Domingo 18 de septiembre de 2022
2 minutos
Hoy es un día triste. Acabo de recibir la noticia de que una buena persona ha fallecido de un infarto fulminante el pasado 10 de septiembre. Hasta ahí tampoco es una sorpresa: la vida es así y ocurre en demasiadas ocasiones, quizás más de las que algunos podamos imaginar. Pero me gustaría explicar un poco más, sobretodo a raíz del titulo que he querido poner a esta carta.
Esta persona tenía en el momento de su fallecimiento 52 años y una IPT (incapacidad permanente total) para su profesión habitual de montador electricista, cobrando por ello un 55% de pensión, a la que durante muchos años complementó con un trabajo de vendedor de cupones en la ONCE hasta casi el día de su muerte. Decía que aún era joven y necesitaba cotizar más tiempo para algún día poder tener una jubilación algo mayor.
Él nunca quiso que le pusieran un quiosco, prefería estar "libre", a la intemperie, con frío o el calor del clima continental de Madrid. Recuerdo que me dijo, medio en broma medio en serio, que tenían demasiado parecido "al traje de pino" por mucho aire acondicionado y calefacción que tuvieran.
Esta persona fácilmente llevaría cotizados al INSS, considerando su pluriempleo forzoso por circunstancias económicas de necesidad para vivir y comer él y su familia, bastante más de los años necesarios actualmente para cobrar el 100% de una pensión.
Pero se quedó por el camino. La vida nadie sabe de antemano cuánto dura y cuándo acaba. Los años cotizados por esta persona se van: siempre gana la Seguridad Social.
Sr. ministro Escrivá, derogué los coeficientes reductores a las personas que sobrepasan en mucho los 37 años y 6 meses que son necesarios según la normativa. Las jubilaciones deben ser siempre por el tiempo y años cotizados, no por la edad biológica.
En homenaje a un buen hombre.
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