Martes 12 de enero de 2021
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No sé si dios existe. No tengo el gusto de conocerle, pero si alguien quiere concertarme una cita con él, acudiré gustoso. Creo que nos llevaríamos muy bien. Tiene un sentido del humor negro y extremo. Uno de los deseos más escuchados en la reciente nochevieja era que 2021 fuese un año tranquilo y más normal. Si eso depende de dios, parece que ha preferido que le sujetemos el cubata y echarse unas risas.
No llevamos ni la mitad de enero y hemos vivido un asalto al Capitolio de Estados Unidos. Al frente, seguidores de Trump disfrazados de pioneros con un aire entre ewook y la tribu del guerrero número 13. Cuando nuestros ojos casi no podían pestañear, apareció Filomena para dejar a Elsa, la reina de Frozen, a la altura de una aficionada.
Tenemos medio país cubierto de nieve. Un flash blanco que nos ha ayudado a olvidar. Un alivio en forma de paréntesis del Covid que también ha sido, por momentos, algo peligroso. En plena Puerta del Sol, justo delante de la sede de la Presidencia del Gobierno de la Comunidad de Madrid, me encontré una guerra de bolas con comandos organizados y autónomos en la que la distancia de seguridad y las mascarillas fueron las grandes ausentes. Esa temeridad, no tan extendida como la ventisca, ha sido el punto negro a unos días blancos. Pero criticar por unos pocos al pueblo de Madrid es injusto y facilón.
Los madrileños han vuelto a tirar del carro. Dicen que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. En el caso de Madrid creo que la amnesia cultural no es tan mala si lo que se repite es la capacidad para no doblegarse ante la adversidad. Ahora los madrileños limpian sus calles de árboles caídos y nieve y ofrecen sus vehículos todoterreno para llevar enfermos a los hospitales.
En la primera ola y en el 11-M, desbordaron las donaciones de sangre. Durante las manifestaciones del 'No a la guerra' plagaron la calle de gritos de paz y en la transición la consiguieron. Los madrileños defendieron la ciudad hasta el último aliento contra el Franquismo y se rebelaron contra un emperador francés y un Rey felón un dos de Mayo.
Madrid no siempre resiste, pero este pueblo de gatos y otros felinos de adopción, pelea siempre panza arriba. Las dificultades de nuestro tiempo y de tiempos pasados demuestran una cosa. Como dijo el poeta camuflado en cantante, la capital está "a mitad de camino entre el infierno y el cielo", pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid. Aquí la cosa siempre está que arde.
Diego Fernández (@Diegogtf) es periodista en La Sexta Columna (La Sexta).