Joaquín Ramos López
Opinión

El feo oficio de la mendicidad

Joaquín Ramos López

Miércoles 16 de febrero de 2022

3 minutos

El feo oficio de la mendicidad

Miércoles 16 de febrero de 2022

3 minutos

En los años cincuenta del pasado siglo, en algunas ciudades españolas, aún se explicitaba en cartelería callejera el reproche social de la mendicidad. Recuerdo haber pasado yo mismo a diario, camino de la Escuela de Comercio, bajo una placa que rezaba: Prohibida la mendicidad y la palabra soez.

De la primera intimación, mi primera adolescencia sentía a menudo disgusto y lástima. Pensaba en lo degradante que era considerar a una persona ser mendigo o pobre de solemnidad, como se decía.

Todavía entonces se arrastraban penurias de pobreza manifiesta presentes en la vida de esos seres que habían constituido la mayor parte de nuestras poblaciones y que tras una dura edad media aún se prolongó en la moderna. Y, lamentablemente, perdura en grandes áreas de la humanidad.

Ahora, en este veloz siglo XXI, esta edad que los historiadores quieren denominar “mundo nuevo”, tenemos entre nosotros a nuevos mendigos. Esos aprovechados que ofician la mendicidad profesionalizando la del personaje miserable tradicional.

Creo tener razones y confío me sean compartidas que justificarían volver a cartelar calles invitando a erradicar la nueva mendicidad. O practicar alguna ingeniosa idea municipal para eliminar tal lacra de nuestras calles.

En un viaje de pocos años atrás visité la ciudad de San Francisco (EUA) A la vista desde el bus turístico de un mendigo solitario, nuestro guía local aseguró ser una excepción. Al parecer, el  municipio tenía decidido asignarles 500 dólares al mes para no dejarse ver; verbigracia, si no era chanza, emigrar a otro lugar.

Al referirme a la mendicidad no deseo citar a la pobreza, pues entiendo a una desvinculada de la otra. Tanto así que, padecer pobreza no justifica ser mendigo y oficiar mendicidad ofende la dignidad del practicante.

La pobreza es variada, tiene tipos, especies, orígenes, situaciones y lugares. Merece comprensión y requiere apoyos y soluciones. Exige responsabilidad pública y solidaridad social.

La dignidad realza la categoría de ser humano del pobre cuando este trata de combatir su infortunio material procurando acceder a las vías establecidas para su superación.

Sin embargo, la mendicidad es un lastre se mire como se quiera. Seguro que podrán considerarse sus motivaciones íntimas o circunstanciales, pero pocas serán irresolubles. Cuando menos en nuestro entorno, la mendicidad es una opción alternativa voluntaria.

Si tildo pillastre al mendigo -urbano por excelencia- es por su actitud farsa de pedigüeño, de más que dudosa indigencia. Es un oficiante, de obrar como profesional de la limosna, que vive de su ingreso abusando de la caridad de otros.

¿Qué digo, de la limosna? Si es casi de un irreverente petitum, cuando al reclamar la atención del transeunte, le expone una letanía laica, pide y hasta pone cifra al dinero que desea.

Multiplican su presencia en la calle, en la puerta de la iglesia y en la del supermercado, en aledaños de espectáculos, estaciones, paseos, bares. Los hay por zonas a modo de núcleo propio; de jornada laboral horaria o de límite recaudado al día. Exclusivos y franquiciados. Y tenemos hasta “pordosieros sin fronteras”

Y por demás, el penoso espectáculo de “empadronarse” en la calle, extendiendo colchones, cartones, instalando iglús de lona, sembrando inmundicia y dormitando canes. Despreciando las especiales y apropiadas asistencias municipales.

Todo ello y más –incluida la ocupación ilegal de viviendas y locales– que casi nadie aprueba pero, paradójicamente, autoridades y otros activos asociados no gubernamentales toleran sin rubor presumiendo de bienhechores pero girando el rostro a la sensatez.

Ahí está creciendo a diario esa infecta imagen de tantas urbes, restando prestigio a sus nombres tan acreditados con esfuerzo de creatividad y gasto para lucir atractivo de gozo propio y extranjero. ¿Quién dirá basta? ¡Que salga pronto de su ostracismo político!

Sobre el autor:

Joaquín Ramos López

Joaquín Ramos López

Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.

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