![Ramón Sánchez-Ocaña Ramón Sánchez-Ocaña](https://www.65ymas.com/uploads/s1/12/41/31/2/ramon-sanchez-ocana.jpeg)
Lunes 2 de septiembre de 2019
2 minutos
Los alemanes pueden criticar libremente la siesta e incluso creerse que gracias a sus gestiones de austeridad han logrado que los españoles no descansáramos un rato después de comer. Allá ellos. Que mediten un poquito sobre este elogio.
La dieta mediterránea tiene muchas ventajas. Y se suele ignorar que más que una dieta es una forma de vida que incluye desde un vaso de vino, hasta esa cabezada tras la comida.
Durante un tiempo se decía que la siesta era el vicio de los españoles. Y sin embargo ahora, estudios muy concienzudos nos dicen que tiene grandes beneficios.
Hay gente que no puede prescindir de esos minutos de sueño tras la comida. Y hay quien no duerme porque le rompe mentalmente los horarios. Sin embargo, investigadores muy serios recomiendan dormir un cuarto de hora después de la comida. Renueva a la persona y reduce el numero de accidentes de trafico. Parece ser que el organismo tiene una disposición natural a dormir dos veces diarias. Una cabezada a mediodía, y una serie de horas por la noche.
La siesta debe ser breve para que no invada otras esferas de sueño y acabe produciéndonos esa idea de despiste e incluso de mal humor.
Una siesta de 40 minutos permite volver al estado de máxima alerta y atención, según un estudio realizado por la NASA. Muchas compañías aéreas ya aconsejan esa siesta a sus pilotos. La siesta corta sube la moral, mejora la atención, la productividad y la seguridad de los trabajadores. Entre los aficionados a la siesta se puede citar a Leonardo da Vinci, Edison, Churchill, Clinton y Sharon Stone.
Pero tiene que ser breve. Más de 30 minutos ya supondría alguna desventaja, porque permitiría al organismo llegar a las fases más profundas del sueño y se traduciría en despertar incomodo, en perder la noción horaria e incluso en dolor de cabeza.
Y como cosa curiosa, comentemos el origen de la palabra “siesta”. Ya no se duerme a la “hora sexta”, que eran las doce del medio día. Los monjes se levantaban a las seis de la mañana. Seis horas después, es decir, a la hora sexta se les servía la comida. Tras el refrigerio de las doce “sexteaban” y en muchas ocasiones se adormilaban durante la meditación. Ese es el origen de la palabra.