La transformación del sector de los cuidados resulta imprescindible para poder hacer frente a los retos que implica el envejecimiento progresivo de la sociedad. Y es que para 2050 las personas mayores supondrán más de 30% de la población española y es de prever que un buen porcentaje de ellos tenga algún tipo de dependencia que requiera de atención profesional.
Esto supone una oportunidad –más puestos de trabajo–, pero también un desafío, ya que resulta crucial que administraciones y empresas sitúen entre sus prioridades la formación de los futuros gerocultores, que deberán adaptarse mejor a las necesidades de cada usuario.
Pero la transformación del sector no se debería limitar únicamente a la formación –cuanto más especializada, mejor–. También es necesario un verdadero cambio cultural, para que se valore, como es debido, la labor de los cuidadores, igual que se hace con otras profesiones esenciales como la de maestro, sanitario, etc.
Y lo primero que habría que hacer es entender que buena parte del problema reside en las condiciones de trabajo. Parafraseando al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden –cuando era preguntado acerca del problema de la falta de trabajadores en determinados sectores–, la solución pasa por “pagar más”, para lo que es imprescindible dotar de todos los medios necesarios la Ley de Dependencia.
Puede parecer una propuesta simplista, pero está demostrado que funciona: una mayor remuneración –la mayoría de las trabajadoras no llegan a mileuristas– y una formación de calidad suelen ser sinónimo de buen servicio.
Eso sí, para que las reformas surtan efecto, tampoco habría que olvidarse de revisar las condiciones en las que trabajan las profesionales del Servicio de Ayuda a Domicilio. Y para empezar, se podrían contemplar medidas tales como lograr que las casas estén correctamente adaptadas al perfil del dependiente, que se cuente con todo el material necesario para el cuidado, que no haya jornadas maratonianas partidas en las que se recorren decenas de kilómetros al día o que se reconozcan las enfermedades propias de la profesión. Unos cambios, que muchas organizaciones llevan años pidiendo, sin éxito.
Con todo, hay que ser realistas y saber que la Ayuda a Domicilio, aunque el sector se transforme, no siempre llega a todos los dependientes y, en muchos casos, no es suficiente para atender todas las necesidades.
Por esta razón, y por último, sería interesante formar a los seres queridos que así lo deseen en cuidados profesionales básicos, para que en ningún momento la calidad de vida del usuario se resienta y fomentar el voluntariado para paliar la soledad no deseada, si la hubiese.
Y de nuevo, no sólo es un asunto que tenga que ver con la formación, también con la conciliación, puesto que muchas veces no existe la posibilidad de compatibilizar el cuidado de un familiar dependiente con el trabajo. Y eso, es algo que debe cambiar.