'Balconing' del bueno
Diego FernándezDomingo 29 de marzo de 2020
ACTUALIZADO : Lunes 30 de marzo de 2020 a las 13:44 H
6 minutos
Domingo 29 de marzo de 2020
6 minutos
Pintan bastos, y la mala mano de cartas que nos ha traído el coronavirus hace que sea difícil ver más allá del lado negativo de la partida. Pero entre tanto drama creo que toca que hagamos un poquito el humor, le demos la vuelta a la tortilla y miremos la vida desde el otro perfil, desde el bueno. Así que os contaré lo que pasa cada día en el escenario de la calle Mayor de Madrid, cerquita del lugar en el que una vez intentaron cargarse a Alfonso XIII y a su mujer. Dice un amigo, que no solo lo peor está por llegar, también lo mejor. De lo mejor yo vivo un pedacito en mi butaca particular de esta obra, mi balcón.
Las 14:30 es la hora del vermú para mi familia de cuarentena, mis benditos vecinos, a los que conocí hace poco más de diez días, pese a llevar ocho años viviendo en el mismo edificio. Con las horarias se abren los ventanales y empiezan los saludos de voces y acentos diferentes: “Hola, buenos días” “¡Buon giorno!” “ Hola, ¿qué tal? ¿cómo estamos hoy?”. Aquí, cada uno acude ataviado con sus preferibles galas, una bebida diferente y una historia detrás que solo es interrumpida por el sonido de alguna moto solitaria.
A mi derecha, a la distancia de seguridad que el aislamiento exige y con una caída de tres pisos entremedias, tengo a Neus y a Francesco. La madre de Neus vive en Igualada, la ciudad que hizo de prototipo de aislamiento por el coronavirus y Francesco es napolitano, y ya sabemos que en Italia tampoco lo están pasando bien. Sin embargo, junto a su vaso de vermú siempre hay una sonrisa. Neus es la Celestina de esta historia de cariño vecinal, la que suele preguntar si estamos bien y la que se interesa mucho y con detalle por nuestra alimentación. Tanto que por mi parte, si seguimos así, la pregunta va a convertirse en una maravillosa retórica, porque en lo que llevamos de cuarentena, ella y su novio ya me han dejado en la puerta, lentejas, parmigiana y conejo al chocolate. Por afecto, y no por cortesía de vuelta, yo les he provisto de vino, cerveza y bizcocho.
Como buen napolitano, la pareja de Neus, Francesco, es del Napoli y adora a Maradona, y como Italiano, de espíritu y voz, necesita gritar. Francesco nos pidió permiso al resto de vecinos para salir dos o tres veces al día al balcón con la intención de estirar los pulmones: ¡Resistiré! ¡Vincerò! Y cuando Francesco necesita elevar la voz, mi ánimo también se eleva.
Al otro lado de la calle están Alberto y Ale. Su balcón viste de chulapa. Está decorado con un mantón de Manila, lo que le da un toque todavía más madrileño a la escena. Ellos son los responsables de que en la calle Mayor de Madrid haya himnos contra el coronavirus. Desde el popularizado Resistiré a Bella ciao o la menos reivindicativa, pero no por ello menos animosa, canción de Dirty dancing. Los dos tienen la buena costumbre de venirse arriba con facilidad y eso en esta época cuenta como arma de felicidad masiva.
Junto a ellos hay todo un elenco de actores de reparto de alegría. Los niños que a veces cogen el telefonillo y gritan a través de él, una señora que dice que cuando todo esto acabe habrá que poner mesas en el centro de la calle y cortar unas rodajas de salchichón o dos hermanas que se asoman desde su buhardilla a las 20:00 horas y que están provocando que deseé con mucha fuerza el cambio de hora para que haya más luz y conocer su aspecto y no solo el de su silueta.
Sería depresivo pensar que el desánimo es lo único que se muda de casa en casa en estas semanas. Por si la mala tentación les vence, sepan que en ‘La Mayor’ nunca dejamos que ese desánimo que rota de balcón en balcón se instale. Si uno teme que le despidan, le animamos. Si desde el país de la bota, llegan malas noticias, las despejamos hablando del fútbol italiano de finales de los ochenta, de aquel gran Calcio. Y si la familia de un servidor anda regular, mi nueva familia, la de confinamiento, relativiza la situación y me dice que también están para cuidarme.
Ojalá este efecto ‘vecindario unido’ que ha provocado aquí el coronavirus se convierta en pandemia e infecte otros barrios. Los vecinos, como individuos, podemos ser solo extraños en un rellano o en un ascensor, pero siendo más sociales y cooperativos, podemos tener la capacidad de mejorar nuestras propias vidas. Ya sea reivindicando, compartiendo o simplemente riendo. Así que anímense y, si la infraestructura de su hogar se lo permite, hablen con sus vecinos durante este aislamiento. Practiquen el balconing del bueno.
Diego Fernández es periodista de La Sexta Columna (La Sexta).