Jueves 13 de mayo de 2021
2 minutos
En los últimos años en este país empresas públicas y privadas vienen prejubilando a muchos trabajadores por razones económicas o estratégicas. La presión para someterse a esa medida, adoptada por la empresa, suele ser muy fuerte e ir acompañada de una oferta económica tentadora, pero la dimensión psicológica del hecho queda desatendida. Como apunta Josep Maria Riera en su libro Jubilarse a los 50 (Pirámide). "No se han valorado estas consecuencias porque no son conflictivas socialmente, sino que viven en el interior de cada uno y en su entorno más próximo”.
El impacto psicológico de una prejubilación prematura e involuntaria puede llegar a ser traumático si el trabajador todavía se considera capaz y productivo. Se produce un corte brusco en el control y la continuidad de su vida, recursos centrales para su seguridad personal. El camino que había trazado se trastoca, generando frustración e impotencia. Muchos de los prejubilados a los que entrevisté hablaban de sentirse “amortizables”, de que sobraban o que sus jefes habían dejado de confiar en ellos, lo que generaba resentimiento y una merma de su autoestima. Si estas experiencias no se verbalizan e integran pueden generar sentimientos de culpa o depresión.
Por todos estos motivos la separación del trabajo decidida por la empresa se hace más difícil y dolorosa y la gestión psicológica de este tipo de vivencias negativas disminuye la percepción de las posibilidades de realización futura e inhibe la capacidad de elaborar planes ajustados a las nuevas circunstancias.
Varios trabajos de investigación han mostrado que las personas que se jubilan en contra de su voluntad se adaptan con más dificultad al comienzo de su jubilación y tienen niveles de satisfacción y bienestar más bajos que las que lo hicieron por su propia iniciativa. En un plazo de varios años estas diferencias tienden a desaparecer.