Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 30 de marzo de 2022
3 minutos
Acabamos de dejar atrás un tiempo de disfraces. Esperaba yo un Carnaval algo más lucido y sin embargo parece que este año se haya reducido al mundo infantil escolar, siempre bienvenido en calles y colegios, alguna muy puntual crónica televisiva y un par de chirigotas gaditanas vía WhatsApp. O yo he estado fuera de juego.
El caso es que la ocasión festivalera tradicional me da pluma para referirme a otro tipo de disfraz que está en boga para quedarse, que me temo perdure y hasta se multiplique: el de las palabras “disfrazadas”.
En este tiempo de nuestro entorno vienen apareciendo al uso diario palabras viejas con sentidos nuevos. Vocablos ciertos de expresión y disfrazados de aplicación, que vienen a actualizarnos coloquialmente en diversidad de temas que nos trascienden.
Elijo para empezar “políticamente correcto”. Se aplica como definición del lenguaje destinado a no ofender a determinados grupos sociales. O sea, se pretende tapar expresiones naturales de condición, situación y constitución humanas, mediante “eufemismos” advenedizos al interés del calificante. Al parecer, les restan adeptos si se les nombra normalmente.
Así, de tal forma, queda mejor, más suave y condescendiente, la observación, el reparo y la crítica del feo e incómodo hecho consumado que nos molesta y contradice, pero que rebozamos de caritativo adjetivo. Es decir, hacemos virtud de la hipocresía.
Sigo con “empoderamiento”. Nuestra gramática lo tuvo antes como apoderamiento, de apoderarse, disponer y controlar. También originó el representar, sustituir y decidir por otro, su poderdante. Ahora, ya desusado aquel, se dedica al buen provecho del desfavorecido, su progreso y completa equiparación social.
Tal es el favor conseguido por esta expresión que no hay colectivo, orden social y económico que no la incluya en su vocabulario diario.
Es lógico, por ejemplo, se quiera empoderar a la mujer para que alcance al hombre de manera “paritaria” en todos los casos en que estamos llamados a ser iguales y ¿por qué no superarlos?
Es más, ¿tan necesario es feminizarlo todo para reconocer su compatible exclusividad natural? Es decir, respetar sus propias cualidades, todas y hacer lógica la evolución natural y adaptarla al orden actual pues, hoy por hoy, no se conoce tengan terreno vedado alguno, ni socialmente se admite su exclusión.
Y en otro supuesto ¿debemos empoderar con subvenciones a los menos favorecidos económicamente (ej. de eufemismo) para que superen su supuesta ignominia? O bastaría procurarles buenas cañas de pescar para mares no revueltos y con buenos caladeros.
¿Hay que empoderar a estudiantes y obreros eximiendo aprobar exámenes a unos y no desenredando el desempleo a los otros? O se les incentiva el esfuerzo y apoya decididamente su formación y mejora profesional con políticas de compensación realistas.
Pero no deseo confundir a nadie mezclando churras y merinas (unas dan buena carne y otras estupenda lana) sólo reflejar esos disfraces de palabras que confunden sin nada a cambio. Como estas otras:
- producto biológico: para calificar los huevos de calidad superior.
- crédito sostenible: para ofrecer financiación bancaria al consumo.
- energía ecológica: para hacer creer que se produce naturalmente.
- resiliencia psicológica: para brindar fortaleza de ánimo a las penas.
Y añada Ud., respetado lector, otras que le suenen y póngales el supuesto que disfrazan y quizás convenga conmigo que estamos consiguiendo un Carnaval de las palabras de 365 días al año.