Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 8 de mayo de 2024
3 minutos
A menudo, me planteo si referirnos a temas y acontecimientos que mayoritariamente son considerados poco favorables y hasta negativos para el común de los humanos, es consecuente y ayuda a la sensibilidad social, o no.
El deseo y la suerte de cada cual están para presumir lo ideal de cada uno, y tentarlo cabe en cualquier apuesta que queramos hacernos respecto de conseguir algo.
La suma de propósitos positivos de una colectividad requiere la comunión de su apetencia con la disposición a obtenerlo. Tal compromiso no siempre ve la luz, sin embargo, cuando ocurre, significa un hito memorable realizado.
He escrito alguna vez que las buenas noticias son escasas de aparecer y, contrariamente, parece que nos tengamos que desayunar con los acontecimientos perniciosos.
Como si necesitásemos que nuestro ánimo requiera una infusión suave de cicuta para estar al día de lo que pasa, aunque al mismo tiempo suframos moralmente con sus consecuencias.
Ciertamente que las normas de vivir que nos hemos dado, con el objetivo de hacerlo de manera feliz, siendo bien consideradas y resultando buenas, ni son iguales ni conforman a todos.
¿Qué podemos hacer para escaparnos de los aconteceres que disgustan, para mejorar la convivencia y para superarnos individualmente?
G. K. Chesterton decía: “Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina”
Y así es. La ilusión es esperanza, es alegría, reporta felicidad, no cuesta nada –o muy poco– y tiene un alto valor de empatía. Es un sueño, un motor de aceleración activa.
No es sustancial, es verdad, pero tampoco banal, pues por eso nos decimos que “de ilusión también se vive”.
Tener ilusión es creer en algo, o en alguien. Es desear llegar a algún lugar o alcanzar una meta. Puede ser estar bien, mejor o sentirlo. Y también tener, disponer de méritos, cosas y reconocimientos.
Solemos decirnos que la vida hay que llevarla con ilusión, nos felicitamos entre nosotros porque nos pone contentos reencontrarnos, o vemos con ilusión recibir favores ajenos.
Imaginamos con ilusión beneficiarnos de un sorteo. Acariciamos ilusionadamente conseguir ese empleo, o esa promoción profesional. ¡No digamos la ilusión que nos hacen ser queridos!
La ilusión es infantil por naturaleza. Los niños son un ejemplo colectivo de la suma de ilusiones que son capaces de sentir y disfrutar ante cada uno de los descubrimientos que tienen al crecer.
Es muy común que el anciano, que se queja de sus achaques porque limitan algo su largo recorrido vital, sigan teniendo ilusión por seguir viviendo. Incluso teniendo dolores crónicos, se ilusionan en redimirlos de la mejor manera posible.
Naturalmente que la ilusión tiene flaquezas y hasta derrumbes. La fatalidad, la apatía, el fracaso temporal, el mal sueño. La incomprensión. La desilusión, nos devuelve a la humilde realidad.
Pienso que sueño y realidad pueden asociarse para tener una vida mejor. Por ejemplo ¿qué tal si nos apuntamos a desarrollar alguna de las siguientes ideas?