Jueves 28 de marzo de 2019
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La Jubilación es una transición con múltiples cambios, externos e internos, que nos plantean nuevos retos y abren oportunidades para desarrollar diferentes intereses o experimentar nuevos estilos de vida. Podemos considerarla como un rito de paso que cierra una parte importante de nuestra biografía personal y al atravesar el umbral de la vejez, adquirimos un nuevo estatus social.
La transición a la jubilación puede comenzar antes de la fecha prevista, con la perspectiva diferente que se adquiere ante la cercanía del cambio de estado. Algunos se despiden de su trabajo tomando distancia de proyectos en los que no van a participar, otros se preocupan por dejar todo listo antes de su partida y hay quienes se decantan por anticiparse poniendo en marcha sus planes de futuro.
En torno a la jubilación se articulan diferentes vivencias de júbilo con otras de pérdida de referencias y valor personal. Entre las primeras están las gozosas de sentirse dueños del tiempo, liberados de obligaciones y horarios fijos y libres para decidir. Surgen, también, expectativas y temores que progresivamente serán superados y sustituidos por actitudes y propósitos más realistas.
Como sucede ante cualquier separación o pérdida, la persona que va a jubilarse inicia una etapa de duelo en la que se ve impelida a replegarse sobre si misma y hacer una revisión de su pasado. Esas miradas retrospectivas evocan sentimientos diversos asociados al repaso de logros, fracasos, errores y daños sufridos y causados. La sensación de vacío, como consecuencia del final de ciclo y el consiguiente menoscabo de la identidad personal y social, despiertan inseguridad y miedo al deterioro intelectual o a deprimirse.
Al enfrentarse a una fase nueva y desconocida también suele estar presente un cierto nivel de estrés y ansiedad, que se manifiesta, por ejemplo, en la preocupación por quedarse socialmente aislado o en no saber encontrar estímulos para mantenerse activo y languidecer en una vida sin retos ni objetivos. Todos estos recelos y afectos penosos no son indicativos de la existencia de problemas, ni deben ser vividos con rechazo o culpa.
En el paso a la jubilación influyen, así mismo, la voluntad u obligatoriedad de jubilarse, la edad y las consecuencias económicas de ese cambio de vida.
El impacto emocional al incorporarse a la jubilación puede ser vivido y reconocido o ignorado, como si no hubiera ocurrido nada importante o como si nada hubiera cambiado. Es frecuente utilizar recursos evitativos, como la hiperactividad o la racionalización, para controlar los afectos intensos y contradictorios producidos por circunstancias que no podemos modificar.
Darse un tiempo para vivir y reconocer lo que se experimenta durante la transición evita reprimir afectos e ideas que pueden desplazarse a otras áreas de la vida y afectar negativamente al estado de ánimo o las relaciones. Además, conocer e integrar nuestras respuestas nos permite recuperar la unidad interior y refuerza la capacidad de encontrar nuevas metas que aporten satisfacción y sentido al periodo de la vida que comienza.
La actitud con la que ingresamos en la jubilación es determinante. Sentir que vivir sigue teniendo sentido y que hay actividades y relaciones para expandir y descubrir nos protege frente al desconcierto y la nostalgia de lo que dejamos atrás.
Dr. Bartolomé Freire Arteta, autor del libro: La Jubilación, una nueva oportunidad (LIDeditorial)