Madrid será la tumba del coronavirus
Diego FernándezViernes 20 de marzo de 2020
ACTUALIZADO : Jueves 26 de marzo de 2020 a las 12:33 H
4 minutos
Viernes 20 de marzo de 2020
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Primero permitan a este periodista que pida disculpas por saltarse una de las normas fundamentales de su profesión, esa que dice que tú no debes ser el protagonista de las historias que cuentas. Entiendan que la cuarentena deja pocas alternativas. Soy madrileño, no porque me criase aquí, lo soy porque ya han pasado más de diez años desde que Madrid me acogiera o acogiese. Porque si algo es Madrid, es acogedora. Madrid me abrazó y me dotó de su ambiente de Rastro, de bares clandestinos, cañas perfectas, muchos paseos imaginándome en el siglo de oro y, lo más importante, de amigos, primos, sobrinos y, ahora, vecinos-colegas de aplausos cada tarde a las ocho. Madrid, la ciudad del chotis, el "ejj que" y orgullosa de su "Orgullo", es mi hogar.
El escenario de la tragicomedia que es una vida. Una pandemia de lágrimas buenas y menos buenas, de carcajadas y de sonrisas, siempre mucho más profundas que sus hermanas sonoras. Pronto comprobé que Madrid te adopta. Y ahora, atrincherado desde mi balcón, veo como Madrid se adapta. Compruebo que el bullicio casi perenne de mi ciudad se ha transformado en un silencio protagonizado por caminantes de cabeza agachada. Un gesto que no provoca una mascarilla. Todos sabemos que el nuevo complemento invierno-primavera no pesa tanto.
Madrid parece un móvil en modo avión, pero el silencio en mi calle, la Mayor, como me gusta llamarla, es intermitente. Lo es porque un vecino del bloque de enfrente cuyo nombre no sé, pero al que sí sé que abrazaré cuando todo esto haya terminado, me interrumpe. Mientras escribo, mueve su brazo derecho de un lado a otro gritándome: "¿Qué tal?, aún no estamos locos, ¿no? ¡De momento, de lujo!". Un gesto capaz de alegrar una mañana. De convertir algo que puede acercarse peligrosamente a la soledad, en compañía. Ese silencio intermitente y ese saludo solidario son síntomas leves, pero certeros de la victoria de Madrid. Una vacuna que me hace pensar que Madrid resiste y resistirá.
Puede que para hacerlo más llevadero y no bajar la moral, en los medios, las víctimas y los infectados por coronavirus, suelen carecer de rostro. Ella se llama Carmen, tiene 88 años y es mi abuela. Ahora mismo está sola, aislada, esperando en una cama de hospital los resultados de las pruebas de ese virus que ha cambiado nuestras vidas. Es valiente y fuerte, pero también muy lista. Por eso, sé que debe tener miedo de haber pillado el maldito bicho. A mí no me gusta estar encerrado lejos de ella. Quisiera salir por la puerta, correr, saltarme todas las normas e ir abrazarla. Si no lo hago, y aguanto con toda la rabia e impotencia que podáis imaginar, es porque creo que ayudo más quedándome en casa.
Igual que hace mi otra abuela sabia, María, de 93 años. Ayer me dijo por teléfono, que el tiempo estaba cambiando. A mis precoces 34, intuyo que la edad y las hostias del camino dan sabiduría, por eso yo creo a mi abuela. Y creo que antes o después el tiempo terminará de cambiar. Así que ahora sin miedo de que se me tache de loco y parafraseando una película regulera de superhéroes diré que "Ser vecino de la calle Mayor de Madrid, conlleva una mayor responsabilidad". Por eso, coloco una pancarta en mi balcón: "Madrid será la tumba del Coronavirus". Su punto y final. Porque a esta ciudad unida no hay coronavirus que le tosa.
Diego Fernández es periodista de La Sexta Columna (La Sexta).