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¿Existe realmente el síndrome postvacacional?
Ramón Sánchez-OcañaViernes 11 de septiembre de 2020
3 minutos
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Viernes 11 de septiembre de 2020
3 minutos
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En la práctica, ningún especialista serio se atrevería a hablar del síndrome postvacacional. Y sin embargo, está ahí. Y si en el plano físico los rasgos no están muy bien definidos, desde el punto de vista psicológico sí parece tener un perfil claro. Muchos expertos quieren quitarle entidad. Y sostienen que como estamos en una sociedad cada vez más medicalizada, tenemos la costumbre de pedir ayuda a la medicina ante el más mínimo problema. Es lo que ocurre con la vuelta de las vacaciones: que ante esa apatía, esa desgana, ese aburrimiento por volver “a lo de siempre” queremos ponerle nombre médico para que nos lo resuelvan los demás. Y entonces lo llamamos síndrome de vuelta al trabajo, dificultad de readaptación, o una pequeña depresión del retorno a lo cotidiano.
El regreso de las vacaciones, que debería presentarse como el momento de mayor ilusión tras el descanso veraniego, se nos convierte en una cuesta arriba que se adjetiva de hastío, desgana, falta de motivación, desencanto… Y no aparece nada más llegar, como podría esperarse, sino que surge cuando se instala nuevamente la rutina, a la semana de reintegrarse al trabajo. No es raro si pensamos como señalan las estadísticas, que hasta un 70 por 100 de personas no se encuentran cómodas en sus puestos laborales.
Y que, por tanto, a la inadaptación crónica se suma la de volver a lo de siempre. Por eso, este síndrome se produce más entre los que tienen pocas expectativas profesionales, es decir, que se manifiesta sobre todo, entre los que tienen el trabajo solo como un medio para vivir y no esperan de él más que la compensación económica –siempre por debajo, piensa, de sus merecimientos–. Pero insistimos en que más que un síndrome real, parece un problema de adaptación. Y así como parece que de pronto el cuello abrochado y la corbata se convierten en un dogal casi insoportable, ocurre lo mismo con esa otra corbata laboral que habla de horarios, de rutinas, de esperas, de envíos y jaleos administrativos.
Lo mejor sería establecer una ilusión o un proyecto concreto para la vuelta. Y preparar una estrategia. Repasar las vacaciones para racionalizar que el cerebro se ha ido aireando y que las ideas también se oxigenan. Y tener presente como una máxima de vida que sin ese trabajo que ahora nos puede agobiar, no hay posibilidad de vacaciones; es decir, que sin esto (trabajo, quehacer, rutina) no hay aquello (vacaciones, tiempo libre, descanso).
El primer remedio nos lo da el calendario ¿Verdad que los últimos días ya no se viven con la ilusión de los primeros? Es el momento de hacer ese balance positivo y de ir preparándose para la vuelta. Volver un par de días antes facilita adaptarse al entorno de siempre aún sin trabajo. Y sirve para normalizar algo importante que seguramente se ha roto durante las vacaciones: el patrón de sueño.