Los mayores queremos participar activamente en la sociedad y para ello el género es muy importante pues, género y edad están estrechamente relacionados en la vida social, de forma que es imposible comprender el uno sin considerar la otra.
Hasta hace muy poco tiempo, la experiencia de envejecer de las mujeres mayores de nuestro país se derivaba de una trayectoria personal casi siempre centrada en el ámbito de lo doméstico y apenas presente en la esfera social, ya que se han ocupado del hogar y han prestado atención y cuidados a los allegados que la precisaban.
Esta actividad la mantienen cuando son mayores cuidando a sus esposos y ayudando a sus hijos e hijas en el cuidado de sus nietos. Las mujeres mayores componen el colectivo que ha protagonizado los mayores niveles de desigualdad en las décadas anteriores, y durante muchos años han constituido el grupo de población con rentas más bajas.
Todavía hoy son muy vulnerables a la pobreza, viven más años que los hombres y por ello más tiempo en soledad, también cuentan con menos recursos y apoyos cuando necesitan cuidados.
La información estadística disponible relata que a pesar de que se han aminorado la distancia de las mujeres mayores en torno a sus ingresos económicos (como las pensiones) y su acceso a la formación, a la salud, a las prestaciones sociales y asistenciales etc., todavía se mantienen importantes diferencias respecto a los hombres mayores, aunque se evidencia que son más activas, están más formadas y tienen más recursos que las mujeres que les precedieron.
De lo que no hay duda es que el perfil de las personas mayores, y en particular el perfil de las mujeres ha cambiado y está cambiando con rotundidad, y esto lleva aparejados la aparición de nuevas demandas y nuevas necesidades.
Como el sistema público de pensiones que constituyen uno de los pilares principales de los Estados de Bienestar y asegura a la ciudadanía frente a los riesgos que implica no encontrarse en el mercado laboral. Por ello las mujeres están en clara desventaja en el acceso a las prestaciones que constituyen el pilar del sistema de pensiones, pues tan sólo en torno al 36% de las personas beneficiarias de prestaciones generadas por cotización propia eran mujeres.
Sin embargo, son mayoría entre las percepciones complementarias, generadas por derecho ajeno. El 93% de las personas beneficiarias de pensiones contributivas de viudedad son mujeres.
Un fenómeno que se está extendiendo por toda Europa y que afecta principalmente a las mujeres, por sus bajas pensiones, que viene de la tasa de empleo por ejemplo de 50 a 65 años que en los hombres está en el 63% y las mujeres del 50%.
El salario de 50 a 60 años está en los hombres 31.000 euros y las mujeres 22.800.
Como consecuencia de ello la cuantía de la pensión contributiva es de las mujeres 780 euros y los hombres 1.231 euros. La pensión máxima La cobran: 220.522 hombres, mujeres solamente la cobran 34.423 Mujeres.
Por ello no puede ponerse en marcha ningún análisis, política o programa en materia de envejecimiento que no integre de forma adecuada las variables de género y edad.
La doble discriminación debida a la edad y al sexo, pero también la discriminación múltiple que se origina cuando, además, se reúnen condiciones diferentes a la pauta mayoritaria, como la discapacidad o la situación de dependencia.
La situación de las mujeres mayores no se visibiliza adecuadamente, por lo cual debe hacerse un esfuerzo por conocer a las mujeres mayores dentro del colectivo de personas mayores y por fomentar su acceso a mayores oportunidades de igualdad, incorporando medidas para la prevención y eliminación de las discriminaciones directas e indirectas. También avanzar en la corresponsabilidad de tareas entre hombres y mujeres.
Julián Gutiérrez Del Pozo
Secretario General de Pensionistas de CCOO y miembro del Comité Asesor de 65Ymás.