Viernes 27 de noviembre de 2020
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Maradona se marchó. El diez, rompedor de cinturas y records por su don con la pelota, ha sido tan rápido en la vida como dejando ingleses atrás. El pelusa dijo adiós al mundo a los 60 años, sin entrar en la vejez oficiosa. Una muerte joven, pero no sorprendente por la degeneración del personaje. Si hoy me gusta el fútbol, él es uno de los principales responsables.
Los mejores jugadores del mundo son aquellos que llevan la pelota cosida al pie y Maradona ha sido el mejor sastre. Su fútbol de autor con golpeos de efectos especiales le ha llevado al olimpo de los mejores de la historia. Y digo de los mejores y no el mejor, porque ese es un debate eterno que merece no ser superado.
Para mi abuelo Victoriano, el mejor de la historia era Don Alfredo Di Stefano. Mientras sujetaba su jarra de cerámica del Real Madrid, me lo describía como un superhombre que jugaba por todas partes. Me llamaba la atención que repetía una y otra vez un mismo detalle: “Siempre iba con la cabeza levantada”. Para mi abuelo, Di Stefano era un futbolista que hacía mejor a todos y que era el mejor de todos.
Él me inculcó la admiración por los jugadores con visión de juego. El buen hombre, era madridista. Eso no pudo inculcarmelo y nunca insistió, lo cual le honra, pese a que sabía que mi vida como aficionado hubiera sido más fácil y menos sufridora. Pero ganar siempre me resulta aburrido, por lo que probablemente mi afición por el fútbol también hubiera sido menos pasional.
Un compatriota de Maradona, Juan José Campanella, dijo en su película El secreto de sus ojos que "un tipo puede cambiar de todo. De casa, de cara, de familia, de religión, de dios, pero no de pasión". Los que sentimos hoy la pasión por el fútbol, estamos de luto por Maradona. Y aunque el ‘dios del fútbol mundial’ haya muerto, de eso no se cambia. Y si no que se lo digan a los argentinos.
Diego Fernández (@Diegogtf) es periodista en La Sexta Columna (La Sexta).