¿Sabes lo maravilloso de tener cierta edad?, pues lo alucinante es que nos igualamos; viene a ser como cuando estudiabas, que estabas con ese tío o tía porque te caía bien, porque era simpático, y no porque sacara un 10 en Matemáticas o un 9,95 en Química. Era tu amigo y nada más.
El lío es cuando curras, cuando ocupas una situación social y hay gente que, en función de lo que eres, pues así te trata, que hay mucho papón en el mundo, que los hay que son simplones… pero mucho. Entonces te planteas si al que conoces es un "amigo" o un tipo interesado. Y en esto del interés hay de todo; porque si eres albañil, piensa que le puedes hacer una obra casi gratis; si eres abogado, que te va a defender sin pagar un euro; si tienes un taller mecánico, que te va a reparar el coche y si eres periodista, como es mi caso… ya ni te cuento.
Pero el asunto tiene dos vertientes: Si tú estás jubilado y tu "amigo" no; o si los dos cobráis pensión. En el primer caso (tú, jubilado, y él no) es muy probable que pase de ti porque como no puedes hacer nada por él, pues no le interesas. Y en la segunda situación (los dos estáis jubilados), pues chaval, eso… eso es ¡genial!
Ahí todos somos iguales; te da lo mismo que un tipo tenga cien euros, cuarenta o mil millones; para ti lo importante es que sea simpático, como cuando estudiabas, y pasar un rato agradable.
Sinceramente, no comprendo por qué la gente no valora el curre de los demás. Y para mí, el ejemplo más claro de no valorar en su justa medida al personal es, entre otras muchas profesiones, la de arquitecto. Si yo fuera un maestro de la regla y el cartabón y construyera un edificio, junto a una placa con mi nombre estaría otra de todos los que colaboraron en la obra: aparejadores, carpinteros, cristaleros, ingenieros, contratistas, el del hormigón… Y sería feliz pensando que un día, uno de los que participó, al pasear con su nieta frente al edificio, le diga: "Mira, Martita, yo hice una parte de ese rascacielos".
Seguro que la pequeñaja se quedaría asombrada, pondría cara de incrédula y entonces el abuelo o abuela la cogería de la mano, entrarían en el imponente bloque de pisos, se dirigirían a una pared del amplio vestíbulo y, señalando una placa, le diría: "Ves, aquí pone mi nombre Fernando Galván, fontanero". Y si el abuelo se quedaría feliz, ya no te digo Martita, que seguro que pensaría: "Menudo abuelazo tengo, si no es por él no podrían vivir aquí". Y realmente, ¿cuesta tanto una placa y valorar el trabajo de los demás? Pues no.
Del libro ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña? (Amazon).