Sociedad de mercado
Diego FernándezSábado 30 de mayo de 2020
ACTUALIZADO : Lunes 1 de junio de 2020 a las 17:20 H
7 minutos
Sábado 30 de mayo de 2020
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Algunos escritos romanos aseguran que el alma del imperio no residía en el senado o en los templos. Estaba en los mercados del foro y en las gradas del Coliseo. Hoy, el alma de las ciudades o los pueblos no está en sus Ayuntamientos. La jerarquía que diferencia al que ocupa un puesto de poder con el vecino, evita que se pueda establecer una relación de confianza entre ellos. En mi agnóstica opinión, las iglesia también han perdido el monopolio de las almas. Su público baja a medida que avanzan las décadas y en sus bancos no se conversa. Se reza y se contesta con obediencia. Los fieles creen en un dios omnipresente, pero su mensaje llega de manera unidireccional a través de un sacerdote. El cura suele abarcar el protagonismo en una iglesia. No es una relación de tú a tú. Algo que sí sucede en las plazas. Allí en las conversaciones se mezclan personas de toda condición.
Una plaza sí permite escuchar de qué palo late en cada momento el pueblo. Por donde van los tiros. Sin embargo, hasta que nos lo permitan, lo de detenerse a hablar en la vía pública tiene que esperar. Por mucho que de una forma u otra hayamos tenido encuentros casuales, no han sido cómodos. La razón es que debemos conversar en marcha. Una forma de debatir que tiene alergia al corrillo y que hace que el sentido de una plaza se pierda. Las plazas son para detenerse, no para convertirlas en un tiovivo humano de ansiosos con ganas de charlar.
El refugio del alma de la ciudad, ahora mismo está en el mercado. Es lo más parecido a la antigua realidad que he encontrado en este año primero después del coronavirus.
El mercado de mi barrio no ha cambiado demasiado, salvo los detalles obligatorios. Se han pintado líneas en el suelo para mantener la distancia y el orden, lo que es un handicap para los expertos en el arte de colarse. Y los clientes de los puestos y sus dueños llevamos mascarilla. Por lo demás, se mantiene su ambiente de reunión. El lapso de tiempo en el que se despachan pimientos o se despieza un rodaballo, da como para arreglar el mundo.
Sufrimos el mal del monotema, es lógico. Pero se palpa que hay ganas de hablar. Es una democracia del futuro hambriento y el tendero. Aquí, nadie es más que nadie. Faltan puestos por abrir. Barecillos que nos permitan hacer lo mismo, mientras tomamos una cerveza. Pero la esencia se mantiene. Somos una sociedad de mercado, no porque en la bolsa esté nuestro futuro. Este reside en las conversaciones que podemos mantener como ciudadanos en aquellos foros que nos están permitidos. Hasta que todo mejore me quedo con el del mercado. Aquí mi sociedad, está sobreviviendo.
Diego Fernández es periodista en La Sexta Columna (La Sexta)