Pilar Rodríguez
Pilar Rodríguez es presidenta de la Fundación Pilares para la Autonomía Personal y de la Comisión de Cuidados de la Plataforma de Mayores y Pensionistas de (PMP).
… saber más sobre el autorViernes 22 de noviembre de 2024
4 minutos
Viernes 22 de noviembre de 2024
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El curso de la emergencia sanitaria que el mundo entero atravesó a causa de la pandemia de la COVID-19 nos mostró que catástrofes como aquella, si bien alcanza a ricos, pobres, poderosos y gente corriente, ataca sobre todo a las personas que viven en condiciones más precarias (hacinamiento, baja calidad de las viviendas, escasez de recursos de protección social, falta de apoyo social). Pero, de manera especialmente llamativa, se cebó con las personas de avanzada edad con enfermedades crónicas y, dentro de este grupo, con quienes vivían en residencias.
Resulta inevitable este recuerdo cuando observamos también ahora las trágicas consecuencias de la DANA. Si entonces la catástrofe la trajo un virus desconocido, la que ha ocurrido ahora la ha causado algo tan valioso como el agua, que, a causa de las nefastas consecuencias del cambio climático, ha caído de manera torrencial e inmisericorde llevándose por delante carreteras, puentes, casas, coches, huertas y, en especial, a decenas de conciudadanos. Se ha originado así un enorme sufrimiento por tanta pérdida, tanta muerte, tanto daño socioeconómico… Dolor y rabia que se han visto agudizados por la percepción de que hubieran podido ser menores sin el descontrol, la pereza o la desidia de las Administraciones y responsables de los servicios públicos. Distinta ha sido la agilidad de la respuesta ciudadana que, como contraste, generó de manera inmediata oleadas desbordadas de generosidad.
En esta tragedia, hemos podido ver familias enteras, niños, madres y padres, trabajadores que claman ayuda y reparación, pero en menor medida se han mostrado ejemplos de personas mayores, cuando hemos conocido que, otra vez, la mayor parte de las víctimas han sido personas mayores de 70 años. Entre el resto de víctimas que se han visto afectadas y se han librado de la muerte, también debe ser significativo el número de personas mayores. Mayoritariamente, se trata de personas que vivían solas en su hogar o con otra persona mayor y que, además, tienen limitaciones de movilidad, lo que les impidió escapar a tiempo de la furia del agua. Seguramente quedaron esperando el apoyo de familiares, de la vecindad solidaria, de profesionales o de los voluntarios… Es fácil imaginar su miedo, su incertidumbre y su sensación de desamparo ante lo que ocurría. Otra vez, la voz de las personas mayores apenas ha sido escuchada, lo que, si resulta inadmisible siempre, lo es aún más en situaciones en que se agudiza la vulnerabilidad de las personas más frágiles, como son quienes tienen una avanzada edad y a ello unen problemas de salud o discapacidad.
Muchas personas mayores de las generaciones que hoy superan los 70/80 años son maestras en resistir crisis de todo tipo a lo largo de su vida: privaciones de la posguerra, restricción de libertades durante la dictadura, reajustes vitales por las consecuencias de la industrialización y el éxodo a las ciudades, lucha por las libertades, efectos de la revolución tecnológica o de la lucha de las mujeres por la igualdad... A todo ello hay que sumar los efectos que durante la crisis pandémica afloraron en toda su crudeza: el trauma del estigma y la discriminación que sufren las personas mayores y la grave limitación de sus derechos y de su autonomía en la toma de decisiones, sobre todo cuando se encuentran en situación de vulnerabilidad. A las consecuencias dramáticas de las pérdidas originadas no es baladí las que están ocurriendo, hoy como ayer, con el cierre de centros de día y centros sociales (la mayor parte de ellos, situados en locales de planta baja). Habría que priorizar la reparación de estos espacios para acoger a las personas y evitar que continúen en soledad y sin los tratamientos que precisan.
Al contrario de las reflexiones sobre el significado y el rol de las personas mayores desde los tiempos de Aristóteles, Cicerón o Séneca, ensalzando la época de la vejez, como dechado de sabiduría, a lo largo del siglo XX autoras como Simone de Beavoir, Norberto Bobbio o Betty Friedan aportaron análisis descarnados sobre la indiferencia, marginación y, en suma, la discriminación que se produce hacia las personas mayores. De manera reciente, la vulneración de sus derechos y las afrentas a su dignidad que pudimos vivir durante la pandemia han sido descritas por informes, manifiestos y declaraciones de muy diversas organizaciones del ámbito internacional, como la OMS, la Unión Europea, Médicos sin Fronteras o Amnistía Internacional y también en España.
Afortunadamente, hoy en día reivindicamos desde el propio movimiento asociativo de personas mayores, organizados en especial en la Plataforma de Mayores y Pensionistas de España, la necesidad de que se mantenga la dignidad y el respeto de nuestros derechos a lo largo de todo el ciclo vital y que se reconozca socialmente la callada y generosa aportación que realizamos a diario para el bienestar de las familias. Y ahora, en momentos tan críticos como los que se viven en las zonas que han sido escenario de la catástrofe de la DANA, agradecemos la generosa labor de profesionales y voluntariado y alertamos y pedimos que no se olviden las necesidades específicas de las personas mayores que se encuentran en especial situación de vulnerabilidad y se les atienda con prontitud y con el cuidado que merecen.