Francisco Olavarría Ramos
Francisco Olavarría Ramos es profesional de la comunicación, con experiencia de trabajo en entidades y empresas relacionadas con las personas mayores o personas con discapacidad.
… saber más sobre el autorMiércoles 27 de mayo de 2020
ACTUALIZADO : Lunes 15 de junio de 2020 a las 17:47 H
2 minutos
Miércoles 27 de mayo de 2020
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Cifras, porcentajes y cantidades. Tendencias e hipótesis. En los últimos meses hemos asistido a un bombardeo de información, a las que en ocasiones he tenido que poner freno para no enfermarme. Un uso moderado de los medios de comunicación, los tradicionales y los digitales, ha sido mi mecanismo de protección. El otro, refugiarme en la cultura, como el mejor bálsamo para estos tiempos difíciles y confirmo que me ha salvado. Una vez más.
Número de contagios y muertes eran actualizados diariamente y a medida que éstas iban aumentado, recordaba con preocupación aquella frase atribuida a Stalin: "Un muerto es una tragedia; un millón de muertos es una estadística".
Esta combinación de información y evitación me ha supuesto un conflicto ético. Saber o no saber. Hoy quizá con menor grado de estrés y rabia, recupero lo que siempre he pensado, que ninguna injusticia debía de resultarme indiferente, como aquella que recurriendo a la expresión que tantas veces he escuchado, "es ley de vida". Pretende invalidar el dolor que generan las muertes de los más mayores. Similar a aquella que dice "no hay nada que hacer".
Esta pandemia nos ha delatado. Como he dicho en otras ocasiones y en otros foros, pero que no me canso en denunciar, vivimos en una sociedad gerontofóbica. Aún no hemos entendido que algún día seremos nosotros las víctimas de ese perverso sistema de exclusión. La economía primará el desconfinamiento y volveremos al mismo punto de partida, aquel que desprotegió a los colectivos más vulnerables, aquellos que combatieron con la dictadura de nuestro país, aquellos que ofrecieron a sus hijos una carrera universitaria o aquellos que sacrificaron su ocio para cuidar a los nietos.
Durante este tiempo he recordado –con pesar– también el inicio de El extranjero de Albert Camus: ”"Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel". Un existencialismo inmisericorde al que combato escuchando a Mercedes Sosa entonar el clásico Sólo le pido a Dios, y añadiendo la siguiente estrofa:
Sólo le pido a Dios
que la vejez no me haga invisible
que nadie se muera de apatía
los últimos días de este regalo llamado vida
Recordémoslo, hemos despedido –injustamente– a una generación de mujeres y hombres, con nombres y apellidos, a los que les debemos todo.
Las cifras al por mayor y a escala global te protegen del dolor pero también nos convierten en seres menos humanos. ¡Yo continuaré con el gerontoactivismo!
Francisco Olavarría Ramos, licenciado en comunicación y activista en favor de los derechos de personas mayores y personas con discapacidad.