Miguel Ángel Martínez Coello
Miguel Ángel Martínez Coello, alumno de los PUM de la Universidad de Vigo Campus de Ourense y Responsable de Prensa y Comunicaciones de FEGAUS.
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Miércoles 17 de marzo de 2021
ACTUALIZADO : Miércoles 8 de mayo de 2024 a las 12:35 H
4 minutos
Miércoles 17 de marzo de 2021
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Ante todo, un poco de historia:
Los romanos, por no irnos a las antiguas civilizaciones de Mesopotamia, tenían muy claro que no podían permitirse “la cola del pan”, porque ello significaría el comienzo de una revolución que les desmontaría todo el sistema de “Estado del bienestar”. Para ello se aseguraron de que nunca faltase el “pan” y a mayores, para que pensaran lo menos posible, “el circo”.
Saltándome la Revolución Francesa, que significó un antes y un después en la historia de Europa, el 23 de febrero de 1917, en Petrogrado, por entonces capital de Rusia, después de semanas soportando un frío inclemente, disfrutó de una leve mejoría climatológica por lo que las trabajadoras del textil, hartas de tener que guardar largas colas para comprar el pan que llegaba a cuentagotas, decidieron manifestarse. A esta manifestación, se unieron los obreros de la enorme fábrica de armamento Putilov, muchos de ellos sus propios padres, esposos, novios o hermanos. Al día siguiente, Petrogrado estaba paralizada y la Revolución del pan de Febrero, anticipó la Revolución bolchevique de Octubre que desgarró la Historia de Rusia.
A lo largo de ese tiempo las colas del pan se fueron sucediendo, dando lugar a revoluciones laborales o de lucha por los derechos, hasta la llegada de la Constitución que absorbió a la mayor parte de la masa revolucionaria acabando con cualquier atisbo de asociacionismo. Es decir los líderes sindicales se integraron en la administración y para ellos se acabó el problema.
Dije bien, para ellos… porque tras la cola del hambre ha llegado “la cola del contenedor”, que no es otra mucho más diferente que la anterior del pan. Vemos miles de personas volcadas ante un contenedor en busca de alimento, personas bien vestidas y jóvenes pidiendo en la calle o en la entrada de los supermercados para comer. Esto no es más que una de las consecuencias sociales que ha acarreado un gobierno que sólo se preocupa del bien personal y económico de sus dirigentes mirando para otro lado ante el malestar de tanta gente cerca del umbral de la pobreza
Sabido es que las colas del pan no son buenas ni malas, son lugares en los que la ciudadanía espera pacientemente el remedio al mal puntual del hambre.
No tendría más importancia dicha espera, si fuese casual, en un determinado momento y pasase rápidamente al cajón de los recuerdos no deseados.
El problema de “la cola del pan” es como todo mal, una enfermedad que aniquila no solo físicamente al individuo, sino que ante la destrucción de los sentimientos, hace que la persona se rebele contra el sistema que la oprime.
Ahí está el peligro de “la cola del pan”. Una larga y penosa peregrinación de personas al borde de la desesperación que empiezan a compartir sus penas y su miseria, a buscar culpables y sobre todo, poner fin y solución a su mal.
Dicho de otro modo… comienza a germinar la idea de la Revolución.
Todos nos asustamos ante la aparición de una crisis o la palabra Revolución, sin embargo tenemos que reflexionar en que ambas son consecuencias lógicas de un estado en la vida de una persona o en la de un colectivo que provocan un cambio rotundo. Por ejemplo, en una persona, el cambio de niño a adulto, en un insecto de crisálida a mariposa, de disfrutar de una vida sana a sufrir una enfermedad. En las sociedades humanas ocurre lo mismo, el bienestar no es perpetuo y el malestar tampoco.
La lucha contra un mal que nos oprime se origina cuando una persona o un colectivo deciden provocar el cambio y éste se produce con más crudeza por la desesperación ocasionando gravísimas consecuencias y pérdidas humanas cuanto más sufrimiento y opresión padezcan.
La historia desgraciadamente es cíclica, repitiéndose continuamente sin que nadie haga nada por subsanar los errores que tan graves consecuencias han tenido en la humanidad.
Cierto es que el que disfruta un cierto estado de comodidad y bienestar, es ajeno a todo lo demás, porque no sólo no ve la realidad de lo que le rodea, sino que en cierto modo culpabiliza al oprimido de su situación.
En la actualidad las “Nuevas tecnologías”, Inteligencia Artificial y redes sociales, parecen marcar el nivel de “pan y circo” de las masas, de tal modo que un desastre global como la pandemia del COVID, y su confinamiento ha servido al poder como nunca hubiera podido imaginar.
Hasta ahí parece todo correcto, pero la realidad es que tanta irrealidad y tanta virtualidad no llena un estómago vacío, y lo que es peor, no cura la angustia o depresión de tantos millones de personas que mueren en silencio inmersos en una pobreza material e inmaterial.
Mientras tanto, en las calles bandas de jóvenes cachorros adiestrados en el robo y la delincuencia, perfectamente aleccionados, a sueldo de los oscuros intereses del poder político hacen de teloneros a toda una comparsa de “gigantes y cabezudos”. Al final… todo cartón.
Porque los sindicatos y asociaciones que antes luchaban por la igualdad, los derechos y la calidad de vida, ahora están repantigados cómodamente y muy bien pagados, en su poltrona.
Antes la basura se veía, ahora todo va al contenedor de su color correspondiente.
Miguel Ángel Martínez Coello, Responsable de prensa y comunicación de FEGAUS