Alguien nos está engañando

Vuelta hoy a hacer la compra, a visitar más de un súper, la tienda del barrio (te fían) y cansada de dar paseos me voy para casa a hacer la comida. A las dos llegan los lobos hambrientos y tengo que tener la mesa preparada. No les expliques las vueltas que tienes que dar para sacarlo más barato, no te escuchan y además no arreglas nada.

Haré lo de siempre: pasta, salsa tomate y una pieza de fruta (manzana para no variar). Seguro que les queda un hueco en el estómago, pero no hay más. El sueldo no estira y los precios cada día están más altos. Comer carne o pescado tiene que ser en una fiesta; el azúcar menos mal que es dañino porque no se puede comprar; el aceite de oliva ni mirarlo, arreglarse con girasol para freír patatas con un huevo para cenar; un vaso de leche y a ver la tele para calmar la ansiedad antes de dormir.

Recuerdo cuando era niña que mi madre hacía milagros con un pote de patatas, berzas y un cacho de tocino que nos sabía a fiesta de pueblo. Pero ahora estas criaturas no quieren oír hablar de cocidos, legumbres o patatas guisadas. La tele les tiene estropeado el paladar con tanto anuncio de pizzas y hamburguesas. Pero eso es insostenible para una familia obrera ¡y gracias! que podemos llenar la tripa no solo con agua.

¿Pero alguna vez tendrá esto fin? Me asusta pensar que mañana vuelvan a subir los precios y tenga que replantearme el menú, porque la imaginación no da para tanto y la cartera cada día para menos. ¿Acaso el Gobierno no puede controlar los productos más necesarios? Si se pudo hacer con la luz, el gas o la gasolina, pienso que comer es más importante…

Mucho poder deben de tener las empresas que controlan la alimentación para seguir marcando cada vez más caro. El caso es que los del campo se quejan de cómo les pagan los productos, que así no pueden seguir. Alguien nos está engañando sin compasión… Mejor me ocupo de hacer la lista para comprar mañana.

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