los escollos que siguen interponiéndose entre las tecnologías y este segmento de la población.
El COVID-19, no solo se ha planteado como una amenaza para la salud de la población en general y de los mayores en particular, sino que su irrupción nos ha permitido advertir con claridad el largo camino que aún nos queda por recorrer en lo que, al cuidado y conocimiento específico sobre diferentes necesidades de mayores y dependientes se refiere. Un aspecto en el que, desde corporaciones como el Consejo General de Habilitados de Clases Pasivas, especializada en la gestión y pago de las pensiones y prestaciones sociales de las clases pasivas, se lleva décadas trabajando.
Estamos en el camino, y juntos, si bien cada uno en su ámbito de actuación genuino, iremos reforzando las alianzas y estrechando la colaboración con la Administración pública, para cubrir y aprender de las debilidades que esta pandemia nos ha revelado con gran nitidez.
Y mientras las TIC logran posicionarse como una de las principales protagonistas de esta pandemia que ha elegido por escenario los cinco continentes, reparo a pensar en el valor de las relaciones personales y en cómo pese a las innegables facilidades que nos brindan las tecnologías, el tiempo sigue yendo en contra de todos aquellos que todavía viven en la más absoluta analogía.
Jorge Sebastián Pastor es Presidente del Consejo General de Colegios de Habilitados de Clases Pasivas