Recuerdo y resiliencia: Madrid y el 11-M
Foto: Europa Press
Lunes 11 de marzo de 2024
5 minutos
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Lunes 11 de marzo de 2024
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Un día como hoy, hace 20 años, me sonó el despertador como todas las mañanas laborables, esta vez muy temprano, no tenía ni idea de lo que iba a acontecer ese día. Mucho antes del amanecer, me recogió un taxi en la puerta de mi casa; iba camino del aeropuerto de Madrid; cogería el puente aéreo con destino a Barcelona. Trabajaba en una importante mutua colaboradora con la Seguridad Social y estaba convocado a las 9:30 de la mañana en la sede social de la Mutua, a una reunión del departamento de comunicación de la entidad, al objeto de preparar y organizar una Jornada con motivo del Día Mundial de la Seguridad y Salud en el Trabajo, que se celebraría el día 28 de abril de 2004 en Madrid. Se titularía Nuevos Riesgos Emergentes, con los temas: Factores Psicosociales; el Tabaco: Riesgo Tóxico y Campos Electromagnéticos. Una jornada que prometía ser muy interesante sobre la base de las materias propuestas.
Iba ilusionado porque el reto era muy atractivo, cuando, ya muy próximos al aeropuerto, en la radio del taxi se oye que ha habido una explosión en la estación de tren de Atocha. Era una noticia primigenia, sin más, eran los albores comunicativos de una gran tragedia, era el 11 de marzo de 2004.
Me bajé del taxi sin saber nada más; enseguida embarqué con la intranquilidad de la noticia, solamente sabía que había habido una explosión en Atocha. Llegado a Barcelona cogí un taxi que me llevaría a la oficina, este llevaba una pequeña televisión, de bolsillo, en el salpicadero, no podía creerme lo que estaba viendo y escuchando durante el trayecto. Llamé a mi mujer, me contestó llorando por lo que estaba pasando y las informaciones que estaban llegando. Ella también trabajaba en la misma empresa que yo, en el área sanitaria. Todos los centros sanitarios estaban, en esos trágicos momentos, pendientes de atender a los afectados, como así fue. Todo el mundo se estaba volcando en prestar ayuda de una forma colectiva.
Al llegar a la oficina en Barcelona, todo el mundo estaba serio y preocupado, las noticias iban llegando, y el número de fallecidos y heridos aumentando. Nos reunimos para esbozar en un primer encuentro de la Jornada mencionada anteriormente. Mi mente estaba en Madrid, y en un momento dado, después de una hora, dije: perdonadme, pero me marcho para Madrid, estoy muy preocupado, quiero estar cuanto antes con mi familia. Al salir, en Barcelona ya se había preparado una manifestación en repulsa por los atentados, mucha gente, se me nubló la vista por la solidaridad que expresaban las personas allí manifestadas.
Una herida profunda en el corazón
Durante el vuelo de vuelta iba muy pensativo, sintiendo una profunda indignación y rabia por quienes habían “provocado” aquel gran número de víctimas y el extremo dolor que se produjo, y que con el tiempo siempre ha estado y está en nuestra mente. Tiempo atrás había participado junto a mi mujer en manifestaciones en contra de la guerra en Irak, mucho pueblo soberano en la calle, como dice la Constitución, pero no se le hizo caso. El narcisismo y la extrema irresponsabilidad, no pueden, por muy poderoso que se sea, poner en el punto de mira a un país, a una ciudad, a su gente. Las explosiones en los trenes dejaron una herida profunda en el corazón de la ciudad. El dolor, la confusión y la pérdida se entrelazaron en un día que nunca se olvidará. Las calles, antes llenas de vida, se volvieron testigos mudos de la tragedia. La solidaridad y la resiliencia surgieron, pero también quedó la cicatriz de la vulnerabilidad humana en manos de terroristas llenos de odio y de venganza, que siempre hacen víctima al ciudadano de a pie, al más humilde.
Pasamos una noche muy larga, sin dormir prácticamente, inquietos, tristes, y muy preocupados. Las noticias mentirosas se agolpaban en los medios, ruedas de prensa engañosas, con falsedades, muy deshonestas y fraudulentas.
Al día siguiente, 12 de marzo, como responsable de comunicación en Madrid, escribí un comunicado interno, extraído del alma, que resumo a continuación: “Ver amanecer un nuevo día es un regalo y un privilegio. Hay mucho dolor en Madrid. Pienso que nuestra entidad debe ser fuerte, unirse al lenguaje social que actualmente se habla en la calle y ser una empresa que lidere, en la parte que le corresponde, su participación sanitaria y asistencial. Esta masacre seguramente nos afectará en cuanto a fallecimientos, incapacidades, bajas, sin bajas y debemos asistir y prestar las mejores de las ayudas. Las depresiones serán frecuentes, incluso en el personal de los Servicios de Emergencia, y... no se sabe qué más. El tiempo, en breve, lo dirá…”
El 15 de mayo se nos concedió, por mediación del Alcalde de Madrid, la Medalla de Honor de Madrid junto a otras entidades que participaron en el rescate y atención a las víctimas.
Siempre me acordaré de ese día, como si fuera hoy, un trágico día que se cobró 193 fallecidos y 1.430 heridos. Esa misma tarde del día 12, se echaron a la calle cerca de 11 millones de personas en toda España. En Madrid llovía. Esta manifestación ya no era en contra de ir a la guerra, sino en repulsa por haber ido. ¡Qué indignación!
El domingo había elecciones generales. Este suceso cambió un gobierno.
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