Caín, Fernando Cormón, 567 por 700 cm, Museo D'Orly, París
Caín va primero, algo separado del grupo, vestido con restos de pieles como su descendencia. Lleva un hacha atada a su cintura, alusión a su condición de herrero. Es flaco, con largos cabellos y barba blanca. Su piel es de color blancuzco. Su cuerpo está agobiado, pero se mueve con determinación y la mano izquierda parece marcar con decisión el camino hacia adelante. Unas doce personas le siguen, también algunos perros. Varios llevan animales muertos como alimento.
En un lugar central de la obra aparece una madre joven con sus dos hijos, cada uno protegido por ella. Van sentados y llevados por otros que los trasladan. Detrás de ellos llama la atención una bella muchacha en brazos de un hombre, también joven, que la sostiene con sus grandes manos. Ella tiene un color de piel claro, iluminado. El paisaje es árido, desolador, el cielo nublado.
Caín, Kayin en hebreo, significa "herrero". Sabemos lo importante que fue el trabajo sobre metales en los albores de la humanidad. Avance que va de la mano con el adelanto evolutivo de pasar de ser nómades a ser sedentarios. Caín es labrador, aquel que trabaja la tierra y espera sus frutos. La lucha entre Abel y Caín podría referir entonces a la lucha que hubo entre estas dos formas de vida, nómada y sedentaria.
Tal vez, todo el drama circule en torno a la urdimbre primigenia, la díada madre niño representada aquí por la madre por sus dos pequeños y el hombre joven sosteniendo a su amada. El pintor ha puesto el foco en ellos al iluminarlos o ubicarlos en el centro. Entendemos entonces que todo el grupo está solidariamente sosteniéndolos y que la mano de Caín señalando el camino hacia adelante está alentada por la fuerza amorosa que surge de ellos.
El vínculo que estas dos escenas ilustran es de satisfacción amorosa. Hay en ellas cierta plenitud. Sin embargo, es el ambiente total el que representa la urdimbre. Urdimbre en el sentido de trama que debe ser completada. Los hombres y mujeres que van juntos aquí están a la intemperie, desgarrados, sus ropas en girones, no tienen casa ni refugio alguno. ¿Qué sería del crío humano, el más incompleto de la creación al nacer? ¿Qué sería de estos niños con su madre si no estuvieran los dos punteros que sostienen los palos llevándolos? ¿Qué sería de ellos si no estuvieran los que cargan el alimento? La obra pone en evidencia la unidad indisoluble de la urdimbre de este grupo humano.
La unidad primigenia donde pusimos el foco tiene que reconstruirse. Está permanentemente sometida a una inestabilidad amenazante. Precariedad que proviene de la condición humana de nacer extremadamente prematuros.
La evolución se ha sostenido, no por el más fuerte y agresivo, sino sobre esta condición de necesitar al otro para que complete nuestro cerebro inmaduro al nacer. La selección fue escogiendo no al animal más fuerte, sino a aquel que, por el contrario, tenía una infancia más inválida y prolongada que profundiza el aprendizaje incorporando a su cerebro habilidades y aptitudes para eludir los peligros y crear nuevos mundos. Seres capaces de plasticidad de adaptación.
La obra de Cormón pone el acento en la ternura. La adaptación que llevó al hombre a contemplar la primerísima infancia y lo prenatal como promisorio nos lleva hoy, con una población muy envejecida, a comprender la urgencia de focalizar en el cuidado y ser conscientes de nuestra vulnerabilidad.
Sobre el autor:
Carmen de Grado
Carmen de Grado es Licenciada en Psicología, Máster en Psicogerontología, ex docente en la Universidad Maimónides de Buenos Aires (Argentina) y actualmente en el Instituto Iberoamericano de Ciencias del Envejecimiento (INICIEN).