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Es muy complejo el mecanismo de la fiebre. Es un síntoma que casi siempre se presenta asociado a otros muchos.
Nosotros tenemos un termostato que regula nuestra temperatura corporal. Pues bien, cuando hay un episodio febril, ese termostato sigue funcionando bien, pero está ajustado a una temperatura más alta. En vez de estar a 36,5 grados, está a 38, por ejemplo. Cuando nos llega un agente nocivo, el organismo se prepara para defenderse. Se dilata –nosotros diríamos que se hincha– para que circule más sangre y así la patrulla de los glóbulos blancos pueda acudir a defenderlo. Como hay tensión, puede existir también dolor. Y mientras tanto, de ahí, de la misma zona de agresión, van a salir una serie de sustancias que tienen como misión avisar al hipotálamo para que cambie el termostato. Que tenga más calor porque así la respuesta defensiva del individuo será mejor. El termostato se ajusta entonces a un nivel más alto. Y surge la fiebre.
Y a veces sentimos frío, porque si toma como correcta la temperatura de 38 grados trata de compensar esa situación. Se abriga. Produce temblores para generar más calor. E incluso para no perder más calor, palidece. Así, hasta que regula la temperatura a la nueva indicación del termostato. En cuanto lo consigue, trata de nivelar nuevamente el calor que ordena el termostato con el que el organismo siente. No pasa frío, ya no tirita e incluso aparece una vasodilatación y, por tanto, enrojecimiento.
Pero las sustancias encargadas de corregir el termostato liberan otras que aumentan la sensibilidad al dolor. Por eso "nos duele todo".
La fiebre es, con el dolor, el síntoma más general de cualquier afección. Es, por un lado, el aviso que el organismo recibe de que algo no marcha bien y, por otro, el mecanismo que tenemos para aumentar nuestras defensas. Y esto es importante, porque en muchas ocasiones tratamos de bajar esa fiebre con medicamentos y no damos tiempo a que el organismo produzca sus propias defensas para luchar contra la infección.
Esta es la causa por la que los pediatras llaman la atención –una vez más– acerca del abuso de los fármacos para bajar esa fiebre. Y advierten de que si el niño está bien, aunque tenga fiebre, no hay por qué medicarle.
También recuerdan que los antitérmicos constituyen un tipo de fármacos que no necesitan un cumplimiento horario nocturno como otros. Y concretamente aluden a que así como hay que despertarle si está a tratamiento antibiótico para que tome su dosis (y así mantener el nivel adecuado en sangre), no hay por qué hacerlo para bajarle la fiebre si el niño está tranquilo.
Se debe insistir en que el proceso febril es muy útil al organismo para luchar contra virus y bacterias y aumentar su sistema inmunológico.
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