La adicción al juego crece. Y forma parte de esas adicciones sin droga que conforman las enfermedades debidas a un mal control de los impulsos. Las redes sociales han incrementado de tal manera las apuestas –y especialmente entre los jóvenes– que el problema está lejos de mostrar su tremenda extensión.
Lo grave comienza cuando el individuo, aunque diga que lo deja cuando quiere, no puede prescindir de él. Ahí empieza una dependencia que puede ser mayor o menor ,pero que en todo caso impide al individuo actuar con libertad. Suele decir que controla su impulso, pero reacciona con irritabilidad si se le recrimina su pasión.
El ludópata tiene unas características singulares. Tiene un estado un poco depresivo, es consumidor habitual de alcohol, tiene autoestima baja y poca fuerza de voluntad. Busca en el juego sensación de poder, y si gana, autoafirmación y sensación de triunfo sobre la probabilidad y el destino. El hombre tiene un pico de riesgo en la edad juvenil y otro a partir de los 40 años. Hoy juega a través de internet y con apuestas deportivas; pero antes jugaba en casinos virtuales, a juegos de envite o en apuestas ilegales. Hay investigadores que sostienen que el jugador se hace la ilusión de dominar a la máquina, de poder romper el azar, de que él tiene esa disposición casi divina para inclinar la suerte a su favor. El adicto al juego lleva hasta sus últimas consecuencias el lema de que “la suerte hay que buscarla más que esperarla”.
La mujer española se hace adicta hacia los 45 años y sobre todo juega al bingo, a las máquinas y a la lotería. Sobre todo a las tragaperras cuando va a hacer la compra. Y pocas veces al casino, no es como el varón. Según el retrato robot, es jugadora solitaria, ama de casa, que juega cuando sale a algún recado. Es curioso que mujeres bien adaptadas hasta un momento determinado, en cuanto tienen situación de vacío, de soledad, de pérdida, empiezan a jugar. Además, el miedo a ser descubiertas, o los problemas económicos que la ludopatía les crea, acaban por ponerlas en un estado permanente de angustia, de irritabilidad, de depresión o de aislamiento.
La solución no es difícil; pero pasa por el reconocimiento del problema. Y como en todas las adicciones, este es el punto más complejo.
La realidad es que en un rápido análisis podemos concluir que nos hemos convertido en un inmenso casino. La oferta de juego en España es impresionante. El Estado nos vende en forma de esperanza loterías de todo tipo. Piensen: domingo, lunes, martes y miércoles, está ya la bonoloto. El domingo con los alicientes añadidos de la quiniela hípica y la deportiva. El jueves y el sábado, la lotería primitiva. El sábado, la lotería tradicional. Y después, los euromillones...
Y luego nos extrañamos de que entre nosotros se confié más en la suerte que en la constancia. Y que prime por encima de cualquier otro valor el de tener. El gobierno ha descubierto el juego como ilusión para el ciudadano y como la manera más sencilla de recaudar sin que sea considerado un impuesto.
Poco a poco, llegaremos a convencernos de lo que decía Santiago Rusiñol: “El juego es altamente moral; sirve para arruinar a los idiotas”.