La obra La barca de la medusa (1819), del pintor francés Théodore Géricault, describe un hecho muy comentado en su tiempo, el naufragio de la fragata francesa Medusa en 1816 frente a las costas africanas. Cuando empezó a hundirse, su capitán, un noble que había obtenido el cargo sin condiciones para ello, se unió a la tripulación para apoderarse de los botes salvavidas dejando al resto de los viajeros a la deriva. En la más total desesperación, construyeron una balsa donde estuvieron 13 días hasta que fueron rescatados. Sólo 15 sobrevivieron. Las más diversas formas de afrontamiento ante la tragedia se ven detalladas aquí. Ya en el siglo XIX se ahonda más en lo complejo del humano que conoce gran cantidad de recursos de afrontamiento y pasa por la más diversa posibilidad de transitar su angustia y transformarla en acciones salvadoras o destructivas.
Cada vez más la belleza clásica pierde fuerza ante lo doloroso de un mundo siniestro donde unos se comen a los otros. ¿La obra ha perdido belleza por mostrar los cuerpos muertos y denunciar la crueldad? Sin embargo, está bellamente construida y se expresan en ella las más profundas tragedias humanas.
Los años del romanticismo coinciden también con desarrollos respecto de la psiquis que provienen del psicoanálisis. El legado para la población mayor de hoy es relativa al valor del sentimiento frente a las miserias humanas y la diversidad de posturas para resistirse, transformarse y transformar el medio según la variedad de formas de reaccionar. Un mismo hecho del mundo exterior despierta en la complejidad del ser respuestas desde su conciencia y desde su ser inconsciente, desde la memoria ancestral de la humanidad y desde su capacidad de proyectarse al futuro con su imaginación creativa. Puede aflorar entonces la empatía, el amor, la felicidad, la alegría, la esperanza, o también, la tristeza, el miedo, la hostilidad, la frustración, la ira, la desesperanza y el desprecio o tantas otras manifestaciones del espíritu humano. Es interesante que, a partir de las emociones, que se generan en el cerebro límbico, el más antiguo y son transitorias, se elaboren sentimientos que comprometen todo el espectro cerebral de la neo-corteza. El mundo simbólico se va complejizando y se hace persistente en la tarea de crear y transformar mundos.
En el imaginario social hoy en occidente sigue prevaleciendo la concepción de vejez asociada a pérdida de destrezas, enfermedad, descrédito de prestigio laboral, pobreza y marginalidad. Sin embargo, hay un colectivo de mayores que valoran su experiencia como posibilidad de reinventarse y ejercer influencia en las generaciones que vendrán.
En los últimos momentos de la vida y cuando las personas tienen un proceso avanzado de envejecimiento se ponen muy en evidencia las diferencias, expresión de muy distintos cursos de vida. Por eso decimos que la vejez es la etapa de mayor diferenciación y que hay muy diferentes vejeces. Cómo gestionar las emociones y crear vínculos fortalecidos por sentimientos amorosos es una de las formas de desarrollar factores protectores. El mayor lo ha aprendido a lo largo de vivencias del más variado tenor. Vivencias transformadas a través del tiempo y sucesivas experiencias que lo van llevando a afianzarse en sus vínculos y a considerarlos fuente de posibilidades y transformación. El legado del romanticismo como manifestación del arte se orienta en estas cuestiones de contención, de auto conocimiento y de expresión emocional y de sentimientos.
En tiempo de relaciones 'líquidas', efímeras y poco consistentes el aporte del mayor que ha aprendido de sus experiencias, y de los muchos otros con quienes se ha encontrado, puede ser necesario y salvador.
Sobre el autor:
Carmen de Grado
Carmen de Grado es Licenciada en Psicología, Máster en Psicogerontología, ex docente en la Universidad Maimónides de Buenos Aires (Argentina) y actualmente en el Instituto Iberoamericano de Ciencias del Envejecimiento (INICIEN).