Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 27 de septiembre de 2023
4 minutos
Miércoles 27 de septiembre de 2023
4 minutos
Hubo un tiempo en que los veranos diferían poco de año en año. Lo habitual y reiterado era la recolección agrícola, la vacación escolar, el ferragosto de las fábricas, el quisquilloso estío de los Rodríguez, los baños de playa y piscina, las meriendas al aire libre, el montañismo aficionado, la vuelta al pueblo y, más recientemente, los viajes al cercano mundo desconocido.
Y en ese tiempo de estación calurosa la naturaleza tenía asimismo las gracias y los contratiempos lógicos de los ciclos periódicos que nos traen sus elementos.
Lo normal eran los juegos infantiles libres a todas horas, la exposición al sol para coger color de moreno de piel, los bailes a la luna. Pero también teníamos tormentas de granizo, incendios forestales, tráfico insensato y muchos turistas.
Y quedaba atrás –hasta septiembre– el trabajo ordinario, el colegio, reparar aquel aparato estropeado de casa, volver al gimnasio, hacer dieta y ahorrar. Era el tiempo de disfrutar todos; la mayoría, claro.
Se ha vuelto repetido el que cada año nos parezca que hace más calor que el anterior, que no llueve nada, que la gasolina sube en verano, que los mosquitos pican más que nunca, que mire Ud. cómo han subido los helados y que mucha gente ya no se porta tan bien como en otros tiempos.
Este sábado 23 de septiembre hemos estrenado nueva estación, pues ha llegado el otoño del calendario. Con temperaturas solapadas aún estivales, anulando bondades lluviosas de otrora y renovando modernidades de síndromes post vacacionales.
Valga lo dicho como preámbulo para explicarles lo que, de hecho, debiera ser algo normal entre nosotros: en el fondo el rol del tiempo se repite y la memoria suele ser bastante corta. Sin embargo, esta vez sí creo que el verano sufrido en el mundo este 2023 tendrá su historia gris, si no negra, particular.
Despedimos a un verano –considerado desde nuestro hemisferio boreal– lleno de acontecimientos extraordinarios y singulares, extraños y acompañando a los acostumbrados, que han puesto en vilo la vida pacífica de las gentes y llevando a la alarma general de un futuro social desarmonizado e incierto.
Sucesos, cercanos o del otro lado del mundo, que confunden principios de convivencia, deseables prácticas de equidad y respeto regulado para el debido orden social, a cargo de la especie humana. Y fenómenos –acontecimientos– naturales, en cuyo origen poco tenemos que ver los humanos, que de forma sorprendente y a veces imprudente, pueden producir lamentables catástrofes.
La singularidad natural popularizada los primeros meses cálidos, ha sido protagonizada por una tal DANA. Al principio, muchos pensábamos que era un nombre femenino, puesto por los sacerdotes del clima que bautizan fenómenos meteorológicos desastrosos.
Hasta que nos dijeron que la perturbación dañina de moda se trataba de una “Depresión Aislada en Niveles Altos” ¡hum con ella! Que se lo pregunten a los griegos, turcos y búlgaros.
Antes, al tiempo o después, el mundo ha padecido inundaciones masivas en Asia, por lluvias diluviales que no respetaban siquiera al gran Pekín. Sufrieron también derrumbes y se produjeron extensos y profundos lodazales en Sudamérica, como el tifón de Perú. Hubieron avalanchas de aguas en pueblos y ciudades europeos ¡hasta en París! Sufrió lo indecible Libia. Y pasó en Nigeria.
El fuego se apoderó de grandes extensiones esteparias, arbóreas y residenciales en lugares muy alejados entre sí, hermanados por la desgracia natural e importancia de la devastación, como Australia, Canadá, California, Indonesia, Chile, África central, Hawái y Tenerife, además de los incendios recurrentes.
Qué decir del terrible terremoto acaecido en Marruecos, que ha dejado alrededor de 2.000 muertos. Las olas de calor sufridas por largos días superándose los 40º en pueblos y ciudades de tradicionales veranos templados, que ha supuesto otra causa más de defunción de muchos débiles.
Y la guerra derivada de la invasión ilegal de Ucrania por Rusia, que no quieren se acabe mientras mueren personas en un goteo incesante y se hunde un país, su cultura y su economía, arrastrando a una parte del mundo y solo para un festín imperialista. Empalmado estos días con una nueva trifulca bélica en Armenia.
Pero también han sido significativos otros acontecimientos que provocan inquietud y no reciben soluciones ajustadas, como las masivas inmigraciones humanas hacia Europa y los EUA, desde África y Sudamérica. Escapes de la miseria, búsqueda de la supervivencia y huida de las amenazas tribales.
Que le cuento que no sepa, distinguido lector, sobre la galopante carestía de la vida que corroe pensiones y salarios y afila la pirámide decreciente de una economía enfermiza hacia la inflación que creíamos abandonada no hace tanto.
Como colofón de inoportunas e interesadas disfunciones veraniegas, terminemos citando a las esperpénticas jornadas políticas de este olvidable estío español. Qué provocación, qué maledicencia, qué bochorno internacional, qué desgracia de pasado reciente frente a una derrota clara de la armonía y la objetividad de crecer socialmente, en paz, democracia y unidad.
¿Adónde hemos escondido la razón? ¡Adiós verano, te despido con rencor!