Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 22 de febrero de 2023
3 minutos
Estamos en Carnaval. Esos tres días previos al miércoles de ceniza y a cuarenta de la Semana Santa en que, según nuestra tradición religiosa, empieza el tiempo de Cuaresma y, por tanto, la llamada a la moderación de la carne en su sentido más amplio, que exige a algunos recogimiento y abstinencia.
Durante siglos, obispos y reyes fiscalizaron y constriñeron estas celebraciones cada vez que las gentes, que conservaban vivas las ancestrales costumbres paganas, osaban reproducirlas. Pero con el Renacimiento y el desarrollo de las ciudades, se fueron imponiendo tales fiestas con demostraciones culturales de cierto mejor carácter.
Los orígenes de los Carnavales son otros y muy anteriores y, en general, las gentes trataban de celebrar la llegada del buen tiempo tras el invierno, la fecundidad de la tierra y el alejamiento de los espíritus, con fiestas y rituales donde griegos, romanos y otros pueblos se reunían en manifestaciones bastante licenciosas.
Era propio de tales fiestas el fingimiento, la farsa y lo grotesco, representado por los disfraces con pieles de animales y vestidos estrafalarios y, sobre todo, por las máscaras atrevidas dadas al susto, al engaño y a la risa, así como por elevar cánticos y bailar.
En la actualidad, el Carnaval se celebra a nivel universal. Todas las culturas han traído al vivir humano presente las ganas de celebrar festejos impulsando aquellas antiguas costumbres, llevados a practicar unos encuentros distendidos entre sus habitantes, más allá de los condicionantes religiosos de otras épocas.
Son famosos mundialmente los Carnavales de Venecia, por su esplendor artístico y cultural, destacando fundamentalmente sus máscaras y lo es, asimismo, el de Río de Janeiro, por colorista, bailón y sensual.
En España se han de señalar los que se celebran en Cádiz, por sus desenfadadas y sagaces chirigotas con la crítica política y los de Canarias, con la puesta en escena de performances de fabulosos trajes y comparsas.
Y rara es la población que no acredita alguna característica local apoyada en sus propias tradiciones populares. Por ejemplo, el Carnestoltes catalán que, emulando el famoso mundialmente Mardi Gras, de Nueva Orleans, despide el Carnaval el último día (este año el 21.02) con su entierro de la sardina en llorosa procesión festera.
He de citar la simpática costumbre escolar de pasear a niños y tutores con sus disfraces colectivos en sus salidas de aula o actuaciones lúdicas en salas de actos, para los familiares.
Pero también traigo a esta escritura esos otros Carnavales. Sí, esos que no tienen fecha fija y se dan durante todo el año. Festivaleros y comerciales unos y algunos otros vergonzantes, que en su calidad de fijos - discontinuos, nos entretienen o fastidian según concierne.
Serían muestras carnavalescas de nuestras calles, alguna de estas:
- Ese hombre paseante con disfraz invisible y piel curtida, solo calzado con deportivas.
- Esa mujer de tacones finísimos que, al caminar, hace emerger sus piernas por medio de “sietes” –talla 70– de unos caros vaqueros.
- Esa colección de mozos que pueblan gradas futboleras y salta en eventos de vario tipo a pecho descubierto.
- Esos vestidos multicolores y asimétricos que popularizan famosas modistas y marcas de ropa del desfigurado.
- Esos pasacalles del Orgullo Gay que generan cierta división de opiniones sociales a veces incomprendidas.
- Esos nuevos ciudadanos que visten sus ropas tradicionales sin dejar indiferente a casi nadie.
- Esos Parlamentos desdibujados de compostura estética y de bronco comportamiento, para indebida imagen y representación.
Si se considera Ud. de los de siempre, disfrácese uno de estos días. Con una simpática máscara y cualquier “trapo” cubrirá su tímida identidad y, si lo aguanta hasta casa, quizás repita otro año. Pruébelo, yo me sentí muy bien.